¡Zaz!, así es como un flechazo llegó a mi visión: “Un puñado de flechas” en la librería Sempere. En el reverso del libro dice «El artista viene al mundo con un carcaj que contiene un número limitado de flechas doradas. Puede lanzar todas sus flechas de joven, o lanzarlas de adulto, o incluso ya de viejo. También puede ir lanzándolas de a poco, espaciadas a lo largo de los años. Eso sería lo ideal, pero ya sabés que lo ideal es enemigo de lo bueno» eso le dijo Francis Ford Coppola a María Gainza, una noche en un piano bar en el underground de Buenos Aires. Después de leer esto me quedé pensando en el buen sabor de boca que me ha dejado todo esto, y decidí llevármelo. Acto seguido, lo comienzo a leer y me engancha: citas, personajes interesantes, experiencias transculturales, misterio, bruma, niebla, tonos, capas de óleo y… ¡mucho sentido del humor!. Ufff, ¿cómo había pasado tanto tiempo y no había leído estos textos?. En la pluma de María hay una sensibilidad e ironía que se mezclan y vibran en cada una de las flechas que dispara. Zaz, zaz, zaz, se escuchan, se leen y se sienten. Los textos están contados como si María te estuviera narrando todo en un sitio acogedor rodeado de luz cálida, casi susurrando, con copa de vino en mano y carcajadas. Hay guiños de cosas que me recuerdan a Borges, a Bioy Casares, a Piglia incluso, es decir una forma de contar muy Argentina pero con una capacidad de narrar para el mundo entero. Al acabar de devorarme el puñado de flechas fui corriendo (literal) por El Nervio Óptico. Este es el más comentado libro ante el público de Gainza, que sigue germinando seguidores y lectores por todo el mundo. Comienzo y empieza la confirmación de lo que leí en su último libro: una prosa con contraste y contenido que explora el arte con una vocación transgresora, que colateralmente rompe el hielo y las lógicas de cubo blanco híper gélido/antipersonal que impera en las galerías y museos de arte contemporáneo actualmente en el mundo.
Los libros de María Gainza son piezas que trascienden las atmósferas, todos ellos tienen una paleta de color y temperatura. Por ejemplo: en Un Puñado de Flechas imperan tonos Yves Klein, bajo un anochecer en Tokio. El Nervio Óptico en cambio es todo rojo, vermillion, siena: con una temperatura de color cálida, como caminar un otoño en Roma. La forma en cómo describe las pinturas que vive, que experimenta me dejó desarmado varías veces. Esa forma de describir el Rothko, me hizo percibir un sentir paralelo interconectado en este planeta por lo que yo he sentido al ver la obra del maestro de capas hiper existenciales. Un carmín profundo rodea el aura de ese relato. Las letras son hasta cierto punto experimentales, con capas que fermentan en paralelo lo lúdico. Se siente como si ella fuese un pintor que conoce su oficio a plenitud y va juntando pigmentos con óleo para trazar el deleite de los que reconocemos contrastes, color, tono, textura, luz y ¡olor!. La autora disfruta, no lo esconde; las capas tienen plenitud, carga matérica, presencia.
Hay relatos como el de Charly en el que todo es humo, atmósfera. Grises que inundan el aire en un texto metafísico en el que varios personajes, países, regiones que están interconectados de alguna forma directa o súper indirecta habitan. Ahí, vemos todo pasar como si tuviéramos los ojos entreabiertos. Lo pictórico está en cada una de las imágenes. Las pausas en los diálogos tienen tanta tensión que uno cree que algo en algún momento va a estallar, pero…. ya estalló: el humo está ya entre nosotros. Ese rojo, naranja, blanco irresistible en fondo negro del que habla Gainza ya sucedió. Ahora todo el cuento vive sumergido en esa nube bélica del recuerdo de la pintura de Cándido López, con la Guerra del Paraguay.
Las ruinas, y el romanticismo están presentes en la obra de Gainza. Recordándonos que todo lo que vivimos y sentimos tiene un final, abierto, que para muchos es más irresistible que el siempre apolíneo principio. En una entrevista escuché que Maria dice que cuando escribió “El Nervio Óptico”—texto que ella financió la primera edición—no sabía si iba a terminarlo. En ese momento se debatía su permanencia o partida al otro infinito. De ahí, que cada letra, frase, cita, oración, tenga ese tipo de poética de las personas que llegan al límite. Sinceros, pero al mismo tiempo sofisticados son los escenarios en vértigo color miel de la autora.
Y así: zaaz, zaaz, las flechas siguen saliendo del carcaj de María, estimulando que quienes las leemos, las sentimos y vivimos deseamos que no se agoten en un horizonte cercano.