Rolando Cordera Campos

Más allá de triunfalismos precoces: recuperar el diálogo

Ponerse de acuerdo no es, no debería serlo, tarea imposible si los jugadores tienen claridad en objetivos que puedan traducirse en posturas comunes y obligatorias.

Con estruendo, medios y aficionados, profesionales de la política y público en general, que todavía deambula por ahí, gritaron el ¡Arrancan! a la espera de alguna clase de milagros. La doctora Sheinbaum ha montado en su caballo y empieza a recorrer el país, mientras que la ingeniera Gálvez se empeña en desafiar las complicaciones del tráfico y monta en su bicicleta.

Ahora, para quien lo haya olvidado, tenemos partidos, medios volcados en pos de “la nota”; redes apoderadas del espacio cibernético y toda clase de hábiles especialistas, pero faltan ideas de futuro, como solíamos proclamar y reclamar en los primeros lustros de la transición a la democracia. Se esperaba el arribo de políticos con visión y vocación, dispuestos a dar la pelea y evitar que los asuntos públicos fueran un mero “divertimento” de elites partidistas.

El Presidente y su grupo cercano parecen prepararse para una despedida punto menos que festiva. Según sus peculiares criterios de evaluación, todo marcha sobre rieles: la economía se alimenta de mayores y nuevas inversiones; la pobreza se reduce, a pesar de los cálculos dispares que advierten prudencia y no adelantar festejos, ante lo que en todo caso es todavía una expresión coyuntural; y su partido libró las primeras trampas de su propia sucesión, permitiendo que los grupos y personalidades instalados en las estructuras del poder territorial se feliciten con lo que ven como un triunfo arrollador.

Supongamos que todo cuadra; que en efecto vamos rumbo a unos cambios de gran envergadura que nos harán más productivos en lo económico y ejemplares en las relaciones foráneas. Que gracias al aprovechamiento impecable de unas finanzas bien conservadas y una novedosa reinscripción en la economía global, que parece recomponerse, se despejan las incertidumbres … ¿y luego, hacia adelante qué? ¿Cuáles son los ases económicos que la cuatro te va a ofrecer en el casino electoral?

¿Hay alguna idea, algún plan, frente a una eventual voltereta en el enorme juego de poder en que se han embarcado los Estados Unidos? ¿Son suficientes las inversiones privadas, recuperadas espectacularmente, para inscribirnos en un proyecto mayor de política industrial, como lo propone la Concamin, que desde el principio contemple el siempre duro tema de la distribución satisfactoria de los frutos de ese eventual crecimiento que pueda romper las férreas tendencias dominantes desde los años ochenta? ¿Qué lugar ocupa en sus planes la creación de empleos formales y bien pagados?

Y ¿qué esperar de sus ases políticos? ¿Consideran que es suficiente la política actual y sus formas para incluir a una sociedad como la mexicana, cada día más grande y desigual, pero abierta al mundo? Lo hecho en materia de seguridad ¿es suficiente para encarar y superar el enorme nudo de la violencia criminal, que sin remedio involucra a miles de jóvenes, ajenos a los cantos victoriosos del gobierno y su coalición?

Lo reconozcamos o no, la violencia se ha impuesto. Real y simbólicamente el país está en medio de un remolino de terror y abuso y, sin superar este alucinante torbellino de autodestrucción no podremos avanzar como comunidad civilizada y progresista. De aquí la necesidad crucial, vital, de recuperar el valor del diálogo y la deliberación y, desde luego, enfilar las ansias de los sentimientos y las voluntades de muchos para reivindicar a la política y su valor. Éstas son el tipo de promesas que queremos escuchar, sustentar y criticar, porque no hay otro camino para una nación tan maltratada.

México requiere de un acuerdo nacional, hay que repetirlo, un pacto del que no debe quedar excluido ningún actor, menos en función de humores o fobias; deben tener lugar los tres poderes –Ejecutivo, Legislativo y Judicial–, los partidos, las organizaciones civiles, la academia, los medios de comunicación, las instituciones. Sin embargo, no solo está en falta el Ejecutivo, que debería “llevar la mano convocante” como parte natural de sus tareas y políticas, también lo está el Congreso, al que le queda elaborar y procesar un posible “acuerdo en lo fundamental”, y que ha sido incapaz de darle la vuelta a la trivialización de la política.

El pacto necesario, el que hace falta, debiera ser el compromiso que nos vincule a partir de decidir y definir qué Estado y qué país queremos y podemos construir tomando en cuenta nuestra situación y la del mundo; oportunidad inmejorable para plantearnos objetivos de largo aliento.

Ponerse de acuerdo no es, no debería serlo, tarea imposible si los jugadores tienen claridad en unos objetivos que puedan traducirse en posturas comunes y obligatorias. Ciertamente, se necesita amplitud de miras y buenas dosis de humildad para negociar y hacer concesiones, disposición a ceder en función del bien común. Debe ser un acuerdo que fije rutas, plazos, prioridades; que elabore una nueva racionalidad del Estado, sostenida en un orden social y económico compatible con los principios democráticos y claramente comprometido con la justicia social.

COLUMNAS ANTERIORES

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.