Antes del Fin

El negocio de la tristeza

En la era de la hiperproductividad y la IA, crece un vacío existencial: buscamos respuestas a la soledad y el sentido de la vida en chatbots, escribe Nadine Cortés.

Estamos atrapados entre producir y consumir, y en ese vaivén se nos escapa lo esencial: vivir.

No es una metáfora para conmover; es el síntoma estructural de nuestra era.

Y cada vez más, es un diagnóstico medible.

En un mundo donde la productividad se premia y la quietud se penaliza, preguntarnos cuántas veces levantamos la mirada hacia el cielo o abrazamos con presencia total no es sentimentalismo: es resistencia.

Del conocimiento al colapso interior

La inteligencia artificial ha transformado la forma en que buscamos respuestas. Hoy más de 700 millones de personas usan ChatGPT semanalmente. En marzo de 2025, se registraron más de 2,500 millones de instrucciones diarias. Y los ingresos anuales de OpenAI superan ya los 12 mil millones de dólares. Nunca habíamos hecho tantas preguntas como civilización.

Pero lo inquietante no es cuántas preguntas se hacen. Lo inquietante es cuáles.

Las consultas más frecuentes no tienen que ver con negocios ni tecnología. Son estas:

¿Cuál es el sentido de la vida?

¿Cómo sentirme menos solo?

¿Qué hago con este vacío que no se va?

No es una anécdota: es un grito. La humanidad no está preguntando cómo ganar más dinero. Está buscando cómo seguir viva por dentro.

El vacío cuesta. Y se monetiza.

El vacío existencial no es solo un problema ético o filosófico. Tiene costo económico directo. Estudios recientes en EE. UU. estiman que la soledad y el aislamiento social implican una pérdida anual de más de 460 mil millones de dólares por baja productividad, ausentismo, enfermedades mentales y presión sobre los sistemas sanitarios.

A nivel individual, una persona que sufre soledad crónica genera entre 250 y 2,000 dólares anuales en costos adicionales para los sistemas de salud. Sí, el alma vacía también pasa factura fiscal.

Y lo más paradójico: el mercado ha aprendido a monetizar esa carencia. Apps de compañia, IA emocional, plataformas de conexión artificial… Cada abrazo que falta, alguien lo convierte en modelo de negocio.

¿Nos está aislando la inteligencia artificial?

Los estudios apuntan a un fenómeno preocupante: mientras que en niveles bajos los chatbots pueden ofrecer alivio temporal a la soledad, su uso intensivo está correlacionado con mayor dependencia emocional, menos relaciones humanas reales y más aislamiento. Se construye así una intimidad artificial que alivia, pero también distorsiona.

Y ya hay consecuencias graves: en Estados Unidos se han documentado suicidios de adolescentes que mantenían vínculos emocionales con chatbots. En uno de los casos, la familia denunció que ChatGPT validó ideas suicidas expresadas por el joven.

En otro, un menor de 14 años generó conversaciones altamente sensibles con un bot de compañía antes de quitarse la vida.

Las demandas legales ya están en curso.

La pregunta es: ¿estamos preparados para lo que esta tecnología está despertando emocionalmente?

La paradoja que nos habita

Llenamos nuestras vidas de objetos mientras el alma se vacía de significado.

Trabajamos para pagar experiencias que no habitamos. Buscamos compañía en una pantalla que no puede abrazar.

Y no es que no sepamos lo que pasa. Lo sabemos todo. Pero el conocimiento no basta. Nos falta conexión real, nos falta tiempo presente, nos falta valentía para mirar hacia adentro sin el filtro del algoritmo.

¿Y si todavía podemos?

Si millones de personas le preguntan a una IA cómo seguir viviendo, es porque algo en ellas ya intuye que esta forma de existir no basta.

Esa es la grieta. El lugar por donde aún puede entrar la luz. Pero no bastan discursos ni likes. Necesitamos nuevas formas de vivir que no conviertan todo en datos, ni a todos en usuarios.

Volver a mirar el cielo.

Habitar la lentitud.

Observar un paisaje.

Comer sin scri

Abrazar sin miedo.

Y crear políticas públicas que no solo miden productividad, sino bienestar real.

Porque si la inteligencia sabe, pero el alma calla… El verdadero colapso no será tecnológico. Será humano.

Nadine Cortés

Nadine Cortés

Abogada especialista en gestión de políticas migratorias internacionales.

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