Retrato Hablado

'Hay que recuperar la función social que tiene el arte'

Patricia Martín persevera en su convicción de que el arte es capaz de transformar radicalmente a las sociedades, dice María Scherer Ibarra.

A los 16 años, por accidente, a Patricia Martín se le incendió la bata que la arropaba. Sufrió quemaduras de tercer grado en el 35 por ciento del cuerpo. Fue sometida a varias operaciones para colocarle injertos en la zonas dañadas. Superó los años más duros gracias al psicoanálisis.

Antes de eso, Patricia Martín se encaminaba al abismo. "La quemadura es mi hecho fundacional. Me hizo independiente. Me hizo fuerte. Me ayudó a situarme y a utilizar mi energía sin destruirme a mí misma".

La familia Martín, formada por un refugiado español y una yucateca de origen humilde, vivieron un tiempo con sus hijos en Francia. El arquitecto abandonó su profesión y se dedicó a promover arte. No era extraño para sus hijos ver entrar y salir bellísimas piezas de arte de su casa. Lo raro era que la venta de alguna de esas piezas pudiera pagar una casa o las colegiaturas.

Martín estudió, como sus hermanos, en escuelas activas fundadas por exiliados y después en la UNAM, pero desistió de la carrera de Historia. Había dejado la casa de su familia cuando cumplió la mayoría de edad, y pronto empezó a trabajar diseñando vestuarios o dirigiendo el arte de los ejercicios del CCC de sus amigos de generación. Después, hizo dirección de arte para cine y comerciales. Trabajó con grandes directores y fotógrafos Cazals, Lubezki y Prieto, y también con los más conocidos directores de comerciales.

Le pagaban muy bien. Sin embargo, un día, después de una junta con Fred Clapp y su equipo, quienes estaban por realizar un premiado comercial de whisky Buchanan's, Martín entró en crisis. Tuvo un ataque de llanto. Había estallado la rebelión en Chiapas. Su trabajo le pareció frívolo y carente de sentido. Decidió entonces que viajaría al sureste o iría fuera de México para estudiar arte. Escogió Inglaterra, donde aplicó para un posgrado en dirección de arte teatral. La aceptaron por su experiencia, sin haber cursado una licenciatura. El posgrado resultó demasiado práctico; prescindió de él y optó por un curso en Sotheby´s sobre el disruptivo movimiento de los Young British Artists, donde se cuentan Damien Hirst, Gary Hume, Sarah Lucas, Tracy Emin, Gillian Wearing y muchos otros.

Martín no había aterrizado en México y ya estaba arrepentida. Se propuso regresar para estudiar el posgrado en Arte Contemporáneo y de Posguerra que obtuvo en la Universidad de Manchester.

Para mantenerse en Londres, la curadora trabajó en Lisson, la galería más importante en Inglaterra. Martín dirigió el proyecto de investigación por su trigésimo aniversario. "Eso fue como hacer una segunda maestría".

Cuatro años después, cuando finalmente volvió a México, empezó a ser visitas de estudio por su cuenta, y poco a poco encontró artistas importantes, muy distintos a los ingleses. Los artistas mexicanos eran más libres. No eran tan estructurados, pero mostraban gran fuerza. Vio claro: su interés era formar una imponente colección de arte contemporáneo. Tenía que ser privada; la repelía la burocracia del gobierno.

El dueño de Lisson, Nicholas Logsdail, y Martín trabaron una vigorosa amistad que resistió la distancia. Logsdail viajó a México para asistir a un exposición de Richard Deacon en el Tamayo y Martín le organizó una decena de citas, entre ellas, una con Eugenio López para que le mostrase la colección Jumex. "Fue como amor a primera vista", dice Martín sobre su primer encuentro con López. Terminaron trabajando diez años juntos. Él tenía 28 años; ella, 27. "Los dos éramos unos conversos, creíamos que el arte contemporáneo era la única salvación del planeta. Hay una zona del arte contemporáneo que es muy contestataria y refrescante y ahí nos unimos. Compartíamos un estado de rebeldía, y teníamos los medios necesarios para hacer la colección más chingona de arte contemporáneo de Latinoamérica".

A finales de los noventa, el mundo del arte contemporáneo en México era muy precario. No había coleccionistas, críticos, publicaciones o espacios, salvo algunos que mantenían su independencia, pero apenas subsistían. "Yo entendí que me había tocado conducir todo ese dinero de manera ética para llevar la cultura a todos lados, mediante visitas de escuelas, becas, patrocinios, etcétera. Creía que si los niños de Ecatepec, por ejemplo, tenían acceso a estas obras, podía cambiar su estructura mental, su visión de la vida. En ese momento creía que el arte tenía esa función social y que había que luchar por ella".

Después de Jumex, Martín dirigió brevemente el programa de artistas para la galería francesa Yvon Lambert en Nueva York, pero le repelía el sentido del mercado del arte contemporáneo.

Martín se embarazó por primera vez y durante los primeros años de crianza, colaboró con Moisés Cosío, con quien formó la Fundación Alumnos 47, que cerró de manera inesperada por resolución del empresario.

Mientras esperaba a su segundo hijo, Martín dio cursos de arte contemporáneo dentro y fuera de México. Después la buscó Bosco Sodi para que dirigiera la Fundación Casa Wabi. La obra del cotizado artista no la complacía, y fue para ella un dilema aceptar trabajar con él. "Es el proyecto más bonito que he desarrollado porque reunía todo lo que es importante para mí". Martín invitaba artistas mexicanos y del resto del mundo para hacer residencias en Oaxaca, y, a cambio, ellos ofrecían un proyecto para las comunidades aledañas.

Martín persevera en su convicción de que el arte es capaz de transformar radicalmente a las sociedades. Ahora dirige Andamiaje, una plataforma digital de su creación, que quiere un planteamiento distinto de la operación del mercado del arte. Martín impulsa la existencia de nuevos coleccionistas y, sobre todo, busca el encuentro entre artistas consolidados y emergentes, para apoyar la creación de los últimos.

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