Victor Manuel Perez Valera

¿Quién es el hombre?

La persona humana es el único ser que tiene su ser como tarea: hacerse más humano.

Abraham Joshua Heschel, uno de los más importantes pensadores judíos del siglo XX, escribió una estupenda antropología filosófica, que recientemente ha sido traducida al español con el título ¿Quién es el hombre? Sus reflexiones tienen una inspiración bíblica, ya que, según este autor, la Biblia más que la teología del hombre es la antropología de Dios. En el pensamiento humanista es de suma importancia la concepción del ser humano, puesto que varios autores modernos lo definen como imagen y semejanza del animal e imagen y semejanza de una máquina.

En efecto, de la obra de Tennessee Williams, por ejemplo, surge la idea de que el ser humano es un animal especial: la única diferencia entre una bestia y el ser humano es que este conoce que va a morir… la persona humana es el único ser que tiene su ser como tarea: hacerse más humano. El animal no puede “desanimalizarse”, mas el ser humano sí puede deshumanizarse: sin ética puede hacerse más bestia que las bestias. Podría parecer más plausible y más conforme a nuestra civilización técnica y cibernética la definición del hombre como imagen y semejanza de una máquina. Esto también podría resultar de una sutil proyección de nuestro comportamiento ¿Cuántas veces se trata al ser humano como máquinas? La explotación de las personas en algunas fábricas y la “trata de personas”, son algunos de los efectos evidentes de esta concepción del ser humano. En realidad, el estudio de La Mettrie, El hombre máquina, parece seguir inspirando definiciones del ser humano como en la 11ª edición de la Enciclopedia británica, y lo que es peor aún, cierto tipo de praxis, como la nazi, de convertir al ser humano en jabón.

La interioridad es frecuentemente ignorada: se adora al cuerpo y a sus necesidades, cosificamos al ser humano cuando somos dominados por el deseo de apropiarnos y poseer a las personas como objetos. Tampoco pueden aceptarse definiciones, con parte de verdad, pero que se presentan como completas, con la expresión: “el hombre no es más que…”. Estos intentos de intelección iluminan solo algunos aspectos externos del comportamiento humano y no penetran en el corazón del problema, ni captan la interioridad del ser humano: su vocación, sus metas, su significado.

Este nefasto enfoque lo denuncia, con una expresión cruda, Pierre Teilhard de Chardin: “Nosotros mismos somos nuestro peor enemigo. Nada puede destruir a la humanidad, excepto la humanidad misma”. Generalmente, se pondera como algo específicamente humano la inteligencia, el Homo sapiens, pero conviene subrayar una tendencia más existencial: la unicidad, la posibilidad y la indefinitividad del hombre. Estas características evidencian lo dinámico de lo humano, y por ende, su posibilidad de superación y su esfuerzo por una constante renovación.

Con el conocimiento de las leyes físicas y biológicas podríamos predecir muchos acontecimientos, pero el ser humano escapa a toda predicción, su futuro es impredecible para los demás y para él mismo. Existen leyes estadísticas que pueden indicar el comportamiento general de los seres humanos, pero el hombre como persona, la persona concreta sigue siendo impredecible. Él individuum est ineffabile de la filosofía escolástica se concretiza como una vida irrepetible, insustituible, original, sin copia. La originalidad de la existencia deriva de su unicidad: cada ser humano es único, exclusivo, sin igual, cada persona resulta una continua sorpresa, una incesante novedad. Existe una gran diferencia entre lo dinámico del ser en general, y lo dinámico del ser humano: “ser, significa luchar por ir adelante, pero ser hombre significa ir más allá de la mera continuidad, es estar en camino, luchar, esperar”. Somos una explosión de singularidad que es contrarrestada por la masificación y la tipificación del hombre. En realidad, no existe una persona cualquiera, un sujeto ordinario, todos y cada uno somos extraordinarios.

El tiempo, en cuanto tal, no nos hace mejores, pero nos ofrece la oportunidad de serlo, renovándonos. “Una vida violentamente impulsada hacia el significado es el modo de sentir el beneficio del tiempo”. Solo el suicidio espiritual puede truncar estos impulsos. A tal grado es oscuro, complejo e intrincado el laberinto de la vida interior de la persona, que no se puede recorrer sin un guía, bien dice Jeremías (17,9), “cuán tortuoso es el corazón del hombre, quién podrá comprenderlo”. La vida interior del ser humano es un universo en expansión, en su dimensión interior el ser humano es insondable. Si aceptáramos una mutilada concepción del hombre estaríamos naufragando en una bancarrota espiritual.

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