La escena ocurrida el miércoles en el Senado de la República pudo evitarse si el árbitro hubiera sido imparcial, pero con el estilo del presidente de la Mesa Directiva muchas veces hubo confrontación y rispidez con los representantes de los partidos de oposición.
Es evidente que las diferencias políticas pueden dar lugar a desencuentros, por lo que el Reglamento del Senado y la Ley Orgánica del Congreso son las guías para conducir el debate político. El problema de lo que presenciamos radica en la falta de imparcialidad y el desequilibrio al momento de organizar el debate, pues corresponde a la Mesa Directiva velar por la disciplina en el Pleno y permitir que todas las voces se expresen, lo cual no ocurrió.
Podemos entender la política como el medio que se utiliza para dirimir las diferencias, y la violencia nos habla también de un síntoma de un país donde la política institucional se encuentra en crisis. Tristemente, esto es un reflejo nítido del estado de crispación y polarización que existe actualmente entre la clase política mexicana y que se extiende también al país entero. Lo que debería ser un espacio de debate democrático se ha convertido en un ring, donde lo que importa no es convencer con razones, sino vencer a los adversarios a como dé lugar.
Estamos en un punto en el que las posiciones son irreconciliables y no hay cabida para el diálogo. Las narrativas de uno y otro lado, lejos de tratar de buscar soluciones, intentan señalar y ganar una inútil batalla en la que todos salimos perdiendo. Esta polarización no solo paraliza a la política, también envenena el clima social, donde cada discusión pública o privada se transforma en un campo de insultos y descalificaciones.
Nuestra clase política es incapaz de ponerse de acuerdo y tiene que recurrir a manotazos y empujones; eso significa que está rebasada por una ciudadanía que necesita de acuerdos y de tolerancia para poder construir una sociedad democrática. Sin embargo, al no haber una verdadera democracia representativa en el Congreso de la Unión y los congresos locales, la ciudadanía sigue siendo una espectadora utilizada y maltratada por los “representantes populares”, quienes nada más la consideran cuando hay elecciones.
Si la política se degrada al nivel de la violencia física, el mensaje que se envía a la sociedad es muy delicado: que el debate ya no importa, que el poder se impone a golpes. Y si ese es el ejemplo que dan nuestros representantes, ¿qué podemos esperar en la calle, en las y en la vida cotidiana?
La democracia debe nutrirse de palabras e ideas. Y mientras los políticos no lo entiendan, México seguirá atrapado en un callejón donde la crispación anula la esperanza de un verdadero acuerdo nacional.
Estamos muy lejos del nivel de civilidad, profesionalismo y altura de lo que sucede en la mayoría de los parlamentos europeos. Algún día podríamos tomar su ejemplo. Pero qué podemos esperar cuando en México el “requisito” para ser diputado federal es tener 18 años de edad cumplidos y para senador 21.
SOTTO VOCE
Y hablando del Senado, quien tiene el reto de arreglar el desastre que le hereda el impresentable Gerardo Fernández Noroña es Laura Itzel Castillo, quien a propuesta del senador Félix Salgado Macedonio fue electa por unanimidad del Grupo Parlamentario de Morena como presidenta de la Mesa Directiva del Senado de la República. La senadora, hija del ingeniero Heberto Castillo, tiene una larga trayectoria de lucha social y militancia en la izquierda…
La gobernadora Delfina Gómez y el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, se reunieron en el Palacio de Gobierno del Edomex, donde se sigue cocinando el Polo de Desarrollo, que traerá inversiones por más de 800 millones de pesos y la generación de 4 mil 500 empleos a la entidad, colocando al Estado de México en el radar económico nacional y, con el sello Hecho en México, pero con etiqueta mexiquense.
