Cronopio

Dos años y el estilo personal de gobernar

Gil Zuarth escribe de la presidencia que no conoce otro código que la voluntad del presidente y fin mayor que la complacencia histórica de sí mismo.

Es pronto para un balance ponderado. En sólo un tercio del mandato presidencial, difícilmente se puede vaticinar un determinado desenlace. Las circunstancias, lo imprevisible, pueden alterar de un momento a otro la tendencia esperada de un régimen. Y es que la historia enseña que la adaptación astuta a la realidad, el arrojo frente a una coyuntura, la aptitud autocrítica de cambio, pueden en un instante reanimar cualquier liderazgo que se da por perdido. Pero, también, revela que la negación, el pasmo, la intransigencia, la incapacidad solipsista de entender lo que acontece más allá de la propia voluntad, terminan por agrietar, tarde o temprano, hasta las más sólidas bases de legitimidad política.

A estas alturas, sin embargo, es posible ver los trazos de esas formas, características e inclinaciones del poder presidencial que Daniel Cosío Villegas denominó como "el estilo personal de gobernar" para describir cómo el temperamento, el carácter y, en general, las siluetas de la personalidad se imponen sobre los actos de gobierno, precisamente cuando es baja la capacidad de las instituciones para racionalizar y encauzar la acción pública. Dice Cosío Villegas en su lúcida crítica al presidencialismo mexicano:

"(…) puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente, o sea que resulta fatal que la persona del Presidente le dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible. Es decir, que el temperamento, el carácter, las simpatías y las diferencias, la educación y la experiencia personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por lo tanto, en sus actos de gobierno" (El estilo personal de gobernar, 1974).

Para Cosío Villegas, es una verdad política fuera de duda que la personalidad del gobernante influye inevitablemente en sus decisiones. Pero la debilidad de la tradición y de las instituciones facilita igualmente al poderoso a tomar cursos caprichosos de acción. El presidencialismo mexicano es el gobierno de la persona, no de las instituciones. De esta idea se desprende una de las advertencias más sugerentes de la crítica de Cosío Villegas: más allá de las amplísimas facultades legales y extralegales, de los poderes formales e informales del presidente mexicano, la posible deriva autoritaria del sistema político depende del reflejo que el sujeto de carne y hueso ve en el espejo en el que se contempla a sí mismo. Regreso a don Daniel:

(…) su desmedido vigor físico y su inclinación irrefrenable a predicar, lo cierra para el diálogo; pero debe agregarse una circunstancia más que, loable en sí, remacha la cerrazón. Con sobrados motivos, Echeverría está convencido de que, quizás como ninguno otro presidente revolucionario, se desvive literalmente por hacer el bien a México y los mexicanos. De ahí salta a creer que quien critica sus procedimientos, en realidad duda o niega la bondad y la limpieza de sus intenciones".

Aumenta mucho el poder del presidente la creencia de que puede resolver cualquier problema con sólo querer o proponérselo", subrayaba el liberal mexicano en su anatomía del sistema político mexicano. Ése es el "mal de altura" que tienta al poder unipersonal del presidente. Por eso el príncipe republicano, libre de toda atadura, endurece el rostro frente a la crítica e impone el predominio de su voluntad ante todo lo que se le opone o resiste. El presidencialismo autócrata se exacerba inevitablemente en la frustración personal del presidente.

Estos dos años anticipan un estilo ya conocido de gobernar: la presidencia que no conoce otro código que la voluntad del Presidente y fin mayor que la complacencia histórica de sí mismo.

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