Salud

Estas son las razones por las que deberías vacunarte contra el COVID-19

A pesar de las reticencias de pequeños grupos de población alentados por mensajes con dudosa base científica que circulan por internet, siempre habrá un beneficio en la aplicación de la vacuna.

La campaña de vacunación contra el COVID-19 ha sido posible gracias a un gigantesco esfuerzo científico para desarrollar varias vacunas en un tiempo récord, que ahora debe continuar con la distribución y aplicación a escala global de cientos de millones de dosis. Sin embargo, también ha despertado las dudas en algunas personas, a las que parece preocuparles que puedan no contar con todas las garantías posibles. Argumentan que esto requiere ensayos de seguridad y de eficiencia protectora extendidos en varias etapas, a lo largo de periodos mucho más largos de tiempo.

El beneficio, en términos de salud global, de la amplia aplicación de las vacunas es incuestionable. Esto, a pesar de las reticencias de pequeños grupos de población alentados por mensajes con dudosa base científica que circulan por internet. Las consideradas más seguras (gripe, triple vírica) tienen una incidencia de efectos adversos graves de 1 o 2 casos por millón de habitantes y eso no invalida su carácter protector, ampliamente demostrado. Es verdad que han sido probadas en población real durante décadas.

En contraste, las nuevas vacunas contra el COVID-19 solo han tenido oportunidad de probarse en los miles de personas que han participado en los ensayos clínicos, en entornos controlados. Estos son imprescindibles para sacar conclusiones sobre la validez de cualquier tratamiento que se ensaya, y que no queden enmascaradas en la inevitable heterogeneidad casuística del mundo real. Es la falta de su aplicación masiva, en los millones de individuos que representan mucho mejor la estructura real de la población, lo que hace inevitable una cierta incertidumbre que solo se podrá despejar tras años de aplicación y análisis.

La pregunta es cuál es el balance entre riesgo y beneficio que puede considerarse aceptable dadas las circunstancias actuales.


En medicina, el planteamiento para comenzar a aplicar nuevos tratamientos parte de la aprobación por parte de las agencias reguladoras. Estas deben garantizar que se han realizado adecuadamente todos los estudios y ensayos destinados a valorar la seguridad y la eficacia. Una vez el tratamiento en cuestión es aprobado y está disponible en el arsenal clínico, los médicos valoran detalladamente ese balance entre riesgos y beneficios con la máxima garantista de "ante todo, no hagas daño".

Sin embargo, en el escenario actual, los elementos de análisis no están completos si no se invocan también criterios esenciales de salud pública.

Un análisis global para un problema global

Cuando se valora la probabilidad de efectos adversos en un individuo se valora la incidencia sobre cada una de las personas que siguen un tratamiento, el equilibrio entre el riesgo del procedimiento que se aplica y el beneficio que se pretende evitar. En el caso del impacto del COVID-19, eso supone también tener en cuenta el impacto que supone no prevenir la infección de la población en general, representado en cada uno de los individuos que no se vacune.

Cada persona que no se vacune, aunque su riesgo de contraer COVID-19 fuera bajo, pone en riesgo al resto. No solamente al sector de población más vulnerable (que podría protegerse si a esas personas sí se les vacuna), sino a toda la población. Esto incluye a gente que ni siquiera sabemos cómo es de vulnerable porque aún no conocemos muchos de los factores que marcan las diferencias tan enormes que existen en la susceptibilidad de sufrir la versión más grave de la enfermedad.

La diferencia fundamental entre el COVID-19 y otras enfermedades también causadas por agentes infecciosos es que no tenemos todavía defensas basales frente a un virus nuevo. El resultado se está viendo: una extensión sin freno de la infección a toda la población mundial, lo que añade riesgos adicionales que se incrementan cada día que pasamos sin vacunar.

La probabilidad de que aparezcan variaciones y mutaciones en cepas que podrían escapar a la inmunidad que proporcionen las vacunas es cada vez mayor. Es la ley de los grandes números, como bien conocen los microbiólogos. Además, no tienen nada que ver las cargas virales y la incidencia poblacional del virus SARS-CoV-2 actualmente con la de los agentes causantes de la gripe u otras enfermedades con las que llevamos conviviendo mucho tiempo.

Nuestro mundo, además, está hoy completamente interconectado a escala universal. Esto permite extenderse, en un corto plazo de tiempo, a cualquier variante viral que escape a la inmunidad natural o inducida por vacunación. Ello compete fundamentalmente a la epidemiología y la salud pública, y es muy importante explicar bien los argumentos en esta línea para que la gente valore argumentos poblacionales, no solo de medicina personal.

Es comprensible que la gente dé prioridad a su riesgo/beneficio personal sobre el beneficio colectivo. Por ello resulta crucial reforzar este aspecto colectivo en la comunicación de la importancia de las vacunas.

Una única salud

Otro argumento a favor de la vacunación masiva proviene de la biología. En un trabajo publicado recientemente se ha determinado que existen más de mil especies de coronavirus similares al SARS-CoV-2 en murciélagos. Cada una de ellas es susceptible de desatar otra pandemia si cruza el umbral entre especies y se dan ciertas condiciones.

Si cambiamos los murciélagos por otras especies, se sabe mucho menos sobre los coronavirus u otros virus que podrían utilizarlas como hospedadores. Por ejemplo, la población de mascotas es comparable a la humana en tamaño, pero no se estudia al mismo nivel porque su interés es secundario en comparación con la salud humana. Con una población humana que sostiene una cantidad tan masiva de virus como la actual, la probabilidad de que cualquiera de esos virus proveniente de animales recombine con el SARS-CoV-2 y acabe generando una especie o cepa nueva se incrementa.

Esto lo explicarían muy bien los genetistas y los ecólogos microbianos. De ahí la idea de la One Health (del inglés, "una única salud"), que esta crisis sanitaria está poniendo encima de la mesa más que nunca. La sanidad humana, animal y ambiental son la misma cosa.

Esta es la razón fundamental por la que es urgente actuar para reducir la extensión de la infección por SARS-CoV-2 en todo el mundo, también en aquellos países sin medios. Esto puede ser incluso más urgente que la vacunación en nuestros países desarrollados y bien protegidos por unas envidiables condiciones sanitarias de base. ¿Dónde puede ser más probable que aparezcan esos cruces entre especies? Puede imaginarse si se piensa en las imágenes que se han visto provenientes de esos mercados en los que cohabitan personas y animales sin solución de continuidad.

Las valoraciones deberán, por tanto, incorporar también condicionantes sociológicos y políticos. Tampoco estaría de más escuchar a los filósofos y su planteamiento de cuestiones que hay que tener en cuenta, relacionadas con la ética y la moral a la hora de priorizar actuaciones políticas pertinentes al ámbito que nos ocupa.

También hay que defender mucho más públicamente el valor de la garantía que suponen las agencias reguladoras de medicamentos. La urgencia y el acortamiento de plazos en el desarrollo de las vacunas no se han aplicado a costa de saltarse los protocolos de los que nos hemos dotado para el desarrollo de fármacos seguros. Las directrices que emanan de esas agencias están a salvo (más nos vale) de intereses espurios meramente economicistas.

Despejando la incertidumbre

Existe cierto nivel de incertidumbre que solo se irá despejando según avance el proceso de vacunación, como ha ocurrido con todas las vacunas desde su creación hasta su consolidación. Pero los procedimientos que ahora han permitido desarrollar vacunas en tiempo récord son más potentes, eficientes y seguros que nunca. Especialmente en contextos como el actual, en el que se ha aplicado un esfuerzo en recursos sin precedentes.

No tiene nada que ver la ciencia y la investigación actual con la que había hace veinte años. La penicilina no habría sido aprobada en su día si se hubieran aplicado los estrictos protocolos que hoy definen si un medicamento o tratamiento es seguro o no. Hablamos de actuar a escala global con la máxima seguridad que pueden permitir las condiciones actuales. La urgencia de parar el progreso de la pandemia, sus consecuencias y coste en vidas así lo exige.

Cuando las encuestas de opinión revelan las enormes dudas de la población es crucial que nuestros medios de comunicación se involucren al máximo en explicar el concepto colectivo y epidemiológico que está en juego en la vacunación frente al coronavirus. No se trata de ofrecer una avalancha de información sin más a la gente, para que la indigestión de no poder asimilarla les vuelva refractarios a todo lo que no sea lo que les conviene creer, en una negación ciega de la magnitud del problema.

La nota original la puedes encontrar aquí.

Jesús Pérez Gil es catedrático de Universidad Complutense de Madrid y forma parte del departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Ciencias Biológicas de la institución española.

*The Conversation es una fuente independiente y sin fines de lucro de noticias, análisis y comentarios de expertos académicos.

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