Retrato Hablado

Un ‘comediante’ vs. la inflexibilidad precoz

El escritor quiere descansar, retomar su vida, recobrar una cotidianeidad que no tiene hace mucho tiempo. Quiere tener una casa, y quiere poder ir a esa casa.

“Siento que he sido desordenado”, lamenta Gabriel Nuncio, porque va y viene cuando habla sobre su vida profesional como va y viene y se enreda un poco más cuando cuenta de su vida personal. Esas dos vidas son una sola, admite el codirector, coescritor y protagonista de El comediante, recientemente estrenada en Netflix.

“Fue el colmo estudiarme todo el tiempo, verme a mí mismo en la edición, reconocer cada una de mis arrugas, los tics que tengo. Pasar de la ficción a la realidad me confundía. ¿Había dicho tal cosa en la película, lo dije porque estaba en el guion o lo puse en el guion porque lo pensaba antes? Ahora mismo sigo hablando de ella”.

-¿Te queda algo de vida personal?

-Tengo una acotada vida personal. Y está bien. Sólo espero no acabar mirando una esfera de nieve artificial que tenga dentro la casita de clase media que rento, recordando el trineo de mi infancia.

A sus cuarenta y pico, Nuncio prefiere las dudas sobre la certidumbre. “No quiero editorializarme”.

-¿Qué quieres decir?

-Que a mucha gente le sobra la certeza sobre sí misma. A una edad muy temprana se dan poco espacio para cuestionarse. Son inflexibles, precoces.

-Todos tenemos que definirnos y proyectarnos hacia el futuro.

-Claro, y una de las pocas cosas que me planteé en mi adolescencia fue hacer cine, pero como una manifestación bastante general. No pensaba hacer películas sobre una postura social equis, ¿sabes? Lo mío era “me gustan las películas”, y ya. Para bien o para mal, nunca me hice una manifestación interna, nunca dije ‘quiero tener hijos’, ‘quiero tener una casa’, ‘quiero tener un tramito de tierra’, ‘quiero tener una pareja’, ‘quiero hacer equipo’. Quizás eso explica un poco el lugar en el que me encuentro.

“Quise tener varias pólizas de vida”, dice el escritor, quien estudió derecho brevemente, antes de comunicación. Se refiere a Takeshi Kitano, el director japonés que es también comediante, pintor, presentador de televisión y actor. “La carrera de leyes fue una red de protección por si el cine no funcionaba, pero la odié”. Menciona también a su madre, bibliotecaria hasta la cincuentena, cuando decidió abrir su propia galería de arte.

A Nuncio lo transformaron un amor de juventud y un grupo de amigos. “Cambiar de comunidad y encontrar a mi tribu me dio una perspectiva mayor. Hacer cine dejó de sonar como una excentricidad”.

En un viaje a República Dominicana, durante la noche de aficionados en la terraza de un bar, alguien tocó la guitarra, alguien más recitó un poema y Gabriel Nuncio contó una anécdota graciosa que provocó la risa del público. Le encantó la experiencia. “Fui a un open mic con muchos amigos y la pasé genial; regresé a ese mismo lugar sin amigos, de incógnito, y me fue fatal. El stand up es un oficio dificilísimo. Mejoré poco a poco y recurrí a ese ejercicio durante dos años o tres años, pero cuando empecé a ganar dinero se desvirtuó. Yo tenía entonces tan pocos pasatiempos –porque había convertido mis pasatiempos en trabajo– que dejé de disfrutarlo al convertirlo en otra chamba y perdí el interés”.

Otro aspecto en la vida de Gabriel Nuncio es la actuación. En un curso en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de La Habana, Cuba, Marketa Kimbrell, una de sus maestras –formada por Lee Strasberg–, lo invitó a tomar clases en la Universidad de Nueva York. Un año se redujo a un semestre porque le resultó económicamente insostenible. “No volví a practicar sino hasta cinco años después en Casa Azul, cuando me invitan mis amigos a hacer un papelito aquí o allá, tanto en proyectos desconocidos como en otros muy exitosos”. Entre los segundos, sin duda el mayor es el de Luis Miguel, donde Nuncio interpreta al Doc. “El personaje apenas aparece en pantalla, pero la gente me empezó a reconocer por él, y es posible que sea mi cruz durante unos 20 años”.

“Me invitó el director de casting de La casa de las flores, en la que fui guionista. Fue un casting larguísimo, primero una improvisación, otro con vestuario y un último con los productores. El papel era tan chiquitito, que en el primer episodio nomás abrí una puerta”.

-Pero la abriste increíble, seguro.

-Abrí muy bien la puerta, sí-, ríe. Ahora me han invitado a más castings, pero estoy de cabeza en un proyecto personal que consume todo mi tiempo y energía”.

-¿Qué es lo último que escribiste?

-El argumento para una serie. Me gusta mucho escribir argumentos; es muy raro porque luego no salen a la luz. Mi parte favorita es escribir las 10 páginas de lo que trata todo el guion.

Entre el estreno de El comediante, el de El norte sobre el vacío, en Berlín, y el desarrollo de un drama-thriller en el que está volcado, Nuncio explora temáticas tan diversas como el fracaso, la violencia y el poder. “Ha sido realmente trepidante”, sostiene. “Creo que me estoy provocando algunas heridas emocionales”.

El socio de Bengala –”no sé si tengo una productora o ella me tiene a mí”– asegura que no le cuesta suscribir otra mirada, como lo hizo con la de Alejandra Márquez, directora de El norte sobre el vacío. “De hecho, lo disfruto. Incorporé la palabra equipo bien tarde en mi vida, pero la integré del todo. Espero seguir escribiendo guiones para directores que hacen algo muy distinto a lo que yo haría”.

-¿Dónde vas a estar en seis meses?

-Quiero descansar, retomar mi vida, recobrar una cotidianeidad que no tengo hace mucho tiempo. Por chamba y por pandemia he pasado los últimos 15 meses entre la Ciudad de México y Monterrey. Quiero tener una casa. Y quiero poder irme a esa casa.

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