Uso de Razón

En ruta para destruir el T-MEC

Dos grandes pleitos con nuestros socios comerciales vienen con el arranque del próximo año, por maíz y energía, que pondrán a México en la ruta de destrucción del TMEC.

Si creíamos que la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México había sido la decisión que mayor daño patrimonial había causado al país desde que Santa Anna vendió La Mesilla a Estados Unidos, nos equivocamos. Aún hay más.

Dos grandes pleitos con nuestros socios comerciales vienen con el arranque del próximo año, por maíz y energía, que pondrán a México en la ruta de destrucción del T-MEC.

Vamos a perder con Estados Unidos y Canadá el diferendo por la nueva legislación eléctrica, porque es violatoria del capítulo de energía del T-MEC, al dar prioridad al monopolio estatal (CFE) para despachar primero la electricidad cara que produce, y relegar al último lugar de la fila a las limpias y más económicas que produce el sector privado.

También vamos a perder la disputa por el maíz amarillo, para consumo animal, que es genéticamente modificado (OGM), porque prohibir su importación viola el capítulo de acceso a mercados del T-MEC, dado que no hay evidencia científica que pruebe algún daño a la salud.

El canciller Ebrard advirtió, al inicio de las quejas de nuestros socios por la violación al acuerdo trilateral que implicaba la legislación eléctrica, que era indispensable evitar el panel de resolución de controversias.

Ir a un panel implica sanciones al país.

El mismo día de la visita del secretario de Agricultura de Estados Unidos, Tom Vilsack, quien advirtió del riesgo que significa “interrumpir sustancialmente el comercio” con el decreto que prohíbe la importación del maíz OGM, el presidente de México respondió que “no cederemos ante Estados Unidos. Si no hay acuerdo, pueden ir a un panel”.

Con las sanciones derivadas de cada panel, más las indemnizaciones a quienes gastaron su dinero para producir energía en México, y a los productores de maíz de Iowa, sería una catástrofe económica.

De perder, como evidentemente ocurriría, hay que pagar a los inversionistas todo lo que proyectaban ingresar con sus inversiones hechas al amparo de un acuerdo trilateral firmado y ratificado por el gobierno mexicano.

Se trata, obviamente, del fin del TLCAN, ahora modificado como T-MEC.

Los que ven con mirada crítica estas decisiones del gobierno mexicano sostienen que se trata de un tema ideológico, que permea en la acción de nuestros dirigentes.

Son muy generosos al observar contenido ideológico donde sólo hay insensatez.

¿Qué ideología hay en gritar “sin maíz no hay país”? Es una consigna hueca que no dice absolutamente nada.

Insensatez, como explicó en la edición on line del sábado el director de Economía de EL FINANCIERO, Víctor Piz: México importa al año 16 millones de toneladas de maíz amarillo, que Estados Unidos vende a precio subsidiado, y en nuestro país se usa para engorda de ganado cuya carne se exporta a precios de mercado internacional.

Un negocio redondo para México, que vamos a dejar ir a partir de 2024 cuando se prohíba la importación, porque “sin maíz no hay país”.

Como cita Piz en su texto sabatino, Mary Ng, la ministra de Comercio Exterior de Canadá, le recordó a nuestra secretaria Raquel Buenrostro “la importancia de seguir los enfoques regulatorios basados en la ciencia para la aprobación de la biotecnología”.

Es decir, gobierno de México: ¿cuáles son tus bases científicas para poner barreras al maíz OGM?

Si las hay, adelante. Pero la respuesta es “sin maíz no hay país”. Una consigna a la que sólo falta agregar “unga unga”.

Chuck Grassley y Joni Ernst, senadores por Iowa, hicieron la solicitud formal para iniciar el proceso de controversia con México sobre este tema. Y allá los asuntos comerciales son responsabilidad del Congreso.

El pleito por el despacho de electricidad es aún más penoso. México abrió a la inversión privada la generación de energía eléctrica. Electricidad limpia, más barata que la tradicional. Se plasmó en el tratado trilateral, con el respaldo del actual gobierno.

Vienen las inversiones en energías, y también de industrias que así tenían garantizado el acceso a electricidad a menor costo y limpia, como exigen ahora muchos estándares internacionales de empresas y bancos de desarrollo para sus préstamos.

Una vez en el poder, el nuevo gobierno mexicano, que había ratificado con elogios el capítulo energético del T-MEC, cambió las reglas del juego para obstaculizar la inversión privada en energías limpias. Todo para abajo.

¿El motivo? “Ya no somos rehenes de los neoliberales”.

Si eso piensan nuestros gobernantes, adelante, tienen el poder, pero no firmen acuerdos internacionales que no van a cumplir, pues hay consecuencias y sanciones.

La economía mexicana, rezagada respecto de nuestros pares, se sostiene en tres pilares: exportaciones, remesas y turismo.

Turismo es obra de la naturaleza y de los gobiernos que invirtieron en desarrollarlo y promoverlo.

Exportaciones es producto del Tratado con Estados Unidos y Canadá, que fue hecho por un gobierno “neoliberal” encabezado por un “innombrable”.

Remesas, mérito del gobierno actual, que rápidamente revirtió lo alcanzado dos sexenios atrás por otro mandatario “innombrable”: más mexicanos regresaban a México que los que emigraban.

De perseverar en la ruta que vamos, lo que sigue es el fin del T-MEC.

Consulta más columnas en nuestra versión impresa, la cual puedes desplegar dando clic aquí

COLUMNAS ANTERIORES

¿Quién gana con la ruptura del T-MEC?
¿Quién pierde con la ruptura del T-MEC?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.