Innovación, Clima y Capital

Agua, la palabra de hoy y del mañana

Para 2050, se estima que 51 países enfrentarán niveles altos o extremos de estrés hídrico, afectando a cerca del 31 por ciento de la población mundial. El problema ya no es futuro. Es presente.

“El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza”

Leonardo da Vinci

Agua es mi palabra del 2025. No por moda ni por corrección política, sino porque lentamente, a veces a golpes, empezamos a entender algo elemental. Sin agua no hay vida, no hay economía, no hay alimentos, no hay ciudades que funcionen ni comunidades que resistan. Este año vimos cómo el agua ordena y desordena el mundo. Sequías prolongadas en unas regiones, inundaciones devastadoras en otras. El mismo elemento que sostiene la vida es también el que evidencia nuestras fragilidades. No es una paradoja nueva, pero sí más visible. El agua es la red de la vida y también el espejo de nuestras malas decisiones acumuladas durante décadas.

De acuerdo con datos consolidados a nivel internacional, más de dos mil millones de personas en el mundo no tienen acceso a agua potable gestionada de forma segura. Casi cuatro mil millones enfrentan escasez severa al menos un mes al año. La demanda global de agua ha aumentado más del uno por ciento anual durante las últimas cuatro décadas y sigue creciendo, impulsada por la urbanización, la densidad poblacional y los cambios en los patrones de consumo. Para 2050, se estima que 51 países enfrentarán niveles altos o extremos de estrés hídrico, afectando a cerca del 31 por ciento de la población mundial. El problema ya no es futuro. Es presente.

El impacto económico es igual de contundente. Estudios del Banco Mundial estiman que la escasez hídrica puede reducir el crecimiento económico regional entre cuatro y seis por ciento del PIB hacia mitad de siglo. No por falta de tecnología, sino por disrupciones en agricultura, energía, industria y salud pública. El agua no solo sostiene la vida. Sostiene las cadenas de valor.

México es un espejo claro de esta tendencia. Más del 60 % del territorio presenta algún grado de estrés hídrico, con una sobreexplotación crónica de acuíferos sin adaptación al cambio climático. En algunas ciudades, hasta cuatro de cada diez litros de agua se pierden por fugas antes de llegar a los hogares. La agricultura utiliza alrededor del setenta y cinco por ciento del agua disponible, y gran parte de ese volumen se desperdicia debido a sistemas de riego ineficientes. Al mismo tiempo, millones de personas dependen del tandeo o de la compra de agua para cubrir necesidades básicas. El agua se volvió un factor de desigualdad visible.

No es casualidad que el agua haya regresado al centro de la conversación geopolítica. El Tratado de Aguas entre México y Estados Unidos de 1944 fue diseñado para un clima que ya no existe. La sequía prolongada en el norte de México y el sur de Estados Unidos convirtió un acuerdo técnico en un asunto de presión diplomática y comercial. A nivel global, el panorama no es distinto. El canal de Panamá, afectado por niveles históricamente bajos de agua, alteró rutas comerciales y encareció el transporte marítimo. En el Mediterráneo, regiones como Cataluña enfrentaron severas restricciones tras una de las peores sequías históricas. Teherán está en modo de sobrevivencia por la sequía. No son anécdotas aisladas. Son señales de un sistema al límite.

Frente a este escenario, algo empezó a moverse. El agua comenzó a atraer inversión, innovación y atención seria. Bancos de desarrollo, fondos públicos y privados y actores multilaterales incrementaron su foco en infraestructura hídrica, eficiencia, tratamiento y resiliencia. En la frontera entre México y Estados Unidos, el Banco de Desarrollo de América del Norte ha reforzado este enfoque bajo una premisa clara. Los ríos no conocen fronteras. Proyectos en cuencas compartidas, como el Río Bravo, ya no se conciben solo como acciones ambientales, sino también como inversiones en salud pública, competitividad económica y estabilidad regional. Otros bancos de desarrollo en el mundo avanzan en la misma dirección. El agua dejó de ser un tema blando y se convirtió en un activo estratégico, con una brecha de infraestructura que exigirá inversiones anuales de cientos de miles de millones de dólares en las próximas décadas.

La innovación también ganó terreno. Tecnologías para detectar fugas en tiempo real, sistemas de captación de lluvia a escala doméstica y comunitaria, soluciones de desalinización más eficientes, adaptación de cultivos a condiciones de estrés hídrico, reutilización de aguas residuales, incluso proyectos que buscan recuperar humedad del aire. Nada de esto es ciencia ficción. Muchas de estas soluciones ya existen. El problema no es la ausencia de tecnología, sino su escala, su costo y su adopción.

Ahí entra el punto más difícil y menos visible. El cambio cultural. Porque no hay tecnología que alcance si seguimos tratando al agua como un recurso infinito. Cosecharla, cuidarla, preservarla, evitar fugas, cambiar hábitos de consumo, replantear qué comemos y cómo producimos nuestros alimentos. Los productos del mar, por ejemplo, dependen de ecosistemas acuáticos sanos que hoy están bajo presión por contaminación, sobrepesca y calentamiento. Lo que llega a nuestro plato también cuenta una historia de agua.

Las advertencias no son nuevas. Ismail Serageldin, exvicepresidente del Banco Mundial, lo dijo hace más de veinte años. Las guerras del siglo veintiuno serán por el agua. Sandra Postel, fundadora del Global Water Policy Project, lo expresó con una frase que es referencia obligada en política hídrica. El agua es el torrente sanguíneo de la biosfera. Sin ella, no hay vida, ni ecosistemas, ni economías que funcionen.

Agua es la palabra de nuestro año. Con certeza, será la palabra de los próximos. No porque queramos, sino porque no tenemos alternativa. El futuro no se va a escribir en abstracto. Se va a escribir gota a gota. En las próximas entregas de esta columna exploraré cómo la innovación, la inversión y los cambios en la forma de gestionar el agua están empezando a definir ese futuro.

Nelly Ramírez Moncada

Nelly Ramírez Moncada

Especialista en desarrollo internacional con más de dos décadas de experiencia en América Latina y África.

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