Murió esta semana la periodista nacida en Argentina, Mónica Maristain. Por ahí dicen que toda muerte es prematura. La de esta reportera y editora cultural es demasiado prematura. No por su edad, que ya de suyo es lamentable fallecer a los 67, sino por su vitalidad única.
En su sitio de internet (maremotom.com), iniciativa independiente que confirma que Mónica fue una empresa cultural por sí misma, están colgadas las reseñas y crónicas de su última incursión en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, uno de sus dominios.
La noticia de su deceso puede servir para que cualquiera disfrute de nuevo sus letras, su mirada perspicaz, su modestia total: la periodista como canal que elige lo mejor de cuanto escucha y ve, y lo comunica sin entrometerse innecesariamente, sin estorbar. Un lujo hoy día.
Está, por ejemplo, la crónica de la comparecencia de Joan Manuel Serrat en la FIL ante mil jóvenes.
“El tiempo se lleva lo grueso, pero las pequeñas cosas nos salvan”, cita Maristain al cantante irrepetible. Y ella añade: “Afuera, en los pasillos, los jóvenes repetían el mensaje como si hubieran escuchado una canción nueva”.
Mónica nos lleva al espacio que fue desbordado por esos jóvenes. Y retrata el momento: “La literatura y la memoria mantienen vivos los escombros de la belleza, nos dice, y la canción que Serrat no tenía necesidad de entonar, sigue en proceso, los pájaros cambian, los árboles se desplazan, la reina de la selva pide un manto nuevo. Nada está cerrado. Y en esa indefinición –decía– tal vez reside el encanto de la paciencia”.
Toparse con Mónica en una rueda de prensa suponía saberse en desventaja. Leía todo (de hecho, su último libro, presentado el 2 de diciembre en la FIL GDL, es titulado Leeré hasta mi muerte), pero no era una presumida ni mucho menos pedante. Lo que te derrotaba era su curiosidad en cada pregunta: las de cortesía al saludarte, las bien preparadas al comparecer ante el entrevistado.
Parte de su secreto lo contó en su libro de 2023, Los mexicanos ejemplares, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León: “Hace 23 años que vivo en México. No sé por qué los años pasaron así. Nunca me dije: voy a vivir más de la mitad de mi vida en una nación que no conozco, pero el tema del exilio siempre me ha dado el doble de curiosidad, el doble de querer enterarme de algo en donde yo no estuve.
“La escritora Silvia Molina me decía que todos los chismes en torno a Elena Garro y Octavio Paz ya se sabían. Lo que intento decirle es que en mi caso no crecí en torno a esos rumores, debo conocerlos ahora. Así es un poco todo lo que tiene que ver con México: debo saberlo todo, debo comprobarlo, debo estar atenta, dispuesta a dejarme sorprender.
“Una de esas cosas es que México es un país lleno de mexicanos ejemplares. Podría decirse que es una nación de narcos, de violentos, de gente que come mucho chile, un lugar donde la gente es cordial o, a veces, se prende como una tromba en contra tuya, pero la verdad es que, estando atento y curioso, son muchos más los mexicanos ejemplares….
“Ha dicho Walter Benjamin que la entrevista es para él una conversación entre dos personas, una conversación seria y con un propósito. He seguido esa línea a lo largo de toda mi carrera y he gozado de conversaciones intensas, de aprendizaje, con mucho afecto e inolvidables”.
“Qué suerte que los conocí”, remata en el prólogo de ese volumen Mónica, la curiosa insaciable, la que no se conformaba con que las anécdotas pasadas no han de ser recontadas, la que habitó un cuarto de siglo entre nosotros preguntando, la que conversaba con propósito.
No, Mónica, qué suerte que te conocimos.