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¿Qué busca un AMLO en declive físico y mental?

López Obrador mira hoy en el espejo su declive, mientras que en el futuro contempla una posible muerte política que puede incluir hasta la cárcel.

El desgaste mental y físico de Andrés Manuel López Obrador está a la vista de todos. Un Presidente que ama los reflectores y micrófonos, que cree que gobernar es hacer largos monólogos disfrazados de conferencias de prensa, exhibe ante la nación los estragos de su envejecimiento. Hay hombres que muestran vigor intelectual y físico a los 68 años, pero el tabasqueño no se encuentra entre ellos.

Su rigidez mental no es producto de los años, aunque quizá la hayan agudizado. Siempre ha sido un mesiánico, un iluminado convencido que estaba llamado a ser presidente de México y líder de una transformación histórica. Un demagogo autoritario que jamás fue un demócrata, siempre gritando fraude cuando perdía una elección, clamando cuando ganaba que era gracias a la fuerza del pueblo que se había impuesto a la mafia del poder. Tan falso en sus credenciales democráticas como falsa es la honradez que dice lo caracteriza.

Su sueño era perpetuarse en el poder. Quizá su coraje y rencor contra Felipe Calderón por su derrota en 2006 (fraude en su versión, claro) es que no llegó a la presidencia con 53 años, con ese vigor que tuvo que utilizar en 12 años más de campaña incansable. Se hubiera podido reelegir en 2012, otra vez en 2018. Hoy ya no ofrece que no se reelegirá, tampoco suelta la cantaleta que un sexenio no es suficiente para lograr todo lo que ambiciona, la edad lo alcanzó junto con las restricciones constitucionales. La elección intermedia de 2021 no fue el referéndum arrollador que esperaba y su consulta revocatoria que quiso transformar en ratificatoria acabó en el ridículo, lo mismo que su consulta sobre si debía juzgar a sus antecesores.

Octubre de 2024 será el fin. Su nombre no estará en la boleta electoral y lo sabe. ¿Por qué entonces se obstina en destruir al Instituto Nacional Electoral? ¿Para qué busca consolidar un régimen autoritario? ¿Para qué destruir instituciones democráticas cuando no podrá emular a otros que lo hicieron con tanta eficacia, como Hugo Chávez o Daniel Ortega, para así perpetuarse en el poder?

Porque quiere que su corcholata gane en 2024, a la buena o a la mala (como ganaba antes ese PRI al que perteneció en su juventud). Porque desea fervientemente que sus locuras lleguen a terminarse, como es la refinería de Dos Bocas o el Tren Maya, que se consume la destrucción del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para que ese bodrio que es Santa Lucía pueda atraer más vuelos.

Sobre todo, lo más importante, porque no quiere acabar donde quería poner a sus antecesores: en la cárcel por corrupto y quizá por su asociación con grupos criminales, aunque fuese por pasividad. Porque no quiere que un futuro gobierno mexicano pueda acceder a extraditarlo a Estados Unidos. Porque quiere gozar de las riquezas que los suyos acumulan con tanto cinismo. Si dice que tendrá una pensión del ISSSTE será para argumentar que de eso vive, esa pensión será como los 200 pesos que decía que cargaba en la cartera mientras era candidato.

Porque López Obrador mira hoy en el espejo su declive, mientras que en el futuro contempla una posible muerte política que puede incluir hasta la cárcel. Abrió la caja de Pandora hablando de juzgar a expresidentes y teme que en pocos años le toque el turno.

Son los temibles estertores autoritarios de un régimen que se disminuye con su amo, las acciones dictatoriales del que no teme destruir a un país con tal de protegerse del Frankenstein que creó.

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