La Feria

El Presidente volador

Aviones comerciales vuelan al Felipe Ángeles. Bueno, no. Pero si ya rifamos un avión que no rifamos, a poco no podremos inventar un aeropuerto que no será civilmente un aeropuerto.

Si algo hay que reconocerle es su capacidad, empeño incluido, para inventarse realidades.

Esto no prejuzga verdad o mentira de lo inventado. Sólo destaco la extraña coherencia entre lo que dice, el aparente convencimiento con que lo dice y el hecho de que otros gritan a los cuatro puntos cardinales que es verdad. Ayer inventó la funcionalidad de un aeropuerto. Acto seguido, una corte jura que el aeródromo existe, que por ésta que sí, que sí ha nacido en México una nueva terminal aérea.

El Presidente hace un vuelo hechizo y declara, como un Moisés mexica, que la vida aeronáutica de la nación está aterrizando en la tierra prometida. No hay tal, pero qué importa lo real cuando puedes crear un cuento que será repetido por gente pagada con el erario, por tus seguidores, por tu prensa. Donde unos ven un truco mediático –y la mayoría simplemente un burdo montaje–, la oficialidad aplaude una nueva era: la palabra del mandatario ha pasado de promesa a realidad. ¡Aleluya al Señor!

Un vuelo no hace verano. Menos aún uno hecho para las cámaras, para las redes. Pobre Felipe Ángeles, de nuevo, y ahora sin haber tenido nada qué ver en la decisión, le tocará perder. El nombre del general fusilado cargará, sin deberla ni temerla, la ingrata tarea de ser utilizado para santificar un proyecto hecho de pura megalomanía. Si Texcoco era faraónico, Santa Lucía es fantasmagórico.

La enfermedad de López Obrador, de la cual afortunadamente se ha recuperado, confirmó que la suerte le acompaña. La convalecencia le permitió evadir las críticas por el parón en la llegada de vacunas. Y ahora, su retorno coincide con las ceremonias castrenses de febrero. Doy gracias a la Virgencita por haberme permitido recibir en estos días el cariño de soldados y marinos. Amor con amor se paga.

¿Recuerdan aquella foto clásica de Díaz Ordaz, a la risa y risa con los militares? Es cierto. Así son todos los presidentes mexicanos. Se abrazan a las leales Fuerzas Armadas. La pregunta es qué nos quiso decir el hoy titular del Ejecutivo al poner antes de la mañanera su videíto de aquí, casual, en Palacio, luego de honores a la bandera conversando campechanamente con el general secretario y el almirante. ¿Otra imagen, como la de Gustavito, para la historia? ¿Para cuál historia? ¿Ya les dio dinero, proyectos clave y ahora les comparte protagonismo? Como dijo el cantante: ¿A dónde vamos a parar?

Santa Lucía vuela. Bueno, no. Aviones comerciales vuelan al Felipe Ángeles. Bueno, tampoco. Pero si ya rifamos un avión que no rifamos, a poco no podremos inventar un aeropuerto que no será civilmente un aeropuerto. Es más, ¿por qué no decimos que ya existe, que ya recibe vuelos comerciales, que ya cambió México, que ya no hay corrupción? Que venga Arturo; no, ése no, el otro, el que dizque iba a juzgar la legalidad de esta obra –mivido–, y que se traiga una franela para que le dé una sacudida a la maqueta. Qué lujo de equipo tengo. Dos ministros, la de Gobernación y éste –¿cómo me dijeron que se llama?– que no me da el avión. Ah, sí, Arturo, se llama.

Frente a tanta inventiva, ante tamaña operación de propaganda, serenidad y paciencia, como decía Kalimán. El tiempo pone a las falsedades en su lugar. Una cosa es reconocer la capacidad del Presidente para alienar a sus huestes y generar espejismos, y otra la necia y aburrida realidad. Porque de ayer, además del demasiado protagonismo militar en este gobierno, lo único real es que tenemos un Presidente volador.

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