Uso de Razón

Petro y AMLO, diferencias y (riesgosas) coincidencias

Mientras Gustavo Petro se jugaba la vida para sacar a su país del autoritarismo, López Obrador dirigía al partido hegemónico y opresor en su región natal.

BOGOTÁ, Colombia.- Dos presidentes considerados de izquierda, López Obrador y Gustavo Petro, son agua y aceite en aspectos definitorios y coincidentes hasta provocar desconfianza.

Cuando las puertas de la participación política estaban cerradas para la izquierda en Colombia, Petro se fue a la guerrilla.

Cuando el sistema político mexicano perseguía a la izquierda, López Obrador estaba en el PRI.

Mientras uno se jugaba la vida para sacar a su país del autoritarismo, el otro dirigía al partido hegemónico y opresor en su región natal.

Petro presentó una reforma fiscal para gravar altos ingresos, y financiar un sistema de salud pública sólido y brindar “educación de calidad” (fue el término empleado) a niños y jóvenes de su país. Puso en el Ministerio de Educación a un opositor suyo, respetado y capaz.

López Obrador no hizo reforma fiscal, y a 15 millones de mexicanos beneficiados por el sistema de salud pública los mandó a atenderse con la medicina privada. Abandonó con improperios la reforma educativa, entregó la educación pública a mafias sindicales y puso en la SEP a una delincuente electoral confesa de peculado.

Petro aspira a que “los pobres sean ricos”.

López Obrador quiere a todos en “pobreza franciscana”.

Petro es un guerrero de la “protección del ambiente y la biodiversidad. Vamos a enfrentar la deforestación (en la selva amazónica), a impulsar energías limpias y verdes. Vamos a liderar la lucha por la vida. El cambio climático es una realidad. No lo dice la izquierda ni la derecha, lo dice la ciencia”. Arranca la transición de energías fósiles a energías limpias, a pesar de que Colombia es un país petrolero y su empresa estatal gana dinero.

López Obrador tumba kilómetros de la selva maya para que por ahí pase un tren… que no va a pasar por ahí. Y expropia otros kilómetros cuadrados para talar árboles y tender vías férreas sin estudio de impacto ambiental. Frenó el desarrollo de energías limpias y baratas, para promover el carbón e hidrocarburos. Hace una refinería que va a costar el doble de lo planeado, y gasta cientos de miles de millones de pesos en la empresa petrolera que pierde dinero.

Petro urge a integrar a Colombia a “la sociedad del conocimiento, con más educación, porque hacerlo no es una utopía. Pueblos más pobres que nosotros invirtieron en educación y lo lograron”.

López Obrador tiene tirria a la innovación y a la ciencia, y persigue judicialmente a científicos. Los 109 fideicomisos creados para esos fines fueron secados: sus 25 mil millones de pesos se desviaron a la refinería de Dos Bocas, al tren que nadie quiso operar y al aeropuerto que nadie quiere usar.

Petro planteó un urgente y emocionado ya basta a la polarización política en Colombia, no atacó a ningún grupo contrario, se reunió con su acérrimo rival –el expresidente Álvaro Uribe– e integró su gabinete con miembros de su coalición y con conservadores y liberales.

López Obrador criminaliza como “traidores a la patria” a quienes disienten de su gobierno, y se congratuló porque Petro “sabe la fórmula cómo enfrentar a los conservadores… y a los oligarcas que son dueños de los medios de comunicación” (el canciller de Petro es un ilustre aristócrata bogotano y militante conservador).

Petro quiere cerrar heridas de nueve guerras civiles en el siglo 19, dos más en el siglo 20 y 60 años de lucha armada de narcos, guerrilleros y paramilitares.

López Obrador se empeña, todos los días, en reabrir guerras entre conservadores y liberales del siglo 19.

Petro, como buen exparlamentario, volcará todos sus esfuerzos al diálogo para la armonía política y social, dentro de un proceso de cambios.

López Obrador no dialoga con la oposición: ataca, divide, encarcela.

Petro tiene una ruta para pacificar Colombia, idílica y sin gran futuro, pero la tiene. Ofrece diálogo a los grupos violentos, que depongan las armas y se acojan a los beneficios jurídicos que se establecerán para el caso. En seguridad pública habrá ”persecución a los grupos criminales” y llevar Estado donde no lo hay.

López Obrador carece de política de seguridad. A los narcos los ha hecho sus compadres (abrazos) sin que dejen las armas, les ha cedido territorio y población donde ya no hay Estado. Permite la proliferación de grupos paramilitares.

Petro estudió posgrados en el extranjero y no le teme ni odia al mundo.

López Obrador es lo opuesto.

También hay coincidencias. Ambos tienen un elevadísimo concepto de sí mismos.

Los dos dicen que la historia de sus países se divide en un antes y un después de ellos.

Con su llegada, ha dicho Petro, empieza “una historia nueva para Colombia, para América Latina y para el mundo”. “Si fracaso, las tinieblas arrasarán con todo”.

Si no logra sus elevados propósitos, apuntó el escritor colombiano Héctor Abad (autor de El olvido que seremos, que recomiendo), “es más probable que emprenda acciones temerarias que podrían ser más dañinas que provechosas. Y ahí sí, tal vez lleguen las tinieblas de gobiernos autoritarios que se aferran al poder como sea. Sin duda Chávez y Ortega cambiaron la historia de Venezuela y de Nicaragua, pero para mal”.

Termina Abad Faciolince como la mayoría de los colombianos con los que he conversado: con el corazón en la mano y el alma en vilo:

“No creo en dioses ni en ángeles ni en santos, pero de un modo simbólico yo también rezo (escribir es mi rezo) para que este experimento que quiso la mayoría de los colombianos salga bien. Ni al país ni a nadie le conviene que salga mal. Y si saliera mal, que dure cuatro años y no más”.

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