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México, el gran perdedor con AMLO

Debería ser la hora de México: el eslabón de América del Norte con su extensa frontera con EU, una economía lista para recibir empresas que se mudan de Asia o incluso Europa,

Una China crecientemente autoritaria con una insensata política de ‘cero COVID’. La guerra de Rusia contra Ucrania muestra la dependencia europea. En América Latina, las otrora estrellas del libre mercado eligen regímenes de izquierda: en Perú un impresionante ignorante; en Chile, un líder inexperimentado; Colombia, igual, sigue el mismo camino; mientras que Argentina es el desastre de siempre; y en Brasil, un populista de derecha no para en sus desatinos.

Debería ser la hora de México: el eslabón de América del Norte con su extensa frontera con Estados Unidos, una economía lista para recibir empresas que se mudan de Asia o incluso Europa, preparada para enlazar cadenas de producción e infraestructuras de transporte y energía. En un mundo que mueve el foco a regionalizarse, a explotar la ubicación geográfica privilegiada.

Excepto que el presidente es Andrés Manuel López Obrador, otro producto bananero del subcontinente latinoamericano. Con una mente estancada aproximadamente en 1972, cree que los recursos naturales son fuente de riqueza y que los extranjeros que llegan a México buscan obtener oro a cambio de espejitos. Repite con inusual fervor esa historia que se aprendía en la secundaria con monografías compradas en una papelería.

La tecnología que despierta la pasión presidencial es el trapiche, lo que enciende su imaginación, el petróleo. El México al que aspira ya se retrató en la época de oro del cine nacional, con gente chambeadora, honesta y pobre. Es el México de Joaquín Pardavé y Pedro Infante, en que esa pobreza es digna. Es por ello que el Presidente odia la meritocracia, a los clasemedieros, a aquellos que ya dejaron atrás esa bella pobreza y además, son aspiracionistas a quienes atrae la riqueza. Para el demagogo, la gente buena es la que depende del dinero que tan generosamente les entrega, destacadamente becas y pensiones.

Un titular del Poder Ejecutivo creyente en obras faraónicas. No se trata de que sirvan, sino de que luzcan, o que contribuyan en sus afanes nacionalistas. No dudó en destruir un aeropuerto en Texcoco para, en su lugar, ampliar una base aérea desde la que nadie quiere volar, un aeropuerto que compite con otro por el restringido espacio aéreo del Valle de México. A ello habrá que agregar en las próximas semanas una refinería carísima que no producirá una gota de gasolina por años y, finalmente, un tren destructor de la selva.

Un apasionado de la energía estatal, cueste lo que cueste y contamine lo que contamine. Nada de energía solar o eólica, sino un rechazo frontal a las inversiones extranjeras, igual de las empresas privadas que ofrezcan fluido eléctrico más barato. Se trata de hundir más dinero bueno en esos agujeros negros de corrupción e ineptitud que son Pemex y CFE. Uno de los demonios personales del tabasqueño, que no se cansa de atacar, es Iberdrola.

Para cerrar con broche de oro, un Presidente que cree en abrazar al crimen organizado, que es inmune ante la acumulación de homicidios y la explosión de extorsión que azota a negocios grandes y pequeños. Un país en que la violencia más brutal es parte de la cotidianidad. Un titular del Ejecutivo que encabeza uno de los regímenes más corruptos de los que se tenga memoria mientras que presume ser honesto.

A México le tocó perder una oportunidad extraordinaria. Es un país al que muchas empresas se mudarían, invertirían, crearían empleos, empujarían producción y crecimiento si el presidente no fuese Andrés Manuel López Obrador.

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