Salvador Nava Gomar

Crónica de mí secuestro

El autor describe cómo se dió, su sentir y su estancia mientras estuvo privado de su libertad y también hace un reconocimiento a las autoridades que intervinieron en su liberación.

Salvador Nava Gomar

A Jennifer

Lunes, 10:30. Manejaba en un entronque de carretera que remataba en un trébol. Empezando a subirlo pararon los coches de enfrente, derecha y atrás. En menos de diez segundos bajaron tipos con pistola, subieron a mi coche, me pasaron para atrás y ya estaba en el suelo de mi camioneta encañonado mientras otro conducía. En ese momento viví la impresión más terrible de mi vida.

Preguntaron a qué me dedicaba, edad, hijos, esposa, dónde vivía y cuánto podrían dar por mí. Dijeron que eran de un cártel monstruoso y que nadie podía con ellos. Hicieron que mandara un mensaje de voz diciendo que se había ponchado una llanta y venía el auxilio vial, que no se preocuparan.

Me cambiaron a otro coche con la misma consigna que repitieron los días que estuve ahí: "si ves a alguien te mueres". Tras unos diez minutos en trerracería llegamos a la casa de seguridad. Me sentaron en una cama viendo a la pared. Ahí estuve todo el tiempo.

Llamé a mi esposa para pedir el rescate; si no pagaba me mataban. Le dije que pidiera el dinero a un amigo. Él se reunió con ella y con mis hermanos y definió la estrategia. Llamaron a la autoridad y se incorporaron dos expertos en negociación de secuestros que salvaron mi vida.

La música sonó en alto volumen todo el tiempo. Por ahí de las 5 de la tarde mi esposa había conseguido menos de la quincuagésima parte de lo pedido. Entendieron mi mensaje. Me puse feliz sin demostrarlo y sentí que había ganado. Solo era cuestión de tiempo para negociar entre lo pedido y lo ofrecido.

Nunca tuve miedo; quizá porque acepté que me iban a matar y no había nada qué hacer. También di por hecho que me golpearían. Ni una ni otra. Claro, mucha violencia psicológica. Recé y medité todo el tiempo. Incluso hubo momentos de mucha luz, paz y amor interior. Soy muy afortunado: amo y soy amado; hago el bien; estoy sano y en paz. Mi esposa y yo hemos educado bien a nuestros hijos y están encausados. Podía morirme, pues mis hijos son jóvenes de buen corazón y saben que tienen que continuar su preparación para tener una vida útil y feliz.

Mi mujer es un roble. Enorme, entera, entregada. Mi familia estuvo reunida y muchísima gente rezó por mí. Uní a mis amigos católicos, judíos, cristianos y ateos en una energía que me llegó. Recorrí mi vida mentalmente muchas veces. Solo instantes felices. Desde niño he reído cada día de mi vida. He hecho lo que he querido y soy feliz. No podían romperme las pistolas, las amenazas ni mucho menos el mal que hacen esos delincuentes.

Por la noche me preocupé más por los míos, pues sabía que me imaginaban en peores condiciones. Fue una noche larga. Había dos vigilantes. Tenía la boca muy seca pero tenía agua; orinaba más de lo que bebía; deshidratación por adrenalina. La respiración fue mi aliada. Dios estuvo conmigo todo el tiempo y viví el amor de los míos en una introspección poderosísima.

Acepté todo lo que me dieron. Había una cubeta para mis necesidades. Olía mal el cuarto y peor la cobija, pero hizo frío. Cuando amaneció regresaron las amenazas para conseguir más dinero y el cuento de que mi esposa no quería pagar. Varias veces la amenazaron con que me mandarían en pedazos en una bolsa. Salían del cuarto y retomaba la meditación. Respiraba y rezaba. Mi familia esperaba horas largas e infames la siguiente llamada.

Negociaban con mi mujer y hacían que yo llamara a mis contactos para pedir un préstamo urgente. Por fortuna avisaron a la mayoría de mis amigos que no contestaran.

Por suerte y para mayor riesgo no eran profesionales. La mayoría de las voces (8) eran de personas jóvenes. Fueron bajando drásticamente el monto. Al final les dije que no podía conseguirlo pero podía depositarles al día siguiente. Les decía que no les convenía muerto. Qué era un hombre público y se convertirían en un blanco. Se molestaban pero me oían. Les expliqué el Síndrome de Estocolmo y parecieron interesarse: la frecuencia de nuestra comunicación era única; la suya, por la adrenalina del riesgo que corren; la mía porque me conocían en la mayor vulnerabilidad posible; claro, todo con palabras sencillas. Afirmé que por eso nos caíamos bien.

El bueno decía que las dificultades de la vida lo habían puesto ahí. Era el golpeador pero no me quería pegar. Otro anunciaba un tiro para que les creyera. Era el mismo que me encañonó y cortó cartucho amenazándome de muerte.

Decidieron liberarme tras los pagos de mi esposa, un amigo y un primo. Me dieron instrucciones precisas que seguí al pie de la letra. Donde me dejaron tenía que caminar a un taxi, no podía mandar mensajes (me dieron mi teléfono) hasta que llegara a México. Me explicaron dónde estaba el coche. Cruzando la ultima caseta mandé un mensaje de voz y llamó mi esposa. Lloré con ella y con mis hijos. Me esperaban en casa. Nunca vi tan cálido mi hogar ni había sentido con tal intensidad lo bendecido que soy por tener una familia tan bella y amorosa, y tan grande y maravilloso grupo de amigos.

La pesadilla que viví en nada se compara con la angustia de mi familia y mis amigos, especialmente de mi amigo-hermano Pablo, quien se hizo cargo del asunto y contactó a Omar García Harfuch, quien envió a Mario Bazán y Jesús Olvera, expertos en negociación de secuestros. Ellos me explicaron que no debía pagar (pensaba hacerlo para quedar en paz y deshacerme de esa gentuza para siempre). Me dijeron que así operan esos delincuentes: entre más se les dé, más piden... Llamaron al día siguiente y colgué. No volví a contestar y ya no llamaron.

En mi casa había cartulinas con lo que debía decir mi esposa en las negociaciones. Los expertos definieron con exactitud el perfil de la banducha. Si usted o un ser querido tienen la desgracia de vivir algo así, denúncielo, asesórese y no pague de inmediato ni lo que piden. No caiga en sus trampas psicológicas.

Tan fácil que es criticar a la autoridad sin tomar en cuenta a funcionarios ejemplares, como estos, que se entregan sobradamente a su noble tarea: se instalan en casa de la víctima (durmieron en mi casa), capacitan, dirigen, deciden, interpretan, analizan y salvan vidas y familias enteras.

Claudia Sheinbaum hizo una extraordinaria designación con Omar García Harfuch y él con Mario Benítez y Jesús Olvera, ambos con dos carreras y una larga trayectoria de ayuda y salvación. La inteligencia de este país funciona y salvó mi vida.

El presidente López Obrador está decidido a combatir el crimen; quizá la puesta en marcha de la Guardia Nacional ha generado el natural reacomodo de cambio de gobierno, lo que aprovechan los delincuentes sin alma, que por un puñado de pesos se arriesgan a ir de 40 a 70 años de prisión. Falta educación y conciencia, pero estamos trabajando en ello.

Que Dios ayude y bendiga a México y a todos nosotros.

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