Uso de Razón

La revolución capitalista de Joseph Biden

“Pasó cerca la bala” de la reelección de Trump, dicen algunos. En efecto, y les dará en el pecho si no cambian. Eso lo ha entendido Biden y está manos a la obra.

MIAMI, Florida.- El gran reto de los primeros 100 días del presidente Biden ha sido mostrar que el capitalismo puede ser reformado. Y en esa dirección avanza.

Desde luego que la primera tarea era poner vacunas en los brazos y dinero en los bolsillos de la población, pero eso lo hace cualquier gobernante sensato y eficaz.

Ahí Biden ha cumplido con creces. Chapeau.

El punto fino estará en su capacidad para reformar un sistema que, en su faceta negativa, crea millones de pobres, de excluidos, y una desigualdad creciente e insoportable.

Tan insoportable es el desequilibrio social, que provoca estallidos electorales en favor de un cambio, aunque sea a ciegas y para peor: hacia el populismo.

(Se equivocan algunos respetados analistas que dicen que el problema en el mundo no es la desigualdad, sino la pobreza. Son ambas. La desigualdad ante la ley y la desigualdad de oportunidades están en el centro del malestar de las sociedades contemporáneas).

Con el programa de infraestructura por 2 billones de dólares (2 mil millones de millones de dólares) que envió al Congreso, Biden apunta a una reforma del capitalismo.

De esos 2 billones de dólares, 400 mil millones son para programas de atención a adultos mayores, personas con alguna discapacidad, “atención médica domiciliaria y comunitaria”, estaciones de carga para vehículos eléctricos, cuidado especial a la primera infancia.

Van 300 mil millones de dólares a desarrollo e investigación, con aumento de 40 por ciento a educación, 36 mil 500 millones para mejoramiento de escuelas en zonas apartadas o de bajos ingresos, financiamiento a proyectos de investigación para diabetes, cáncer y alzheimer.

Se crea un sistema de cuidadores para la población que envejece. Esto es, personal especializado para atender a adultos mayores en sus casas, en un país donde 48 por ciento de las mujeres de 75 años o más viven solas, de acuerdo con datos de American Asociation for Long-tem Care Insurance (algo así intentó, o hace, el exrector de la Universidad Iberoamericana, el sacerdote jesuita Enrique González Torres, en Chalco, sin ayuda de nadie. Aquí será oficial, y en todo el país).

Mejoran drásticamente la preparación y los sueldos de las personas que atienden asilos de ancianos (70 por ciento de sus moradores son mujeres), y quienes no desean estar congregados se pueden ir a su casa, donde personas capacitadas las van a atender.

Lo mismo para personas que padecen alguna discapacidad. ¿Eso es asistencialismo improductivo? No, señor.

Va un solo ejemplo: en Ohio, donde existen algunos apoyos de este tipo, el joven Justin Martin, de 21 años, padece parálisis cerebral, recibe asistencia personalizada que financia el gobierno, acaba de terminar una carrera, es profesor y lidera un equipo de innovadores.

Ahí viene un plan, que también será de gran calado, para la atención de la niñez.

“Eso no es infraestructura”, protestan quienes se oponen al plan de Biden, y ahí entramos a la discusión de fondo.

Binyamin Appelbaum, miembro del Consejo Editorial del New York Times, definió que infraestructura “es algo de lo que la gente no tiene de qué preocuparse”, pues es responsabilidad del poder público.

Para que un país funcione (infraestructura) correctamente, los niños necesitan ir bien desayunados a una escuela equipada con internet de banda ancha y recibir educación de calidad, con profesores preparados y respirar aire limpio.

El trabajo no remunerado, ¿es infraestructura o no lo es? Claro que sí. Con la pademia, dos y medio millones de mujeres dejaron de trabajar en este país porque alguien debía cuidar a los niños. Eso debe pagarse, ¿o no? Van las licencias pagadas.

Formar personal especializado para atención de los niños, ¿no es inversión en infraestructura? Claro que sí; de lo contrario, millones de mujeres deben permanecer en sus casas en lugar de llevar una vida productiva de acuerdo con sus estudios y vocación.

Igual cosa sucede con los adultos mayores y personas con alguna discapacidad. Bien atendidos el país funciona mejor y en armonía.

Y también se invierte en fierros con el plan Biden de infraestructura, que es la mayor desde el gobierno de Eisenhower (1953-61): 621 mil millones de dólares en infraestructura para transportación (carreteras, caminos, puentes, etcétera). Y 650 mil millones de dólares para calidad de vida en vivienda.

¿De dónde saldrá el dinero?

De una reforma fiscal. Aumentan los impuestos a las grandes corporaciones de 21 a 28 por ciento (Trump lo había bajado de 32 a 21).

Con esa medida se recaudarán dos y medio billones de dólares en 15 años. Se paga el plan y se acota una iniquidad fiscal aberrante.

Rafael Fernández de Castro contaba en estas páginas hace poco más de un mes, que un profesor universitario –como él– paga 44 por ciento de impuestos (en California), y una corporación con ganancias enormes paga menos de la mitad que eso.

Ahí está el punto, con la aclaración de que a nadie que gane menos de 400 mil dólares al año (8 millones de pesos mexicanos) le aumentarán impuestos. Y que el dinero producto de la reforma fiscal no es para derrochar en caprichos absurdos ni en francachelas electoreras (Trump quería su nombre en los cheques de apoyo por la pandemia).

Sí, las grandes compañías tienen que sacrificar parte de sus utilidades para no perder el país en manos del populismo, que está al acecho en Estados Unidos, destruye a los gigantes de América del Sur (Brasil, Argentina, Venezuela), gangrena Europa y mata en India, país modelo en superación de la pobreza que ahora, de la mano del populista Narendra Modi, desanda el camino para regresar a ser un paria.

“Pasó cerca la bala” de la reelección de Trump, dicen algunos en estos lares. En efecto, y les dará en el pecho si no cambian. Eso lo ha entendido Biden y está manos a la obra.

La reconstrucción después de la combinación trágica Trump-pandemia no puede ser la restauración de lo que había antes. Tiene que ser mejor, para evitar que la historia se repita y las extravagancias y la polarización destruyan la grandeza de este país.

Las corporaciones más fuertes deben aportar más a la creación de infraestructura, en el concepto que la plantea Biden.

Si no cuaja el cambio postulado por el presidente, persistirá el estado de cosas que le abrió la puerta al populismo intolerante y aldeano de un destructor.

Consulta más columnas en nuestra versión impresa, la cual puedes desplegar dando clic aquí

COLUMNAS ANTERIORES

El mejor presidente de la historia
Secuestro clave en Sinaloa

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.