Las redadas migratorias están empujando a la población migrante hacia una clandestinidad más profunda, generando una sociedad paralela que incrementa la vulnerabilidad, la explotación laboral y la criminalidad, lejos de resolver el fenómeno migratorio.
Mientras las cámaras captan la crueldad explícita de las redadas migratorias en Estados Unidos, donde agentes fuertemente armados detienen con violencia a personas inocentes en sus hogares y lugares de trabajo, una consecuencia menos visible pero mucho más profunda crece en silencio. Las políticas migratorias basadas en la persecución no están logrando el objetivo declarado de generar deportaciones masivas efectivas, sino que están dando vida a un fenómeno más preocupante y dañino: una sociedad paralela, clandestina y profundamente vulnerable.
Este proceso, denominado “clandestinización social”, supera el mero ocultamiento temporal de migrantes indocumentados; implica la consolidación estructural de economías informales y redes clandestinas de empleo, completamente al margen de cualquier control institucional. Se trata de un ecosistema donde las personas migrantes pierden toda protección legal, quedando indefensas ante el abuso laboral extremo, la explotación sexual y prácticas delictivas como la extorsión o la trata de personas.
El filósofo francés Michel Foucault ya advirtió en su teoría sobre el “biopoder” cómo el Estado controla cuerpos y poblaciones mediante mecanismos sutiles de vigilancia y coerción. Aplicado a esta situación migratoria, el biopoder toma una forma particularmente perversa: al fomentar el miedo constante entre los migrantes mediante las redadas, el Estado los empuja a una existencia marginal y profundamente vulnerable, reforzando así un control indirecto pero devastador sobre sus vidas.
Este patrón de clandestinización no es nuevo. Históricamente, en otras regiones del mundo, políticas similares han generado profundas crisis sociales. Un ejemplo relevante es el fenómeno ocurrido en Europa durante las décadas recientes, particularmente en Francia e Italia, donde políticas migratorias agresivas provocaron la creación de comunidades subterráneas altamente vulnerables y desconectadas de la sociedad formal. Estas comunidades clandestinas dieron paso a la proliferación de mafias laborales y redes criminales, un problema que hasta hoy afecta profundamente la cohesión social y la seguridad pública en esos países.
En Estados Unidos, este fenómeno está alcanzando una magnitud preocupante. Familias enteras abandonan cualquier intento de interacción con instituciones estatales, incluyendo escuelas y hospitales, temiendo que estos sitios se conviertan en lugares de detención. Consecuentemente, los migrantes y sus hijos enfrentan no solo abusos físicos y psicológicos, sino también el riesgo real de un trauma generacional y la creación de una subclase social permanente, invisible y altamente explotable.
A nivel económico, este fenómeno también tiene graves implicaciones. La economía sumergida derivada de la clandestinidad social implica una pérdida considerable en recaudación fiscal y fomenta prácticas laborales abusivas que distorsionan y precarizan los mercados laborales formales. Las empresas éticas que buscan cumplir con regulaciones estrictas pierden competitividad frente a aquellas que explotan trabajadores vulnerables, generando una competencia desleal y fomentando una espiral negativa en la calidad del empleo y los salarios.
Antes del fin
Es hora de reconocer que la solución al fenómeno migratorio no puede basarse en la represión ni en el miedo. Las redadas, lejos de disuadir o resolver la migración irregular, alimentan una clandestinidad peligrosa que erosiona los cimientos sociales y económicos de cualquier nación. Las políticas deben virar hacia un enfoque integral basado en derechos humanos y en la regularización de las personas migrantes.
Mientras no ocurra este cambio fundamental, la clandestinización social continuará siendo el oscuro legado de unas políticas migratorias que, lejos de solucionar problemas, los perpetúan y profundizan hasta niveles dramáticos. Es urgente un cambio radical antes de que esta clandestinidad termine por consumir, de manera irreversible, la dignidad y cohesión social.
