Retrato Hablado

‘Inseparables, estudio de la pobreza y el horror de la violencia’

En la forma en que se aplica la ley y en la forma en la que el Estado aplica la fuerza coactiva es donde realmente reside la ciudadanía. Ahí, y no sólo en el voto.

A Beatriz Magaloni le cayó todo de golpe: la definitividad en la Universidad de Stanford y la incipiente independencia de tres hijos. En esas condiciones, podía progresar una investigación que tuviera impacto en la calle y en la vida de la gente, “que ayudara a resolver los problemas de los pobres. No quería solamente dialogar con la academia”.

Magaloni fue acreedora al Premio Estocolmo en Criminología 2023, considerado el Nobel en esa materia. Se le reconoció por su trabajo sobre autoritarismo, desarrollado en paralelo en Brasil –donde estudió la violencia en las favelas brasileñas– y en México, donde analizó el efecto de las intervenciones militares durante el sexenio de Calderón.

Esa investigación es el resultado de haber escapado “de las torres de marfil”. Previamente, Magaloni elaboró un proyecto en Guatemala con mujeres indígenas. Con sus alumnos y promotoras de salud, estudió la malnutrición y la mortandad infantil. A esos viajes llevó a sus hijos, testigos de su pasión por la justicia, que le transmitieron sus padres a las cuatro hermanas.

“No hay forma de estudiar la pobreza sin tocar el horror de la violencia. Pobreza y violencia son inseparables”, sostiene la politóloga.

Algunos años, el pasaporte de Beatriz Magaloni registró hasta 10 entradas a Brasil. En la época de Lula, visitó favelas que transitaban la vía de la pacificación, olvidadas por el Estado, gobernadas por narcotraficantes o milicianos. La política de militarización policial sería derribada tras la construcción de una policía de proximidad. “En mi mente, se formulaba el concepto de policía humanitaria para los pobres”.

Su asistente y la hermana de ésta, nacidas en una zona deprimida de Río, fueron sus compañeras en los peligrosos territorios cariocas. Organizaciones comunitarias, policías y hasta el ministro de Seguridad las adentraron en las favelas.

Años antes, las hermanas Ana Laura y Beatriz Magaloni estudiaron la licenciatura en derecho. La segunda, sin embargo, continuó su formación en ciencia política. “Sentía que me faltaban herramientas técnicas y estadísticas para transformar las leyes”. Mientras se doctoraba, Ana Laura la invitó a participar en la defensa de una mujer acusada de matar al hombre que la violó. Con ayuda de otras feministas, salió libre por legítima defensa. “Ese caso me mostró los intestinos del sistema de justicia criminal en México”.

Los cambios no vendrán de las leyes, sino de la transformación de las instituciones, opina la investigadora, que ha reflexionado durante más de una década sobre los retos de someter a las comunidades a la policía y otros elementos coercitivos del Estado. “Lo que hicimos en Brasil y en México fue buscar los factores que mejoran o empeoran el desempeño de la coacción del Estado. En México me enfoqué en el análisis de la tortura, que es una forma de abuso policial brutal, y en Río, en la violencia letal de la policía.

-¿Cómo están ahora esas favelas? ¿Se pacificaron? ¿Se sostuvo la paz?

-Iba cayendo la violencia y de pronto, hacia el final de 2013, subió otra vez. Se volvió casi un fracaso personal para mí. Pero logramos identificar las condiciones bajo las cuales estas intervenciones logran mantener la paz y las condiciones bajo las cuales se vuelven un desastre. Hay lugares donde los criminales gobiernan, entre comillas, en una forma bastante pacífica y efectiva, y logran que el crimen se mantenga controlado. Le llamo gobernanza criminal. Como el Estado no está presente, los grupos criminales son legítimos para los pobladores. Cuando eso sucede, la intervención policial se vuelve un desastre porque la población no confía en la policía y todo empeora. Por otro lado, hay lugares donde la gente vive aterrada de los criminales que los extorsionan y todo el tiempo se pelean entre sí, matando jóvenes. A estos les llamamos sistemas de gobernanza criminal predatorios. Cuando la policía entra, se pacifica el lugar y los resultados son positivos.

-Aquí la no intervención hace mucho ruido.

-Mucho, igual allá. Yo no digo que lo ideal es que gobiernen los criminales esas poblaciones.

-No, pero es un hecho que lo hacen.

-Es un hecho, exactamente. ¿De quién es la culpa? Originalmente del Estado, por haber dejado estos territorios abandonados.

-¿Cuáles son las similitudes y las diferencias más notables entre lo que encontraste en estas favelas cuando interviene la policía y en un poblado en México cuando entran los militares?

-Hay lugares donde hay mucha competencia entre cárteles, y estos se vuelven mucho más violentos en contra de la población; hay otros donde hay un monopolio de un cártel, y ahí en general la gente tiene más confianza y les pide ayuda, crédito y funciona la gobernanza criminal. Lo que sucedió con las intervenciones militares es que el arresto de los líderes rompe la gobernanza y hay mucho más pleito dentro de las propias organizaciones criminales, sea por el liderazgo del cártel o entre las distintas células criminales, lo que, a la larga, afecta mucho a la población. En México, con esta fragmentación tan grande de las organizaciones criminales, no hay quién proporcione orden.

-¿Qué sigue después del ‘Nobel’ en tu área?

-Me alegra que se reconoció este trabajo, cuando hubo quien dijo que lo que yo hacía no era ciencia política. Ahora, el estudio de América Latina desde el punto de vista de la ciencia política tiene que poner atención a este trabajo, porque en la forma en que se aplica la ley y en la forma en la que el Estado aplica la fuerza coactiva es donde realmente reside la ciudadanía. Ahí, y no sólo en el voto.

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