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El marxismo educativo de López Obrador

López Obrador es un hombre acomplejado intelectualmente. En la cúspide del poder político, sigue obsesionado con presumirse como autor de libros.

No hay nada peor para un demagogo que enfrentarse a una persona con conocimientos. La educación es el mejor escudo contra los mentirosos. Nada adora más un mesiánico que un pueblo ignorante, a todos quienes lo votaron creyendo sus fantasías.

Por ello, el presidente de México detesta a todos aquellos que buscan, por su propio esfuerzo, una vida mejor. Más a quienes lo consiguen. Los primeros son aspiracionistas; los segundos, clasemedieros. Y en parte, los odia porque ya muchos no votan por su partido; resiente que ha perdido ese apoyo y sabe que no lo recuperará.

López Obrador es un hombre acomplejado intelectualmente. En la cúspide del poder político, sigue obsesionado con presumirse como autor de libros (que firma, aunque no los escriba) y profundo conocedor de diversas ramas del conocimiento, de la historia a la economía. Igual determina dónde se construirá una refinería que la ruta de un tren. Todo es sencillo para el otrora fósil de la UNAM. Es fácil imaginarlo en las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas como uno de esos alumnos que no estudió, pero cree que tirando un rollo obtendrá un 10. “Es que el Profesor me tiene manía”, masculla cuando, en cambio, reprueba.

Por eso debe estar embelesado con Marx Arriaga, uno de esos funcionarios que el tabasqueño ha encontrado como hábiles intérpretes y ejecutores de su mediocridad intelectual. El director de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública se presentó en una mañanera reciente como el intérprete de un millón de maestros, estudiantes y miembros de ‘comunidades’. Anunció que tras numerosas asambleas (de esas que tanto le gustan a López), estos se habían manifestado por cambiar el modelo educativo.

El funcionario sabe cómo llegarle al tabasqueño: muchos adjetivos, un diluvio de clichés dizque progres y una propuesta de destrucción disfrazada de política pública. El porvenir es promisorio para alguien que sabe aterrizar de forma tan magistral los desvaríos del inquilino de Palacio.

Porque dijo que las pruebas estandarizadas “segregan” a la sociedad. Que el modelo educativo era neoliberal y, por ende, meritocrático, conductista, punitivo, patriarcal, racista, competencial, eurocéntrico, colonial, inhumano y clasista. Que la educación se había transformado en moneda de cambio que ofrecía enciclopedismo, especialización y competencias. No se debía educar para competir, sino compartir, pontificó. ¿Qué más debe buscarse? Un modelo “decolonial, libertario y humanista”. La diarrea de adjetivos con tan pocos sustantivos fue impresionante.

López Obrador debe haberse sentido realizado dada su pasión por universidades patito en que el ingreso es por sorteo y la calidad académica inexistente. Quien entregó sin pudor la educación (y los niños) a la CNTE, el destructor de la reforma educativa de Peña Nieto, que buscaba (horror) crear una carrera magisterial meritocrática, presentó a la nación a un funcionario igual de apasionado por la mediocridad, alguien que sin rubor exalta la ignorancia diciendo que se trata de una transformación social.

Marx Arriaga destiló magistralmente el odio obradorista hacia el saber y el éxito. Le espera un futuro tan brillante como negro será el de los millones de niños que dejarán las escuelas públicas sin conocimientos y con un potencial de resentimiento enorme cuando descubran que esos adjetivos con que los adoctrinaron solo los hacen aptos para pedir una beca o un subsidio del demagogo de turno.

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