Rolando Cordera Campos

La misma piedra

Sin inversiones, se perderá la oportunidad que todavía parece virtuosa en lo económico, que es indispensable, para volvernos una máquina productiva.

Supongo que nadie se llamará a asombro si propongo que el desvanecimiento de nuestra idea del desarrollo forma parte importante del desvarío mayor en que hemos caído. El desarrollo, lo hemos tenido que aprender a un costo elevado, implica al Estado nacional, nuestras formas preferidas de gobierno y a la propia democracia que tanto tiempo y esfuerzo reclamó para volverse lingua franca de la política y los políticos mexicanos desde fines del siglo XX.

De hecho, no fueron pocos quienes imaginaron que con su arribo llegarían otras virtudes. Que podríamos darle un giro a la absurda austeridad, impuesta por el secretario Gil Díaz desde Hacienda, en tanto que, con el giro institucional hacia la democracia representativa, surgirían nuevas formas de trato entre el capital y los gobiernos. El saldo podría ser positivo si ese aliento inaugural se poblaba de políticas renovadoras con la mirada firme en grandes y pequeñas visiones transformadoras, de las relaciones industriales en general, y también de las mayormente vinculadas con el reparto de los frutos de la recuperación del crecimiento y su conversión en dinámica autosostenida. No en balde teníamos la llave para inscribirnos en la globalización que irrumpía, asociada con la economía más grande y pujante del globo.

No ocurrió así y todavía esperamos nos sea entregado un balance robusto de lo hecho y dejado de hacer, para tener ideas más certeras sobre una probable ruta que no nos lleve a tropezar con la misma piedra. Error que, como sabemos, es juego permanente de la especie y el panorama actual lo recuerda dolorosamente.

El gobierno actual no ha realizado este ejercicio elemental cuanto crucial. Más bien, ha reiterado con obstinación digna de mejores causas su fe austericida. Ha renunciado a cualquier esfuerzo, mínimamente coherente, que busque dar actualidad a la política industrial. El prontuario anunciado por la entonces secretaria Clouthier rápidamente pasó al anonimato más rotundo y el Presidente se exhibió como un vendedor de terrenos y agua, como si con eso bastara para poner en movimiento las energías nacionales en convenios de asociación e inversión de largo plazo.

Sin inversiones, lo sabemos, se perderá la oportunidad que todavía parece virtuosa en lo económico y para el mapa de actores, que es indispensable, para volvernos una máquina productiva que nos devuelva a la idea del desarrollo como transformación productiva, cambio social y aprendizaje democrático. Como lo plantearan Prebisch y sus compañeros de la “Fantasía Organizada”.

Tal vez, los aspirantes a ser comisionados para una misión heroica, como la planteada en estos tiempos, logren liberarse del epíteto denigrante de “corcholatas” y empiecen a pensar por cuenta propia. Entonces, de ocurrir tal milagro, se acordarían del Estado y del desarrollo, de lo vital que es recuperar hasta reconstruir una visión del mundo asociada a la del desarrollo como actividad y compromiso político e intelectual. El gobierno que los promueve no lo hizo, desechó la posibilidad.

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