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La salud del Presidente

AMLO sufre un cuadro mental tan complejo que quizá derrotaría al mismo Freud, dice Sergio Negrete Cárdenas.

Andrés Manuel López Obrador estaba llamado a ser Presidente de México. Ya era hora que un estadista se calzara la banda tricolor, que un gigante intelectual con un histórico Proyecto de Nación condujese los destinos nacionales. Con su liderazgo, finalmente llega la luz que puso fin a la larga noche neoliberal.

Semejantes fantasías no son las únicas que aquejan a AMLO, sino un fragmento de un cuadro clínico mucho más complejo. Porque en días recientes ha quedado de nuevo en evidencia el sociópata. Los muertos y heridos por la tragedia del Metro tuvieron el mismo tratamiento que los niños con cáncer sin quimioterapias o los cientos de miles de fallecidos y afectados por Covid.

Porque el sociópata se caracteriza, precisamente, por carecer de empatía hacia los demás, un fuerte egocentrismo y una tendencia a simular sentimientos. Probablemente los más notables del tabasqueño son los expresados en sus frases “primero los pobres” y “al carajo”. Quizá ningún Presidente en la historia ha mostrado tal saña, tan impresionante crueldad envuelta en indiferencia, contra aquellos que menos tienen.

Pero AMLO no lo considera así. Al contrario, en sus fantasías el sistema de salud es ahora similar al de Dinamarca. Hay problemas provocados por afectar los intereses de esos corruptos que distribuían medicinas, pero poco más. Es quizá una esquizofrenia la que también lo lleva a concluir que sus programas sociales son un rotundo éxito, que llegan a millones de familias y han representado un sostén financiero durante la pandemia. Un virus que le cayó “como anillo al dedo” y que proclamó “domado” hace un año. La constante inmersión en una realidad alternativa tiene una expresión ya rutinaria: “yo tengo otros datos”.

Pero además está el paranoico, el perseguido, el Presidente más atacado desde nada menos que el apóstol de la democracia, Francisco I. Madero. Porque permanecen los intereses oscuros obstinados en provocar su fracaso, esa mafia antes del poder y que quiere recuperarlo. Por eso se justifican sus ataques, el uso del aparato estatal para amedrentar a los que considera enemigos. Destruir reputaciones, sin pruebas, es uno de sus deportes favoritos en las mañaneras.

Ante los malvados, AMLO tiene una enorme ventaja: el apoyo del Pueblo Bueno. Porque también es el mesiánico que ya no se pertenece, que se entrega con denuedo a esos millones que lo adoran y rinden culto a su persona. Por ello no importa atropellar leyes o destruir instituciones. Se trata de un gobierno histórico que logrará una transformación tan trascendente como la Independencia, la Reforma o la Revolución, pero sin un conflicto armado. Tan excepcional gobierno está haciendo AMLO, que la gente le pide que se reelija.

¿Por qué no hacerlo, si el pueblo lo aclama? Si gobernar no requiere de mucha ciencia, como tampoco la requiere extraer petróleo o refinarlo. La gente no entiende que todo reto le viene guango a AMLO, el único mandatario que hizo un Plan Nacional de Desarrollo de su puño y letra y elaboró audaces programas sociales en su mente. Basta tener el apoyo de la gente, y el resto viene solo. ¿La clave? No ser honrado, sino incorruptible y encabezar un gobierno que está desterrando las raterías. ¿Qué su parentela y colaboradores son evidenciados robando? Entonces aflora el neurótico a la defensiva, atacando a aquellos que los han exhibido.

¿Qué sufre AMLO? Un cuadro mental tan complejo que quizá derrotaría al mismo Freud. Lo indudable es lo que sufre México.

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