Roberto Escalante Semerena

México y la maldición de los recursos naturales

 

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Como sabemos los economistas, la hipótesis de la maldición de los recursos naturales se refiere, entre otras cosas, a la relativa abundancia de recursos no renovables, como el petróleo, y su paradójica contrapartida de bajos ritmos de crecimiento de la economía. Otros factores involucrados en esta propuesta teórica se refieren a la volatilidad de los precios de estos productos como resultado de su exposición al mercado mundial así como la participación, ineficaz, de gobiernos e instituciones asociadas a las industrias, por ejemplo, la petrolera.

La situación por la que atraviesa actualmente la economía mexicana se ajusta, por lo menos en parte, a la hipótesis referida arriba. Aunque el flujo de los recursos petroleros ya no es tan abundante como lo fue hace uno o dos lustros, México ha disfrutado de una posición relativamente abundante de recursos petroleros. No hay que olvidar que hasta el momento esos recursos financian una proporción significativa, alrededor de 30 por ciento, del gasto público. A pesar de esa abundancia relativa, desde hace décadas el crecimiento de la economía mexicana es exiguo, y tal y como lo plantea la hipótesis de la maldición, ha existido un pésimo manejo de los recursos no renovables en México. La corrupción y la política fiscal aplicada a la industria, principalmente, han sido factores endémicos que han, por ejemplo, minado las bases económicas y financieras de la industria.

Esta situación es importante porque en la economía existe también la preocupación de establecer una línea de conexión entre la explotación actual de estos recursos naturales no renovables, el petróleo, y sus impactos intertemporales. Economistas como Dasgupta, Meir y otros se han preocupado por calcular lo que han denominado tasas óptimas de extracción de esos recursos que permitan lograr el uso más eficiente actual con los impactos futuros también mejores y más duraderos. La idea principal que anima este planteamiento es que debido a que estos recursos no son renovables hay que invertirlos -lo que algunos economistas han denominado el ahorro genuino- en ámbitos de la economía que aseguren creación futura de riqueza, empleo y más, aunque los recursos ya no existan. En otras palabras, sustituir la riqueza actual, no renovable, por otra, duradera en el futuro.

En esa dimensión, México tiene un récord muy polémico. Habría que admitir que parte de la riqueza petrolera ha financiado la creación de infraestructura, carreteras, presas, almacenes, universidades, que hoy son importantes para el país. Sin embargo, cierto es también que una proporción no menor de esos recursos se han dilapidado en vías de gasto corriente y corrupción.

La primera es más descifrable que la segunda, a pesar de que la última es vox populi, aunque nunca investigada con rigor. Esta conexión de la riqueza presente proveniente del petróleo y su uso futuro es hoy, en el marco del llamado gasolinazo, una discusión relevante. ¿Qué se va a hacer con los recursos extras que el gobierno obtendrá al incrementar los precios de la gasolina? Y más aún cuando, como lo dijo el presidente, la 'gallina de los huevos de oro' ya casi no pone huevos. ¿Y qué ocurrirá con las generaciones futuras de mexicanos en el escenario -que algún día llegará- donde ya no exista petróleo? ¿Se habrá generado riqueza alternativa que les permita disfrutar de un nivel mínimo de bienestar?

El gobierno mexicano no tiene, a mi parecer, respuestas a estas interrogantes, ni está en proceso de generar alternativas. El plan B es como obtener más recursos de los que obtendrán con las decisiones adoptadas. Las instancias gubernamentales relacionadas con los recursos no renovales están más preocupados por el corto plazo que en sí mismo es ya muy difícil. El mediano y largo plazos no son contemplados.

La conclusión más plausible es que México ha, en gran medida, dilapidado sus recursos petroleros y de su explotación le deja muy poco a sus generaciones futuras. México ha padecido, así, la maldición de los recursos naturales y la de sus gobernantes que no han sabido administrar estos recursos ni para el presente ni para el futuro. O, tal vez, los han administrado para beneficiar a una élite empresarial, sindical y política. Pobre de México: tan lejos de Dios y tan cerca de la corrupción y la ineficiencia.

El autor es profesor de tiempo completo de la Facultad de Economía de la UNAM.

Contacto: semerena@unam.mx

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