Cayó César Duarte y la noticia suena tan de la década pasada. Se trata de una demostración morenista de cómo explotarán el pozo de la corrupción de los gobiernos estatales (¿y será que el federal?) anteriores a 2018. Y hay bastante lienzo de dónde cortar.
Duarte (presuntamente) desfalcó, huyó, se escondió y lo pescaron. E increíblemente a los dos años de ser extraditado, dejó la cárcel.
Una de las traiciones por las que Enrique Peña Nieto tendría que rendir cuentas es por consecuentar a la camada de gobernadores priistas en los que fincó su llegada a la Presidencia en 2012. Por no perseguirlos, hoy estamos en graves problemas.
Es la manera en que EPN barría la basura debajo de las alfombras, permitiendo incluso que Javier Duarte, de Veracruz, escapara para no enfrentar la justicia, la que hoy permite a Morena tapar el sol de escándalos presentes con un dedo del pasado.
La noticia de este lunes, de que la Fiscalía General de la República recapturó a César Duarte, bajo acusaciones de lavado de dinero (delito que ahora sabemos hace un año se le pidió a Estados Unidos que se incorporara a la carpeta de extradición) sacude al PRIAN.
La suerte se le acabó a César Duarte, que en marzo de 2018 vio a la entonces Procuraduría General de la República (acéfala ese año) regalarle un carpetazo por lavado de dinero, delito bancario y defraudación.
Peña Nieto, que dicen anda en México luego de algunos años de vivir en España y Dominicana, que presume que jugar golf es su terapia ocupacional como si no entendiera que no entiende quién ganó en 2018, quizá debería viajar de nuevo fuera del país a la brevedad.
El expresidente que no ha explicado la Estafa Maestra, y ninguno de los escándalos de su mandato –la casa blanca, su “investigación” de Ayotzinapa, los desvíos en el Fonden, el que además de los Duarte, Roberto Borge hiciera de Quintana Roo su festín, entre otros– debería repensar si el supuesto pacto que se dice tuvo con Andrés Manuel López Obrador será honrado (vaya término para un supuesto enjuague) por su sucesora.
Por lo pronto tenemos a partir de este lunes el retorno del caso contra César Duarte, que no es difícil que salpique a la gobernadora panista Maru Campos, justo en la antesala del inicio no oficial ni legal, pero arranque al fin, de la sucesión en Chihuahua.
Tenemos la primera cacería de tiempos de Claudia Sheinbaum en contra de eso llamado “peces gordos” del pasado de corrupción del PRI y del PAN. No distraerse con la “reapertura” del caso Colosio y la engañifa del segundo tirador. El de Duarte sí será de primetime.
Sheinbaum fue, como gobernante capitalina, decidida promotora de juicios en contra de figuras del gobierno (es un decir) de Miguel Ángel Mancera. Ahora la salida de Alejandro Gertz de la FGR acelera un caso contra un exgobernador del PRI patrocinador de Peña Nieto.
Ojalá al señor Duarte le sea garantizado un juicio imparcial y el ejercicio de su defensa en los escándalos por decenas de millones de pesos de sus tiempos, y que los chihuahuenses sean restituidos si se le encuentra culpable.
Lo de ayer es un homenaje también al periodismo que documentó latrocinios aquellos años, aunque Morena no lo reconozca.
Pero que nadie se confunda ni eche campanas al vuelo: no veremos a Adán Augusto López (entre otros morenistas) declarar por decisión de Ernestina Godoy.
La corrupción a perseguir será herramienta política de Morena. No un compromiso con la justicia para Chihuahua.