El campo yucateco ha sido, durante décadas, una potencia silenciosa: resiliente, productivo, altamente especializado en ciertos nichos, pero atado a cuellos logísticos que le impiden escalar. Mientras México consolidó su posición como noveno exportador agroalimentario del mundo, Yucatán apenas concentra el 1.2 % del valor nacional agroindustrial, a pesar de liderar en productos como miel, chile habanero, carne de cerdo y cítricos de alta calidad. La razón no es la tierra, ni la productividad, ni la vocación. Es la desconexión.
Yucatán representa menos del 0.6 % de las exportaciones agroalimentarias nacionales. Esto no se debe a una menor calidad, sino a que el 73% de sus unidades productivas están localizadas en zonas rurales sin acceso directo a corredores logísticos ni servicios de valor agregado. La competitividad está, literalmente, atrapada en el territorio. El Renacimiento Maya, el proyecto de transformación territorial del Gobernador Joaquín Díaz Mena, que tiene su máxima expresión en la modernización y ampliación del Puerto de Altura de Progreso viene a romper ese ciclo.
La llegada de la draga Fernando de Magallanes una de las más poderosas y especializadas del mundo— no es simplemente el inicio físico del proyecto: es un punto de inflexión logístico y productivo. Con una inversión de 12,527 millones de pesos, distribuidos en tres fases hasta 2028, esta obra permitirá que el puerto alcance un calado funcional de más de 12 metros, incorpore plataformas logísticas con alta tecnología y se integre con el Tren Maya de carga y los corredores logísticos de todo el país y los dos océanos. Esto representa no sólo la transformación del puerto: representa el Renacimiento del campo yucateco.
Hoy, exportar desde Yucatán significa recorrer más de 1,000 kilómetros terrestres para llegar a puertos con competitividad oceánica, lo que encarece en hasta 40 % el costo logístico de productos perecederos respecto al Bajío o el norte del país. La modernización de Progreso permitirá reducir ese diferencial, abrir nuevas rutas hacia Estados Unidos, America del Sur, Europa y Asia, y atraer inversión agroindustrial directamente al territorio. Esto activa una lógica de desarrollo distinta: no llevar al productor a los mercados, sino traer los mercados al productor.
La agroindustria yucateca tiene una estructura dual: por un lado, algunas empresas de gran escala; por otro, pequeños productores con alto valor agregado pero sin integración logística. La nueva infraestructura permite cerrar esa brecha. Con ello, no solo se eleva la rentabilidad del campo: se democratiza el acceso al comercio internacional.
El Renacimiento Maya, impulsado por el gobernador Joaquín Díaz Mena y respaldado con fuerza por la presidenta Claudia Sheinbaum, articula esa visión. No es una metáfora narrativa: es una arquitectura territorial concreta, que reconoce al campo como un sector estratégico, después de años de abandono. En ese modelo, la infraestructura no es fin: es medio para distribuir capacidades, empleo e inversión. Es justicia económica en su forma más estructural.
La pobreza rural se combate conectando a los productores con valor, con mercados y con logística de primer nivel. Hoy, el campo yucateco —históricamente marginado de la política industrial— se convierte en eje de un modelo productivo que piensa en soberanía alimentaria, en IED agroindustrial y en crecimiento con identidad territorial.
El liderazgo del gobernador Joaquín Díaz Mena ha sido decisivo. No solo ha sostenido un proyecto técnico de altísima complejidad institucional; ha articulado una visión de desarrollo que conecta la historia productiva del estado con su futuro logístico. Donde otros ven puertos como terminales, él los ve como plataformas. Donde otros entienden al campo como carga presupuestaria, él lo ve como motor estratégico.
Yucatán ya transformó al mundo una vez desde el campo. Hoy tiene la oportunidad de hacerlo de nuevo, pero con justicia, con valor agregado y con infraestructura. El nuevo puerto es su ancla. El agro es su motor. Y el liderazgo territorial es su garantía. El Renacimiento del campo yucateco no es una esperanza: es una política pública que ya se ejecuta y da resultados.
