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México, el Gran Uvalde

El territorio nacional es un Gran Uvalde, solo que el horror ha sido sustituido por la normalización de la muerte y la impunidad.

Los asesinados se apellidaban García, Ramírez, Flores, López o Rodríguez. El Presidente expresó su dolor, sus condolencias a los familiares, mandando un “abrazo fuerte” hasta Uvalde, Texas. Un dolor que Andrés Manuel López Obrador no comparte para aquellos que fallecen por la violencia criminal o la negligencia gubernamental cada día en México, aquellos cuyas muertes sí caen bajo su responsabilidad, por sus políticas hacia las mafias criminales o en ámbitos como el sector salud.

El inquilino de Palacio Nacional se refugió en el argumento que lleva esgrimiendo años: su estrategia sí funciona, solo necesita tiempo dada la terrible herencia recibida. Es el año cuatro del sexenio, y en 2022 mantiene la cantaleta de 2019 o 2020. Presume lo mucho que trabaja, que madruga y encabeza juntas en torno al tema, como si las horas apoltronado en una silla ameritaran el aplauso ciudadano a pesar del desastroso resultado. Es como un estudiante reprobado que alega que merece una felicitación porque, dice, se levantaba temprano cada día para estudiar.

Regiones del país en manos de las mafias criminales, pueblos cuyos habitantes huyeron tras recibir un plazo para abandonar sus casas, actividades de producción y comerciales que pasan al control de cárteles gracias a la violencia, mientras que en las ciudades se extiende la extorsión a toda clase de negocios. El Presidente avisa a los criminales que no se preocupen, que el Estado ha claudicado en tener el monopolio de la fuerza, y que se los comparte, que no los perseguirá. El Ejército está para toda clase de encomiendas, hasta para construir aeropuertos, pero no para cuidar a la ciudadanía. ¿Sus soldados? Humillados una y otra vez públicamente por aquellos que ya no les temen.

Si López Obrador aspiraba a una especie de tregua, un “yo no me meto contigo y tus negocios y dejas de matar gente”, era para que ya hubiera descubierto que los cadáveres se siguen apilando, México hundiéndose en un mar de violencia en que las matanzas son tan habituales que hace mucho dejaron de ser noticia. El territorio nacional es un Gran Uvalde, solo que el horror ha sido sustituido por la normalización de la muerte y la impunidad, una resignación que deriva de la impotencia mientras el ocupante de Palacio presume que madruga para encabezar juntas.

Si López Obrador aspiraba a una ‘pax mafiosa’, lo que en cambio ha cosechado es mayor inseguridad y muerte. Como si sus palabras importaran, anuncia el programa ‘cero impunidad’, en tanto la impunidad campea por todo el país. Presume que ‘abrazos, no balazos’ funciona. En esa rigidez mental que tanto le caracteriza, dice que no cambiará la estrategia, que es cuestión de esperar sus resultados. Lo mismo que cuando destruyó el sistema de adquisición y distribución de medicamentos, y no se cansa de decir que ya pronto se arregla, en tanto los muertos también se siguen acumulando, notablemente los niños con cáncer. Esos niños que probablemente también se apellidaban García, Ramírez, Flores, López o Rodríguez, pero que no existen para el Presidente. ¿Sus padres? Incluso han sido acusados de golpistas por funcionarios de su gobierno.

Una pesadilla de horror ha destrozado vidas y familias en Uvalde, ensombreció esa región para siempre en el negro luto de los que no debieron morir, niños y sus maestras. El Gran Uvalde que es México sufre lo mismo cada día en medio de los balazos, porque los abrazos que Andrés Manuel López Obrador no se cansa de mandar, son para los asesinos.

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