Rolando Cordera Campos

La globalización, sus avatares…y renovados descontentos

Ahora que enfrentamos mareas que impiden trazar rumbos para la reorganización del mundo, es pertinente no olvidar las amargas lecciones de la historia.

En una entrega reciente para Project Syndicate (20/02/23), el profesor y gran biógrafo de Keynes, Robert Skildesky, nos advierte sobre la necesidad de no olvidar la historia y asumir sus amargas lecciones. Indicación pertinente ahora que estamos viviendo las tumultuosas mareas que impiden trazar rumbos para la reorganización de la economía mundial y su globalización.

El profesor inglés nos remite a “olas” globalizadoras como metáfora del fenómeno de la mundialización, movimiento incesante de olas que van y vienen no exentas de adversidades, como si sus bondades tuvieran que pagarse, tal vez, a precios muy altos como ocurrió con la primera gran ola globalizadora propiamente capitalista, que arrancara allá por los años setenta u ochenta del siglo XIX y terminará con la Primera Guerra, su secuela de Gran Depresión, derrumbe de las democracias europeas y su trágico aterrizaje en la Segunda Guerra.

Ahora que el mundo parece empeñado en una desglobalización, o una pausa en el proceso de integración planetaria que marcó las primeras décadas del siglo actual, está por verse si podrá evitarse un final parecido. Por lo pronto, queda claro que sin contar con sólidos cimientos políticos no hay futuro para la globalización, como lo advirtiera nada menos que el profesor Lionel Robbins, profeta indiscutido del libre mercado y la competencia ampliada.

La revisión de lo hecho en estas décadas, de frenética construcción global, no puede verse como un remedo de patéticas lecciones pasadas, requiere de muchas reflexiones y, sobre todo, deliberaciones planetarias. Sin duda nacionales, dada la cada vez más frecuente impaciencia ciudadana con el funcionamiento de las democracias que dejan lugar a reclamos airados y desordenados de grandes grupos de jóvenes, sufrientes de la globalización, y las crecientes incapacidades políticas y monetarias de los Estados para ofrecer mínimos de protección social.

Sin recursos, no es posible sostener, menos ampliar, la cohesión de las sociedades cruzadas por una desigualdad que hasta hace poco se consideraba intolerable para unas democracias representativas que celebraban sus victorias al final de la Guerra Fría.

Si bien los acomodos y reacomodos irán más allá de la economía, como ocurrió en 1945 cuando se perfiló un mundo que buscaba que “aquello no volviera a ocurrir”, Ucrania y el Medio Oriente están para recordar, bárbaramente, que la historia puede repetirse y no como farsa.

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