No se puede decir que el arranque de campaña de la oficialista Claudia Sheinbaum el viernes en el Zócalo de la Ciudad de México, resultara sin mácula. Todo lo contrario. Forcejeó en el templete ante la vista de miles con la candidata sucesora en la capital, Clara Brugada, por la forma invasiva y atrabancada para pedirle que se dieran un beso, las amenazas del sindicalista preferido del presidente Andrés Manuel López Obrador, Pedro Haces, en contra del secretario del Partido Verde, Jesús Sesma, y un lapsus, quizá por los nervios, donde por poco concluye la proclama de “sigue la corrupción”, en lugar de la transformación.
Tampoco se puede decir que el atropellado inicio será la marca de su campaña. Lo que sí se puede decir es que su campaña no le pertenece. La estrategia electoral le pertenece a López Obrador, que está diseñando la organización de sus giras durante los tres meses de veda para promover a Sheinbaum y que voten por ella, y que sea él quien prenda la maquinaria electoral de Morena mientras la candidata no se aparte del guion que le escribió.
Para ello –y para protegerlo– envió a Cesar Yáñez a su campaña. Yáñez fue marginado durante todo el sexenio por López Obrador por la forma como presumió su boda en la revista ¡Hola!, pero no lo dejó a la deriva. Lo tuvo en la nómina de la Presidencia y luego le permitió apoyar a Adán Augusto López en la Secretaría de Gobernación, cuando pretendió quitarle la candidatura a Sheinbaum. El Presidente lo recuperó y lo envió a la campaña de la oficialista para que fuera el enlace y operador entre los equipos para coordinar el plan de López Obrador para arrastrar a su sucesora.
López Obrador quiere que las giras que hará durante la campaña presidencial tengan un contenido simbólico, que servirá de parapeto. El Presidente irá abriéndole brecha a Sheinbaum y hablará con los gobernadores de Morena para exigirles la movilización de los electores, sin permitirles bajar la guardia o brazos caídos.
Yáñez estará trabajando en coordinación con Alejandro Esquer, secretario particular de López Obrador, y tendrá que alinear la agenda y giras de Sheinbaum con las del Presidente, así como también los mensajes, de tal forma que lo que diga él lo repita ella. Los matices que llegó a plantear de continuidad con cambio no le gustaron a López Obrador, y desaparecerán de su discurso, como perfiló al anunciar sus 100 propuestas, una calca de sus dichos, programas, sueños, promesas, filias y fobias. El problema no será el contenido, pues los discursos son casi idénticos. De lo que se trata es de empatar el momento en que los digan.
López Obrador será el rompehielos que irá al frente de la campaña para que ella pueda navegar en aguas tranquilas, sin tener que negociar con las fuerzas políticas en los estados morenos a donde vaya, porque esa tarea la hará él. Con esto existirá en los hechos una dirección estratégica vertical desde Palacio Nacional, con operadores del Presidente en el equipo de Sheinbaum para que no se crucen en el camino y afecte su diseño electoral.
López Obrador desprecia y no tiene confianza en varios de los colaboradores de la candidata. Por ejemplo, el Presidente cree que fue la actitud del equipo de Sheinbaum lo que provocó que Brugada y su equipo no tengan buena comunicación con ella, y no que la candidata fuera quien instruyó congelarla. López Obrador no quiere ver o no tiene la información correcta sobre lo que está sucediendo entre ellas, cuyas fricciones deberían ser la alerta más seria en el arranque de las campañas.
Sheinbaum no olvida que Brugada fue usada por los puros del lopezobradorismo para impedir que Omar García Harfuch fuera su sucesor en la Ciudad de México. En la visión de los cercanos de Sheinbaum, los responsables de esa insurrección contra la candidata fueron el vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, y el jefe de Gobierno interino en la capital, Martí Batres, que se están expresando en la mala relación que existe entre las dos candidatas.
El episodio del viernes en el Zócalo, cuando Brugada trató de abrazarla y decirle que le diera un beso –como se escucha en algunos videos que circulan en las redes sociales–, lo que causó la reacción brusca y distante de Sheinbaum que impidió el abrazo y mucho menos el contacto, puede ser interpretada como un síntoma público de lo que está pasando intramuros. Esta fractura no es menor, porque ha estado acompañada de la creciente percepción de que el candidato de la oposición, Santiago Taboada, se está acercando en preferencias electorales a Brugada con una tendencia al cruce y a un escenario donde pueda derrotarla.
Pese a que la campaña será una calca programática del Presidente, hay mensajes cruzados tras bambalinas. En el equipo de Sheinbaum comentan que hay algunos temas de los cuales quisiera separarse la candidata pues resultan tóxicos para ella, como el caso de la etiqueta de #NarcoPresidente, que ha tenido el acompañamiento negativo para ella de otro hashtag, #NarcoCandidata.
Hay información de que esto no fue una decisión que surgiera de manera natural, sino como respuesta al desdén con el que la trataron cuando se acercó por ayuda a Palacio Nacional para el control de daños por incorporarla en las etiquetas ominosas, y los colaboradores más cercanos de López Obrador le dijeron que buscara que Morena la defendiera, pues no disponían de tiempo para ella.
Lo que sucedió en el mitin del viernes y la estrategia impuesta por López Obrador en la campaña de la candidata revela desavenencias y falta de cohesión, que quizás el Presidente minimiza y todavía no prenden las alertas en el cuarto de guerra de Sheinbaum, pero son síntomas de una descomposición interna que no se había visto hasta ahora, cuando la candidata tiene que mostrarse como es, no un mero apéndice de su mentor, donde el costo de no resolverlas rápidamente puede generarle, cuando menos, un susto el día de las elecciones.