Uso de Razón

A 200 años de la muerte de Napoleón

Napoleón, un genial estratega militar, representa todo lo contrario a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.

MIAMI, Florida.- Deslucido –a causa de la pandemia– pasó ‘el año de Napoleón’ en Francia, pero el presidente Macron dispuso 12 meses de festejos por el bicentenario de su muerte, que se conmemoró ayer, 5 de mayo.

Por un año entero los museos de Francia tuvieron exposiciones, conferencias y conciertos de manera virtual, con el objeto de rendir homenaje a su prócer, muerto en la isla de Santa Helena.

Los festejos por “el gran corso” subrayan lo extraño del comportamiento de los pueblos, antes, mucho antes, y ahora.

Napoleón destruyó todas las grandes aportaciones que Francia ha dado al mundo civilizado y democrático que hoy conocemos.

Destrozó la República, se autodesignó cónsul (en el golpe el 18 Brumario) y luego se coronó emperador.

No expandió una civilización como hizo Alejandro, ése sí, Magno.

Es cierto que al desembarcar en Alejandría, además de tropas llevaba científicos y dos máquinas de imprenta con tipografía árabe para difundir las ideas de la Ilustración (Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam, de Karen Amstrong, Ed. Tusquets), pero terminó fingiendo ser musulmán para empatizar con los conquistados y luego salió huyendo con un pretexto para transferir a otro el costo de la derrota inminente.

Napoleón, un genial estratega militar, representa todo lo contrario a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.

Francia, con Napoleón, ha sido el único país en el mundo que restauró la esclavitud.

En la Correspondencia de Napoleón (página 407), razonó su decisión para el llamado ‘Caribe francés’: “El poder caerá tarde o temprano en manos de los negros y eso será una gran ventaja para Inglaterra”.

Confiscó la libertad de quienes tenían otro color de piel.

Sus tropas fueron derrotadas por los exesclavos haitianos que barrieron con ellas en Santo Domingo, en la batalla de Vertiéres, y frenaron la cacería de niños para venderlos como esclavos, con la autorización del hombre que hoy festejan en París.

Napoleón restauró la esclavitud en la isla de Guadalupe.

Napoleón ordenó una “limpieza étnica” en Haití.

De hecho, en la legislación francesa la esclavitud se mantuvo hasta 1848.

A los personajes de la historia –y a todos, en general– hay que entenderlos en su tiempo, es cierto.

Pero la destrucción napoleónica fue posterior a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Posterior a la República.

Posterior a la redacción del Acta de Independencia de Estados Unidos, en la que Jefferson plasma que todos los hombres fueron creados iguales y con los mismos derechos –aunque él y Washington siguieron teniendo esclavos.

Napoleón también fue un extorsionador internacional: su canciller, Talleyrand, le exigió a Estados Unidos una cuota anual de 200 mil dólares por hacerle el favor de no invadirlo.

La respuesta del secretario Hamilton –antillano, por cierto– fue histórica: “Millones a defensa, ni un centavo a tributo”. Y se creó la Armada de los Estados Unidos de América.

Son curiosos los pueblos y sus afectos. Jean-Fracois Revel, en el prefacio del Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu (de Maurice Joly, Ed. Seix Barral), muy recomendable para nuestros tiempos, escribe:

“Los dos jefes de Estado franceses que han dejado al país en la más catastrófica situación económica, diplomática y moral, han sido los dos más cínicos y fieles discípulos de Maquiavelo: me refiero a Luis XIV y a Napoleón I”.

Y cuando en Francia reinó alguien que estuvo de acuerdo en poner límites a su monarquía con una Constitución, hubo elecciones de los Estados Generales con 6 millones de votantes, se abolieron las exenciones fiscales, se abolió la tortura y se decretó la igualdad ante la ley, a ese rey, Luis XVI, le cortaron la cabeza en la Plaza de la Revolución, hoy Plaza de la Concordia, en París (para los interesados, sugiero Ciudadanos, una crónica de la Revolución francesa, del historiador británico Simon Schama, Debate, Penguin Random House).

Napoleón acabó con la prensa libre, que la había desde antes de la Revolución. Sólo dejó circular a cuatro periódicos –había más de 70 en París–, y debían jurar lealtad a la corona –es decir a él– y pagar los honorarios del censor designado por el emperador.

Felicidades, pues, a los franceses que llevan un año brindando por el corso que conservan en un sarcófago monumental en el palacio de Les Invalides.

Ahí también reposan los restos, en una pequeña caja, de un militar sin gloria, Rouget De Lisle, pero que tuvo una sola genialidad en su vida: compuso un himno que se convirtió en el nacional de Francia y canto universal de la libertad y de la resistencia: La Marsellesa.

Curiosamente, La Marsellesa ha sido prohibida dos veces en Francia: por el gobierno colaboracionista de Vichy durante la ocupación nazi, y por Napoleón Bonaparte cuando se coronó emperador.

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