¿Cuántos políticos mexicanos, llamados en forma equivocada “servidores públicos”, siguen negando, por intereses futuros, que la grave tragedia evitable de la línea 12 del Metro, tiene dos responsables: un ingeniero y una compañía constructora?
Un tramo elevado, soportado por una trabe horizontal de concreto armado, apoyada en dos columnas del mismo material, calculadas para soportar todo tipo de esfuerzos estáticos y dinámicos, viento y sismos incluidos, falló y mató a 26 personas y lastimó a cien más, que siguen en recuperación médica, en varios hospitales.
No se requiere ser ingeniero civil titulado para considerar que ese percance deriva de falta total de responsabilidad y de ética profesional.
La señora Sheinbaum, lo primero que hizo, antes de enterarse de las personas que habían muerto, incluido un niño de ocho años y de varias docenas de heridos dispersados, sin ningún control de su ubicación en hospitales en toda la inmensa ciudad, proclamó a los cuatro vientos que iba a traer ingenieros noruegos para que indicaran la ausencia de culpables en la tragedia. Para ella no había responsables.
Al mismo tiempo, con bastante aprensión, nos enteramos qué las operaciones del Metro de la Ciudad de México no estaban bajo la responsabilidad de un ingeniero, sino de una amiga de Claudia, sin ningún conocimiento técnico, la señora Serranía, quien de inmediato declaró que ella no renunciaría a su puesto. Sin ninguna consideración de la gravedad de la tragedia. AMLO tomó la misma actitud. Mientras, a Claudia le preocupaba únicamente su porvenir en la presidencia del país, en el próximo sexenio.
Nadie se atrevió a investigar y menos nombrar a la empresa constructora involucrada en la tragedia. Tenía que haber una publicación extranjera, para enterarnos del nombre de la constructora y el nombre de su propietario. Fue el New York Times, quien en un espléndido informe del “accidente” de la línea 12, publicó los datos faltantes prohibidos.
¿Aun así se sienten presidenciables?