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Muertos, enfermos y pobres de AMLO

Son sus muertos y enfermos, con los niños que fallecieron por falta de medicamentos oncológicos en primer lugar, pues fueron los más vulnerables e indefensos ante sus decisiones.

Los niños con cáncer quieren vivir. Quimioterapias ya.

Son suyos porque se deben a sus acciones. Tan suyos como los elefantes blancos de Dos Bocas, Santa Lucía y el Tren Maya. Muestran al presidente de México como una persona sin humanidad, a quien el dolor ajeno provoca la más absoluta indiferencia

Son sus muertos y enfermos, con los niños que fallecieron por falta de medicamentos oncológicos (al parecer cerca de dos mil) en primer lugar, pues fueron los más vulnerables e indefensos ante sus decisiones. Pero pueden cifrarse en cientos de miles por la falta de medicamentos, tratamientos y la destrucción del Seguro Popular. Imposible saber las consecuencias de la falta del tamiz neonatal, pruebas de Covid o de tantas otras acciones preventivas.

Son los difuntos y enfermos de todas las clases sociales, pero sobre todo de los más pobres, resultado de la soberbia obradorista, al creerse un genio de las políticas públicas y que nada es ciencia. No tuvo empacho en cerrar laboratorios productores de medicinas y destruir cadenas de distribución acusando, como acostumbra, de corrupción sin pruebas ni procesos formales de investigación. En algún momento dijo que repartir medicinas por el territorio nacional sería tan sencillo como distribuir Coca-Cola o Sabritas. Y con esa premisa aplicó su táctica de tierra arrasada dejando atrás las cenizas de todo aquello que destruyó, a las que luego se han agregado las cenizas de aquellos que han muerto.

No hay ningún ejercicio de corrección del desastre, ni siquiera una mínima autocrítica o introspección. Al contrario, AMLO reafirma sus fantasías con el aplomo que le permite vivir en un mundo paralelo en que el sistema de salud mexicano es similar al de Dinamarca. Promete que las medicinas llegarán en unos días. Falla (una vez más) y afirma que ya será pronto. No le molestan los niños enfermos de cáncer que morirán en la espera, sino que sus padres organicen bloqueos similares a los que tanto le gustaban cuando era un político de oposición.

El sociópata de Palacio sigue la ruta que se trazó con la certeza absoluta del mesiánico que es, rodeándose de subordinados que saben perfectamente que deben dar al jefe argumentos que apoyen lo que hace y justificarlo con la más absoluta abyección. Las palabras del subsecretario López Gatell sobre la narrativa de niños muriendo de cáncer como alimento para un supuesto golpismo de derecha, muestra la ínfima calidad humana que caracteriza a AMLO y que sus lacayos glorificados mimetizan.

También son sus pobres, millones de nuevos pobres. Son aquellos que perdieron empleo e ingreso porque el tabasqueño dijo que no rescata empresas. Que se pierdan trabajos, que familias se queden sin pan en la mesa, le importa tanto como un niño muriendo de cáncer. Porque los dineros públicos tienen prioridades, como es buscar chapopote y refinarlo. Para eso siempre habrá recursos, porque es algo importantísimo que se deje de importar gasolina.

Churchill advirtió al pueblo británico que la lucha contra Hitler implicaría sangre, trabajo, sudor y lágrimas. Es el precio que el tabasqueño ha impuesto unilateralmente a cambio de una pésimamente entendida soberanía.

AMLO avanza sereno y seguro. Si el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, el de López Obrador es, como aquellos que le gusta impulsar en Oaxaca, un producto de sus manos. Un camino de muertos, enfermos y pobres sobre los que camina con el paso firme del obnubilado por su propia grandeza.

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