Uso de Razón

Estados Unidos se salvó, sigue Brasil

Dos instituciones lograron evitar el golpe de Donald Trump para mantenerse en la presidencia luego de haber perdido las elecciones: el Poder Judicial y las Fuerzas Armadas.

MIAMI, Florida.- Dos instituciones lograron evitar el golpe de Donald Trump para mantenerse en la presidencia luego de haber perdido las elecciones: el Poder Judicial y las Fuerzas Armadas. Pasaron la prueba.

Viene el turno del segundo gigante de América, Brasil, con elecciones presidenciales el próximo año, también gobernado por un populista, autoritario, fanático de sí mismo, enemigo de la prensa y de sus críticos, alérgico a la democracia: Jair Bolsonaro.

En Brasil, a diferencia de Estados Unidos, las posibilidades de que las instituciones resistan la embestida son menores.

La crisis ya comenzó en el coloso sudamericano: es el epicentro mundial del Covid, porque Bolsonaro se burló de la gravedad de la pandemia y lo sigue haciendo con una irresponsabilidad similar a la que en su momento exhibió Trump.

Brasil registra 4 mil muertos al día, los hospitales están rebasados de moribundos y el presidente no se inmuta ni conduele.

Al poder llegó con la promesa de acabar con la corrupción –ciertamente un mal muy extendido en Brasil– y mejorar la economía, y el resultado es que ésta va en picada, el país vive su peor momento de desempleo en décadas, y familiares del presidente son señalados por presuntos casos de corrupción.

El resultado de su gestión lo sintetizó con claridad el senador de oposición Ernesto Jereissati en The New York Times: “Estamos pagando el precio de haber elegido a un individuo que no está preparado para el cargo, es grosero y desquiciado”.

¿Qué hace Bolsonaro para prevenir una probable derrota electoral y mantenerse en el poder?

Hace lo que cualquier populista autoritario, sea de derecha, izquierda o sin ideología más allá de sus delirios de grandeza. Lo dicen los corresponsales del NYT en Río de Janeiro:

“Ha otorgado un poder tremendo a los militares en las instituciones gubernamentales (en tareas y mandos que estaban en manos de civiles) y, al hacerlo, ha vinculado su reputación a la suya”.

Hace un par de semanas Bolsonaro removió al secretario de Defensa, general Fernando Azevedo e Silva, quien explicó el porqué de su caída: “Hemos preservado a las Fuerzas Armadas como instituciones de Estado y me resistí a politizar a los militares”.

Es lo mismo que hizo Trump con el respetado general de Infantería de Marina, James Mattis, a quien forzó a presentar su renuncia como secretario de Defensa, y también lo explicó sin ambages:

“Donald Trump es el primer presidente en mi vida que no intenta unir al pueblo, ni siquiera lo intenta. Al contrario, trata de dividirnos”. Y lo acusó de “ordenar al Ejército estadounidense que viole los derechos constitucionales de los ciudadanos”.

Junto con Mattis renunciaron o fueron removidos, en cascada, los mandos cercanos al defenestrado general.

Al día siguiente del despido del secretario de Defensa brasileño, los comandantes de las tres ramas de las Fuerzas Armadas presentaron su renuncia en protesta por la caída de Azevedo e Silva.

Pero la institucionalidad de Brasil no es tan fuerte como la de Estados Unidos.

En Washington, los siete generales y un almirante que integran el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas le dieron la espalda a su comandante supremo, el presidente Trump, en su frustrado golpe.

En un memorándum dirigido a todos los integrantes de las Fuerzas Armadas, indicaron que “la revuelta violenta en Washington, DC, fue un asalto directo al Congreso de Estados Unidos”. Y “cualquier acto que afecte el proceso constitucional no sólo va en contra de nuestras tradiciones, valores y juramentos: va en contra de la ley”.

Bolsonaro aprovechó la destitución de Azevedo e Silva para despejar el camino a un golpe en caso de perder en las urnas.

Nombró como nuevo secretario de Defensa al general Walter Braga, cuyo primer acto oficial fue rendir homenaje a los militares golpistas que acabaron con la democracia en Brasil en 1964, al forzar al Congreso a que nombrara presidente al general Humberto Castelo Blanco.

Como a Trump, a Bolsonaro se le antepone un Poder Judicial que se toma en serio su autonomía. Ataca sin piedad a los jueces.

La separación de poderes les estorba.

Igual que Trump, detesta a la prensa que no le es incondicional. Y lo expresa sin importar las consecuencias.

De acuerdo con la Asociación Nacional de Periodistas de Brasil, el presidente Bolsonaro es responsable de 58 por ciento de las agresiones y asesinatos de periodistas en ese país.

El populismo toca por nota.

Destruye, polariza e intenta mantenerse en el poder a cualquier costo.

Estados Unidos resistió, aunque la división de la ciudadanía ya está dada y Biden lucha por rescatar el prestigio de la democracia y sus instituciones.

Brasil tal vez no lo logre.

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