Sobreaviso

Hora de definirse

Tan dado a exigir definiciones a los demás, ahora el turno es de López Obrador. La coyuntura política, social, internacional y económica reclama la definición del presidente.

Tan dado a exigir definiciones a los demás, ahora el presidente Andrés Manuel López está impelido a mirarse en el espejo, asomarse a la ventana y definirse.

La coyuntura política, social, internacional y económica obliga al Ejecutivo a reconocer dónde está parado y qué pasos puede o no dar. No hacerlo terminará por llevar al traste el esfuerzo emprendido. Hoy, el nombre del juego no es arriesgar, sino asegurar. Cierto, un jefe de Estado debe mostrar optimismo ante la adversidad, pero cuando lo exagera hace pensar en la pérdida del sentido de realidad.

Si, meses atrás, el mandatario se vanagloriaba de no titubear en la realización de su proyecto ni de zigzaguear para alcanzar la meta, presumiendo decisión y obstinación, ahora debe hacer gala de inteligencia y flexibilidad: admitir –como decía Jesús Reyes Heroles– que “en política la línea recta casi nunca es la más cercana entre dos puntos”.

Urge la definición presidencial y evitar el descarrilamiento del país.

En el plano político, el cuadro no es halagüeño.

Aun cuando la oposición sigue sin dar pie con bola, la resistencia y la crítica encontraron el flanco donde más daño le causa al gobierno: la presunción de posible corrupción o conflicto de interés entre los suyos. Golpea el corazón de la pretendida transformación, desgarra la bandera de la cual hizo su insignia y la iguala con el régimen que abomina y condena sin abrirle una carpeta de investigación.

Eso es grave pero más que, dentro del propio grupo en el poder, los intereses personales estén provocando una guerra no sin cuartel, sino dentro del cuartel. Entre colaboradores y excolaboradores se ha desatado una pugna cuyos lances –por no decir, obuses– pegan no sólo sobre ellos, sino también sobre poderes e instituciones que constituyen la infraestructura del poder. ¿Por quién optará el mandatario?

Aunado a ello, en Morena –que no acaba de encontrar su horma como partido– las diferencias van en aumento. No sólo por las posiciones en juego, sino también por la estrategia seguida. Tras acceder al poder, el Ejecutivo ha entendido el movimiento como un vehículo para llegar a donde quiere ir (sin tener muy claro adónde va), pero los operadores y cuadros de aquel han comenzado a entender que, sin el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, ellos tendrán que fijar la ruta y conducirlo. ¿Cuál es la definición del líder ante el movimiento, considerando que en breve de él dependerá la posibilidad de quien finalmente resulte ser la candidatura presidencial?

Por si algo faltara, de las tres reformas constitucionales que el Ejecutivo aun quiere llevar a cabo, sólo una ha sido presentada y se encuentra empantanada en la Cámara de Diputados. La reforma del sector eléctrico nomás no avanza, pero sí espanta a la inversión. ¿Vale la pena dejarla como está?

En el ámbito social, se registra un hecho paradójico, aunque quizá no sorprendente.

Si el instinto y la inteligencia política de López Obrador lo llevaron a ensayar un movimiento en vez de un partido, esto es, abanderar causas en lugar de impulsar un programa de acción, instalado en el poder –quizá, consciente de su efecto y consecuencia– expresa profundo desdén o desprecio por aquellos movimientos distintos al suyo. Así, a feministas, ambientalistas, defensores de derechos humanos, familiares de menores sin medicamentos… les dispensa trato de adversarios y no de posibles aliados. En esa absurda postura cuenta a su favor que los partidos opositores no entienden a los movimientos y sólo intentan montarse en ellos, sin explorar cuáles podrían ser los vasos comunicantes entre sí. ¿Adoptada la postura, imposible ajustarla?

En ese mismo terreno, el crimen le está ganando la partida al gobierno e irritando de más en más a la sociedad y generando un importante foco de descontento. Quizá hayan disminuido, pero los delitos impactan cada vez más. Aguililla, Atlixco, San José de Gracia, Fresnillo, Colima, Caborca… son plazas donde la cotidianeidad es horror que no se resuelve con decir son ajustes de cuentas, pleitos de narcomenudistas, bandas disputando territorio o resabios del pasado. Ese no es argumento, es una argucia. ¿No cabe una redefinición?

Muchos de los problemas internos están metiendo ruido en el exterior, sobre todo en la relación con Estados Unidos, España (los dos principales inversores en el país) y en la Unión Europa.

La incertidumbre provocada por la ya mencionada reforma del sector eléctrico; la actividad criminal con vínculo o derrame en el quehacer político; el homicidio de periodistas y el hostigamiento a la prensa; el asedio a los órganos autónomos; las puyas diplomáticas denunciando intervencionismo, marcando pausas en las relaciones, reclamando pedir disculpas o mostrando titubeos en los principios están componiendo un coctel de problemas.

¿Se podría definir al menos y en serio si vamos a ir o no por el penacho de Moctezuma?

Si por decisiones internas, la economía y las finanzas se veían en apuros desde hace tiempo y permitían vaticinar una situación complicada, ahora la invasión rusa a Ucrania agrega agravantes a la circunstancia. La amenaza de una estanflación pierde el carácter de un heraldo negro y perfila un horizonte complejo en extremo.

Ya no tranquiliza escuchar a diario el dicho presidencial señalando que, pese al efecto del conflicto desatado por el ruso Vladimir Putin sobre el precio del petróleo y el gas, aquí los combustibles no tendrán ningún incremento. En el anterior Sobreaviso se establecía la importancia de declararse en estado de alerta, definir una política emergente.

Tan dado a exigir definiciones a los demás, el turno toca ahora al presidente de la República.

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