Victor Manuel Perez Valera

Nacer de nuevo: Íñigo de Loyola y la pandemia

La fragilidad nos hace pasar del narcisismo a la pobreza, de la lucha contra la hybris o soberbia, a la valoración humilde de nuestra vida.

Ante las desgracias humanas provocadas o soportadas por los hombres, surgen cuestionamientos muy profundos sobre el significado de los males y las calamidades, que nos conducen a evocar el sentido más auténtico de la vida: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿a quién tengo que dar cuentas? Muchos se proponen un retorno a la religión, pero algunos se cuestionan sobre las faltas y defectos de la Iglesia. Ante esto, Íñigo de Loyola, junto con sus compañeros, siguió en este punto el espíritu de Erasmo de Rotterdam. Erasmo escribió El elogio de la locura, en el cual denunciaba graves taras de los Papas y los obispos alemanes de su época. Lutero lo invitó a unirse a su movimiento, pero Erasmo rechazó su propuesta y le respondió, “yo perdono los pecados de la Iglesia, y espero que ella me perdone los míos”.

A partir del 20 de mayo se están conmemorando los 500 años de la conversión de Ignacio de Loyola, uno de los personajes más notables del siglo XVI. Un discípulo de él, Jerónimo Nadal decía que “era un hombre para mucho”, y era tal su grandeza de ánimo que “en la guerra nunca se vio persona vencida”. Miguel de Unamuno lo compara con don Quijote, puesto que Íñigo asumió el ideal caballeresco de la magnanimidad, que plasmó en su vida con el “más” (magis) y lo incluyó en todos sus escritos.

Íñigo dejó una enorme huella en la historia de la cultura, ha influido en la vida de cientos de miles de personas a través de sus escritos y de la Compañía fundada por él. Los discípulos de Loyola, como lo destaca el famoso libro del historiador René Fülöp Miller, llevaron la cultura occidental a China, crearon un Estado de gran prosperidad en las reducciones del Paraguay y establecieron una enorme red de prestigiosas universidades en todo el mundo, pero sobre todo, propagaron en innumerables misiones la esencia del cristianismo, la esperanza en el más allá, cuyo horizonte ilumina profundamente el sentido de la vida.

Después de caer herido en la batalla de Pamplona y sufrir una larga y dolorosa convalecencia, Íñigo deseaba leer libros de caballería, pero como en la casa solariega no había estos libros, leyó libros de “la leyenda dorada”, vidas de san Onofre, Francisco de Asís y Domingo de Guzmán. Íñigo dio rienda suelta a sus sueños diurnos: “el azar es el pseudónimo de Dios cuando no quiere firmar”. En sus largas reflexiones Iñigo descubrió que hay tres tipos de miradas: la mirada física, la mirada del corazón, (de la que hablará Saint–Exupéry) y por último, la mirada de la fe. En el ánimo de Íñigo se da una fuerte lucha de sentimientos: alegría y tristeza, vacío, sosiego y paz, como a nosotros nos suele pasar ante cualquier calamidad.

Es importante citar una interesante opinión de George F. Smoot, Premio Nobel de Física 2006: “la mayor parte del universo está formado por una novedosa y misteriosa forma de energía, que en contraposición a la energía luminosa, se le ha denominado ´energía oscura´”. Así, en la vida de Íñigo se suelen enumerar once heridas, que en el progreso de la maduración humana y espiritual ejercieron una función importante, una energía luminosa, pero también, una energía oscura de las heridas y fracasos. Lo que se da en el campo de la física, también se experimenta en la vida espiritual. Del sufrimiento y del dolor pueden brotar positivas y extraordinarias experiencias, “el hombre se descubre cuando se mide con el obstáculo” (Saint-Exupéry).

El ideal de Íñigo, se transformó de un ideal de conquista a uno de servicio. En su vida, la espiritualidad y la acción no se excluyen, ni se yuxtaponen, sino se integran. La dimensión espiritual ciertamente tiene prioridad en la vida humana, pero los medios naturales no se deben descuidar. Íñigo decía: de tal manera poner todos los medios naturales, como si todo dependiera de ellos, y de tal modo confiar en los espirituales, que en el fondo son los que influyen más profundamente en el espíritu.

La fragilidad nos hace pasar del narcisismo a la pobreza, de la lucha contra la hybris o soberbia (afán posesivo y ambición), a la valoración humilde de nuestra vida. En suma, como Íñigo, debemos dejarnos guiar por el Espíritu, para poder iluminar nuestra vida en la oscuridad de la noche de la pandemia. “Si el individuo no se regenera verdaderamente a sí mismo en el espíritu, tampoco lo hará la humanidad, porque esta es la suma total de individuos en necesidad de regeneración” (C. G. Jung).

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