Rosario Guerra

Educación

El deslindar la educación de los parámetros universales, para no realizar evaluaciones que permitan mejorar calidad educativa a estándares reconocidos mundialmente, es un fraude.

Lo que más preocupa a las familias es la educación de sus hijos. Es una herencia intangible, pero que permite enfrentar los retos de la vida. Nada es más valioso para los padres que formar a sus hijos, darles las herramientas para mejorar su vida. La educación laica no solo implica el respeto a la libertad de cultos, es una expresión del libre pensamiento, parte de los derechos humanos. Desde Vasconcelos, los secretarios de Educación habían sido pilar de una formación liberal que fomenta la tolerancia, que permite lo diverso y que acerca el conocimiento universal a nuestra niñez.

Cierto es que a veces se desactualizan los contenidos, especialmente los libros de texto. En una revisión para introducir temas de género, a principios de este sexenio, trabajé para evaluar si se abordaba una visión sobre la igualdad entre hombres y mujeres. Los contenidos eran mínimos. Algo se abordaban de derechos políticos de las mujeres, en aspectos electorales de cuotas, pero no había contenidos sobre la no discriminación.

Hoy, hemos conocido un nuevo proyecto educativo que preside la delincuente electoral Delfina Gómez, que en lugar de mejorar contenidos científicos, históricos, teóricos, metodológicos, geográficos, lingüísticos, matemáticos, en fin, de opciones de formar un pensamiento crítico, libre e informado, se convierte en un adoctrinamiento político. Dice ir contra el neoliberalismo, que a final de cuentas es otra corriente de pensamiento que no tiene porqué censurarse.

Torquemada, de triste memoria, era el encargado de decidir quiénes deberían ser ejecutados por sus actos o pensamientos contrarios a lo que él interpretaba como fe.

Hace ya siglos que la fe y la razón se confrontaron, y el conocimiento, las ciencias y las artes evolucionaron con el libre pensamiento, derecho inalienable. El deslindar la educación de los parámetros universales, para no realizar evaluaciones que permitan mejorar calidad educativa a estándares reconocidos mundialmente, es un fraude.

AMLO sabe que educar es fundamental. Ha fracasado en sus proyectos: la universidad de CDMX, las 100 universidades nacionales. Ante los hechos, ha emprendido un embate contra las universidades públicas para controlarlas y formar jóvenes con ideologías adecuadas a su gobierno. Busca trascender y desde luego, la educación es un instrumento muy importante. Sus ataques a la autonomía universitaria, contra el rector Graue, contra el rechazo a aspirantes sin comprometer recursos para planta educativa y más aulas, es simple demagogia. Pero la presión es real. Hay que resistir y por lo menos en la UNAM lo hacemos.

El calificativo de maestros neoliberales en la educación primaria es inaceptable. Hay buenos, malos y excelentes maestros. Los hay que no dan clases y viven en el sindicalismo, pero nunca se había atacado al gremio como reproductor del neoliberalismo, de la meritocracia, elitista, patriarcal y racista. Yo me formé, como muchos mexicanos, con valores cívicos. En escuelas públicas conocí distintas visiones del país, de su historia, pero era nuestro país, con su diversidad, su pluralidad y sus regiones. Y admiraba a muchos maestros que me introdujeron a distintos mundos, visiones, explicaciones e interpretaciones de las ciencias y las artes.

Aprendí buen español, con buena ortografía y expresiones adecuadas. Las matemáticas y su lógica formaron parte de mi pensamiento crítico. Conocí a los héroes de la patria, aunque no comprendía por qué unos mataban a otros. Fue mi abuela quien me explicó la Revolución, en nuevos términos. Después, en la preparatoria y la universidad comprendí la complejidad de la lucha política y la guerra civil. De cómo se acabó con el asesinato como práctica de solución de confrontaciones y cómo las instituciones dieron cauce a una vida distinta.

El nuevo modelo propuesto no responde a la calidad educativa, es ideológica y los sesgos son limitantes del libre pensamiento, de la educación laica. Señala Max Arriaga, el nuevo Torquemada, que los gobiernos anteriores convirtieron la educación en negocio. Y hoy se prepara a los alumnos a compartir y no a competir, por lo cual se niega la excelencia, es competitiva.

La pandemia ha sido terrible para la niñez mexicana. La deserción educativa se incrementó drásticamente. Pero no se habla de esta emergencia educativa. Ni una propuesta para elevar de nuevo la matrícula escolar. Ni de educación en términos de las nuevas tecnologías de la información. El costo social de generaciones con carencias educativas y exceso de ideología no ayudará al mercado, ni al empleo.

México ya salió de las 15 economías más importantes del mundo. El Inegi informa un crecimiento trimestral de 1.5, lo que implica la pérdida de cuatro años y medio de actividad económica. La falta de inversión privada y de confianza contribuyen al estancamiento. El empleo ha caído, los jóvenes capaces y preparados no tienen opciones que premien su desempeño académico. Ese drama de que los hijos ya no podrán superar a sus padres en niveles de vida, es una triste realidad para miles de familias, que se esforzaron por darles a sus hijos la mejor educación posible.

Es muy triste ideologizar a la educación básica. Es terrible el ataque de AMLO a las universidades y la libertad de cátedra. Y perdemos por emigración a muchos otros jóvenes, en búsqueda de opciones de desarrollo profesional, que logran insertarse con éxito a otras economías de mercado, donde el talento es lo más apreciado.

Educación, preciado tesoro, que AMLO no logró nunca alcanzar.

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