Arte Límbico

Recorrido Poético

En palabras del poeta Keijirō Suga: “Leer y escribir poesía nos expone constantemente al poder de los elementos y nos conduce más allá para tomar acción en el futuro inminente”.

A propósito del Día Mundial de la Poesía—21 de marzo—me pregunto lo que me han preguntado varías veces: ¿para qué sirve la poesía? Si nos apegamos al orden materialista la respuesta probablemente sería: para nada. Pero si nos adentramos en el orden desconocido de la sensibilidad y del subconsciente humano la respuesta podría ser “para hacernos conscientes de la experiencia humana”.

Entrando en materia, recuerdo un día de mi vida en la colonia Condesa; me sentía apaleado por los avatares: entré a una “librería de viejo” y pedí un libro que me hiciera sentir mejor. El librero me sugirió un libro de Rabindranath Tagore. En ese momento no entendí ese gesto. Yo estaba acostumbrado a leer la prosa de Carlos Fuentes, Milan Kundera y Mario Vargas Llosa. La poesía estaba muy lejos de algo que yo leyera y creyera que me hiciera sentir bien. Le di una oportunidad, leí la antología recomendada y no me sentí peor. Cosa que agradecí. Así, brotó una pequeña puerta en mi alma que se fue abriendo con el curso de los años. En años posteriores fui teniendo más curiosidad, y “las revelaciones poéticas” fueron llegando a mi como regalos del cielo.

El poeta Manuel Iris me recomendó en redes sociales —fruto de una amistad epistolar— leer a Gastón Baquero. Después conocí al poeta y educador mexicano Arturo Córdova Just. Con él las verdaderas compuertas de la poesía se abrieron de par en par para mostrarme que lo poético es más que palabras: es una actitud de vida, de leer entre líneas, de conformarse con nada, de lo lúdico contemplativo, de estar verdaderamente acá.

Con Arturo Córdova Just aprendí a leer a Borges. Borges es conocido por su prosa no por sus versos, pero son los poetas quienes guardan las llaves del fuego de su lenguaje. En este caso el Prometeo poético fue Córdova Just. Quien nos llevó de la mano, a sus otros alumnos y a mí por un túnel iniciático que acabó confirmándose con la presentación de su libro de poemas “De hogueras (editado por Cabos Sueltos)”. Con este libro y bajo sus instrucciones—mal o bien interpretadas—empecé a ver la poesía como un acto que se desdobla y sale de los libros.

Posteriormente me deshice conociendo la obra de otros poetas y leer lo que escribían. Tal es el caso de Bob Dylan, quien llegó a una cúspide de la palabra tan meta-ordinaria que prescinde de ella totalmente en la pieza Wigwam (Self Portrait 1970). En ella ya de plano Dylan tararea, y es suficiente para él y para nosotros escuchar “tatatari, tatatarara, lalarari…” reafirmando la universalidad de la palabra, deconstruyendo vocablos, divirtiéndose, amando el vocalizar sin sentido racional y así dando una lección más que desembocará más adelante en un Premio Nobel que ni siquiera se tomó la molestia de ir a recoger.

Siguiendo la lista de grandes poetas que aún se discute si lo son o no y que tienen que ser mencionados en esta columna está Roberto Bolaño. Bolaño era un escritor que se obsesionó con la poesía. No es conocido por ella sino por su prosa.

Sin embargo, en una entrevista que le hicieron en su natal Chile él menciona a los poetas Nicanor Parra, Pablo Neruda, Rimbaud y Lautréamont como sus maestros de la palabra. Se nota, se devela: cuando sus detectives salvajes—todos poetas de una vocación incontrolable—pisan el acelerador de sus vidas para estrellarse en las estrellas de la existencia, se siente una presencia que tiene una vocación de algo que trasciende justo lo que mencionamos al principio de este texto: lo material.

Desprendiéndonos de las lógicas y los idiomas me encantaría mencionar a los maestros de la palabra “Yo la Tengo”. Con letras como “Deeper into Movies (Album Stuff like That There, 2015)” nos dan una bofetada, después un abrazo y un beso… y seguimos.

Y, siguiendo en está lista donde hemos hecho una simbiosis de letras y sonido habrá que mencionar a Cocteau Twins quienes llegan a una atmósfera absoluta con un álbum—The Moon and the Melodies, 1986—en donde la letra se ha desvanecido y el pico máximo se siente en “The Ghost Has No Home”.

Para cerrar mencionaré un libro que es un Tótem poético. El nombre es AGEND’ARS (Editorial Cuadrivio) de Keijiro Suga. Este libro tiene una vena transcultural. Coexisten los poemas en japonés con las versiones en español. Un testimonio absoluto traducido por Cristina Rascón, Eiko Minami y el propio Keijiro. Es así como cierro con unas palabras del Atogaki—prólogo en japonés—de este libro escrito por el poeta Suga: “Leer y escribir poesía nos expone constantemente al poder de los elementos y nos conduce más allá para tomar acción en el futuro inminente. La siguiente acción que tomarás, es relativamente sencilla: vivir.”

Raúl Gasque. Primavera naciente del dos mil veinticuatro.

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