Cronopio

Nosotros en la 'combi'

La secuencia de imágenes muestra la vulnerabilidad en la que nos encontramos y, también, el enorme vacío cultural, moral habría que decir, que ha provocado la impunidad entre nosotros.

En sus memorables ensayos sobre la fotografía, Susan Sontag afirmaba que había algo depredador en la acción de hacer una foto. "Fotografiar personas es violarlas, pues se les ve como jamás se ven a sí mismas, se les conoce como nunca pueden conocerse; transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente".

Más allá de la relación entre el fotógrafo y la realidad, entre el ojo y el objeto, de nuestra promiscua tentación a inmortalizar, Sontag sugería que las imágenes captadas a través de la fotografía hablan elocuentemente de nosotros. Son una manera de reconocernos en el tiempo. De descifrar lo que nos importa y lo que ocultamos. Las fotografías no sólo reproducen lo bello según nuestros deseos contingentes, sino que atestiguan, capturan, documentan, reciclan lo que somos y hasta lo que negamos. Explican "el hombre al hombre", mientras almacenan a capricho el mundo. Sorprenden a la realidad desprevenida, en sus contradicciones, en toda su crudeza. Revelan inmisericordes la forma del momento. La estética del instante.

La imagen de un torpe delincuente vapuleado por sus víctimas en el reducido espacio de una 'combi' expone la deformación de nuestra convivencia colectiva. La secuencia de imágenes muestra la vulnerabilidad en la que nos encontramos y, también, el enorme vacío cultural, moral habría que decir, que ha provocado la impunidad entre nosotros. El crimen, la violencia, son la norma de nuestra cotidianidad. Un costo interiorizado, el impuesto informal y extralegal, para pertenecer a la comunidad. Dado el nulo riesgo a sufrir la represalia de la ley, el mínimo parpadeo es una oportunidad para afrentar a los otros. El instante de la parada es testimonio gráfico de que subsistir es una riesgosa apuesta diaria. El exiguo valor del botín se impone en el paisaje de la desmesura de nuestra disposición para violar la ley. El desenlace como probabilidad de que, ante el vacío de la autoridad del Estado, cualquiera puede ser víctima o terminar el día como victimario.

"Como cada fotografía es un mero fragmento, su peso moral y emocional depende de dónde se inserta", dice Sontag. Cambia según el contexto donde se ve. Su significado es el uso, remata la ensayista neoyorquina. ¿Qué peso moral y emocional tienen en nuestro contexto las imágenes de la 'combi'? Me temo que en la comicidad del episodio y nuestra capacidad de ridiculizarlo todo, pasó preocupantemente desapercibida la emoción colectiva que las imágenes desnudan. En nuestra cultura, en los códigos de nuestra moral positiva, en ese sistema compartido de creencias sobre lo que admitimos como justo e injusto, la venganza por propia mano se ha convertido en una razón válida, justificada, de nuestras acciones. El comportamiento que estimamos debido ante la galopante impunidad que nos rebasa. La forma natural de canalizar la ira, la desesperación, nuestras frustraciones. Lo sintetizaba plásticamente un comentarista de televisión: no es que abonemos en la apología del delito, pero bien merecido se lo tenía el criminal de la 'combi'.

No es cosa menor la tímida reacción de las autoridades ante la festín social que produjo el escarmiento capturado en esas imágenes. El Estado no sólo contempla la crónica gráfica de su ineficacia, sino que también renuncia a condenar hechos que representan los síntomas más gravosos de su propia debilidad. La autoridad se achica en el reconocimiento de que la sociedad tiene cierta razón de estar enfurecida. En lugar de reanimar la pedagogía colectiva de que la ley del más fuerte conduce a la anarquía, el Estado con su silencio abona a la percepción de que la autodefensa es causa justa. Que su razón de ser, su lugar en la sociedad, su función frente a las libertades de todos, puede ser sustituida a base de palizas merecidas.

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