Rolando Cordera Campos

Entre proyecciones y reinvenciones

El crecimiento estimado por el banco central, por arriba de 4.0 por ciento, depende de la dinámica de la economía estadunidense, de aquí la relevancia de desplegar una política industrial que buscaría llenar los huecos que ha dejado la evolución industrial.

Las estimaciones y proyecciones para este año y siguientes pueden ser alentadoras, pero también fuente de ilusiones. No podremos dejar el pozo depresivo del año pasado, aunque pudiera decirse que la recuperación empieza y podría adquirir momento pronto. Así parecen pensar no solo en Banxico, sino en la OCDE y algunos grandes de la banca privada y las (des)calificadoras. En medio siguen nuestros fardos estructurales, resumidos en un mundo laboral con mucha precariedad y sometido a bajos y muy bajos ingresos medios, con sus impactos sobre la masa salarial y el ritmo de avance del consumo privado y el mercado interno, lastre no solo para una recuperación basada en las fuerzas económicas internas sino obstáculo para ser dinámicos exportadores y conquistadores raudos de más mercados externos.

El crecimiento estimado por el banco central, por arriba de 4.0 por ciento, depende de la dinámica de la economía estadunidense y del monto de las remesas de los mexicanos. Sin menospreciar los envíos monetarios que, además, han mostrado una tendencia al alza, debe admitirse que sus impactos sobre el crecimiento económico agregado tienen límites regionales y de interconexión con el resto de los mercados y actividades productivas. Y algo similar ocurre con nuestras exportaciones: no "jalan" significativamente al resto de las industrias y mantienen un alto contenido de importaciones, lo que merma los efectos internos sobre el empleo y las relaciones interindustriales.

De aquí la relevancia de desplegar una política industrial, como se dijo hace unos días en las sesiones del seminario "Diálogos para el desarrollo", organizado por el IDIC, la Concamin, el Colegio de México y el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Una política de esa naturaleza buscaría llenar los huecos que ha dejado la evolución industrial de las últimas décadas e "inventar" nuevas actividades con base en proyectos bien pensados y definidos de recreación industrial, desarrollo regional y fusión banca-Estado-empresa.

La clave está en construir nuevas "ecologías" o sistemas de innovación que sostengan una industrialización que, si bien ha sido capaz de gestar una integración extendida y bien arraigada en la economía estadunidense, como lo ha señalado el colega y amigo Antonio Gazol, no ha logrado una integración interna, un orden industrial capaz de sustituir eficientemente al que se agotó al calor de las crisis financieras y económicas de los años ochenta.

Se puede iniciar desde ya, identificando ramas industriales como prioritarias por sus potencialidades, tanto en términos de valor agregado como en los decisivos renglones de la innovación y absorción tecnológicas, afirmó el doctor José Romero del Colmex; los apoyos necesarios no significarían, agregó, incurrir en más deuda ni recursos fiscales que implicaran una reforma tributaria. Sin duda, éste es un tema crucial que atañe al financiamiento del desarrollo en su conjunto; quizá de momento podemos dejarlo en "reserva", pero no olvidarlo, porque tarde o temprano nos pone frente a la penuria fiscal del Estado y la "mala educación" de la banca implantada en México, en lo que se refiere al crédito productivo.

Supongamos sin conceder, como señalan los abogados, que puede darse un nuevo despegue industrial sin estímulos estatales extraordinarios; de ser el caso, ¿cuáles deberían ser sus componentes? En primer término, una explícita voluntad política del Estado para la construcción del edificio simbólico y productivo de una nueva industrialización, lo que por lo pronto no aparece por ningún lado; se requiere, también, una convocatoria al conjunto de la sociedad para que se incorpore en esta renovada y renovadora saga pensada más allá de procesos productivos, porque se alimenta de ejercicios de imaginación e ingeniería, proyectos y visiones, y no solo con réplicas de diseños foráneos, por exitosos que hayan sido o sean.

Imaginar no solo un sistema industrial sino toda una "ecología" de innovación, riesgos y asociaciones empresariales de todo tipo, es lo que necesita ser incorporado en una agenda de política industrial como la delineada en el seminario aludido. Reconquistar el ánimo industrial es una tarea política y cultural que, a partir de una crítica racional e histórica del trayecto seguido por México desde fines del siglo XX, sume recursos y voluntades.

Al empezar a caminar en este sentido, podremos advertir lo mucho que el desarrollo como cambio social, modernidad y aprendizaje democrático, se nos extravió en el camino de una globalización que renegó de esos adjetivos para hacernos creer en la magia.

Si esta es la hora de una nueva política industrial, concebida como necesidad y oportunidad, habrá llegado también la hora de la reivindicación de la política, la democrática y la económica.

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