Simon Levy

¿Laboratorios fiscales de inteligencia artificial?

Con la inteligencia artificial se pueden simular múltiples escenarios, combinar estrategias fiscales y de productividad para estimular la economía.

La economía del conocimiento está produciendo que todas las decisiones dejen de ser tiros de escopeta a cambio de tiros de precisión. Con ello se reducen costos políticos y se toman mejores decisiones, o al menos se conocen más los costos de asumir decisiones en política pública.

Hace días, se anunció en un mal momento y de una pésima manera, una buena idea, pero mal estructurada. El Inegi no debe fiscalizar la riqueza, debe tener más inteligencia pública para estimularla. La ciencia de datos está llamada a ello. Con un laboratorio de inteligencia artificial se podrían haber simulado escenarios que darían argumentos precisos y ello hubiera permitido aportar información y estrategias de una manera más asertiva para esa iniciativa.

En una época donde incluso China está abandonando el crecimiento cuantitativo por el crecimiento cualitativo, la inteligencia artificial (AI) puede ayudar a crear las mejores y menos dolorosas estrategias para volver a crecer, estimular la economía y crear progresividad fiscal.

Con la AI se pueden simular múltiples escenarios, combinar estrategias fiscales y de productividad para estimular la economía. El camino al crecimiento económico está en saber transformar datos aislados en inteligencia pública.

En estos momentos donde muchos jóvenes requieren de trabajos de calidad, es momento de que el Estado construya laboratorios de inteligencia pública y políticas fiscales para diseñar estrategias tomando en cuenta la proyección de escenarios e inteligencia pública que puede brindar la inteligencia artificial. Matamos dos pájaros de un tiro: creamos inteligencia pública y se generan empleos productivos.

En Estados Unidos está sucediendo con Salesforce: cómo un laboratorio de jóvenes desarrolladores está diseñando estrategias para apretar los botones adecuados que vuelvan a darle marcha a la economía reduciendo costos políticos.

Los nuevos recaudadores de impuestos y creadores de política pública del mundo serán cada vez más expertos en ciencia de datos y desarrolladores de estrategias con datos aislados convertidos en inteligencia pública.

Nunca como hoy, se puede no sólo explicar sino predecir el comportamiento humano y sobre todo, redirigirlo.

En un momento donde cada vez más las emociones se transforman en factores de consumo, de movilidad y también de decisiones, poder predecir los patrones generales derivados de conductas individuales permitirá no sólo crear riqueza pública y privada, sino estimular la productividad para crear crecimiento económico.

El gran error de los economistas clásicos es que piensan que la economía es una ciencia racional, donde los números y tendencias siempre responden a la realidad de un modelo.

Se equivocan: la realidad es el modelo; no el modelo, la realidad.

Las emociones y los sentimientos no son predecibles y exactos, hoy la economía es más emocional que nunca.

La nueva economía del conocimiento crea valor logrando hacer simple lo que es complejo. Sustituye el esfuerzo físico por la eficiencia de los datos. Las economías viejas reducen costos para subsistir, las economías innovadoras crean valor para producir riqueza.

Con la economía del conocimiento estamos llamados a la transformación de las instituciones públicas. Los gobiernos que sepan crear inteligencia pública tendrán más posibilidades de transitar con menos traumas a la economía colaborativa y del conocimiento.

Un efecto pos-Covid en México puede ser la evolución del Inegi en el Instituto de Inteligencia e innovación Pública de nuestro país.

La estadística que evoluciona en inteligencia no sólo mide, crea posibilidades.

COLUMNAS ANTERIORES

La trampa del ingreso
Lo que aprendí en Bangalore: democratizar riqueza

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.