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El testamento del megalómano

López Obrador manifiesta haber escrito un “testamento político”. Es la aceptación de que teme que su pretendida obra transformacional quede en la nada.

El mesiánico contempla la posibilidad de la muerte, el ególatra entiende que su poder es nada ante la sentencia que a todos aguarda tarde o temprano. Tras estar de nuevo contagiado de COVID y ante la emergencia de un cateterismo, Andrés Manuel López Obrador manifiesta haber escrito un “testamento político”. Es la aceptación del temor de que su pretendida obra transformacional quede en la nada, que todo aquello que ha hecho sea revertido.

Al inquilino de Palacio le obsesiona la historia porque cree que merece un lugar destacado en los anales de la nación. Lo suyo no es gobernar, sino transformar, que los libros del futuro describan a México Antes de López y Después de López (con mayúsculas). No es un Presidente más, sino el igual de Hidalgo, Juárez o Madero.

De vez en cuando la realidad lo golpea al enfrentar su edad y salud, como le ocurrió en semanas recientes. Ante la posibilidad de ver interrumpidas sus acciones de repente, y para siempre, no le queda sino dejar instrucciones claras sobre lo que desea. Probablemente, en primer lugar, la persona que los legisladores de Morena deben designar como presidente sustituto hasta 2024. López ha estado encantado por meses hablando de destapes y corcholatas y nadie le quitará el gusto de revivir la añeja tradición priista: dará el dedazo, vivo o muerto. Nada de que se adivine quién habría querido, sino dejarlo por escrito. Para asegurar un legado, lo primero es tener al heredero que se quiere lo ejecute. Sea Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard, lo más probable la primera, y sin duda no sería Ricardo Monreal.

Lo segundo serían las obras. Ya publicó un decreto hace tiempo con las prioridades, y éstas se mantienen: el Tren Maya, recién evidenciado como un desastre; Dos Bocas con su disparado costo e incierta terminación; y un aeropuerto de Santa Lucía que solo funcionará como se pretende si los aviones se repelen. Por supuesto, el encargo de que se deje de exportar petróleo y se refine todo el crudo para que se deje de importar gasolina, y que Pemex igualmente siga recibiendo inyecciones masivas de capital para seguir buscando y extrayendo petróleo mientras pierde dinero a carretadas. Ya encarrerado, igual hasta menciona la contrarreforma eléctrica como algo que debe aprobarse.

Es improbable que el testamento político incluya que se compren medicinas para los niños con cáncer, se priorice crear empleos fomentando la inversión privada o se use el dinero público para reducir la pobreza. Lo que no fue prioritario en vida es improbable que lo sea en su última voluntad.

El escrito finalmente muestra a un López Obrador que reconoce abiertamente que toda su obra puede ser derruida en el futuro, de la misma manera que ha dedicado estos tres años a demoler instituciones, obras y programas al tiempo que ataca a sus antecesores. Ya pasado el ecuador de su sexenio, contempla un futuro incierto, y no solo por la sombra de la muerte.

Ahora su escapatoria es elaborar un documento que sería su último intento por evitar que le ocurra lo que tanto le gusta hacer a otros: la destrucción desde el pináculo del poder. Si tiene una larga vida tras acabar su desastroso gobierno le espera una sentencia todavía peor que esa muerte que en semanas recientes le acechó: contemplar los resultados de su ineptitud y corrupción y la reversión de su pretendida transformación histórica, incluso por aquellos que hoy le juran lealtad. Ya no digamos cuando regrese a México la sensatez con un buen gobierno.

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