Como dice el doctor en ciencias sociales, conferencista e influyente mexicano Juan Miguel Zunzunegi, en México los que somos ateos (gracias a Dios), somos ateos gracias al Dios de los cristianos. Yo no nací en México, pero aquí crecí. El 20 de noviembre cumplí 43 años de vivir en el país de la mayoría de los lectores de El Financiero. Estoy muy agradecido con México, y con los mexicanos; este es un país increíble, a pesar de tener enormes retos.
En Colombia, mi país natal, la Navidad no es muy distinta a la de México. La gente reza la Novena de Aguinaldos, que mi papá se sabe de memoria desde que era niño. Aquí en México la gente pide posada, y en algunos casos en las posadas cantan himnos religiosos y rezan rosarios, pero en general la Posada es más relajada que la Novena; aunque la Novena es más breve. Pero, el propósito es el mismo: es repasar el cuento fundacional de Occidente, de una familia pobre de Judea que la atrapa el parto en medio de un viaje para cumplir con un trámite burocrático, en un momento en donde pasaba un cometa, y donde algunos esperaban que viniera el Mesías.
Antes de tener hijos, no me gustaba mucho la Navidad. Era una época de contradicciones evidentes, y de mucho estrés y conflictos. Ya con los niños, la disfruté bastante, aunque me costaban mucho trabajo las mentiras de la época. “Les causa ilusión”, decía mi esposa, y yo señalaba a los niños judíos del departamento de enfrente que contemplaban nuestro árbol navideño, y le decía: “a ellos también, y nadie les miente”. También es una época de gran hipocresía, en la que gente que usualmente trata mal a los demás, aprovecha un ratito para aligerar las cargas de su conciencia.
Dichas los anteriores alegatos, propios de un amargado Grinch antagonista de la Navidad, el cuento fundacional de Occidente no es un mal cuento. Es un cuento que da valor a la vida humana, y que muestra que hasta en el pesebre más humilde, puede estar naciendo hoy un individuo con ideas poderosas e influyentes que tienen el potencial de cambiar la historia de la humanidad. Es una historia plagada de rencores, con un rey Herodes celoso que según el cuento bíblico trató de asesinar a los neonatos de esa fecha profética para que no viniera ningún Mesías con profecía bajo el brazo a disputarle su dictadura de Judea. Dicho esto, también es posible que mucho de ello quede en la ficción; al parecer, no ocurrió el infanticidio colectivo de Herodes, y es posible que Jesús de Nazareth no haya nacido en diciembre sino en primavera.
Pero, ya lo decía Boris Johnson, no debemos dejar que la verdad sea obstáculo para contar una buena historia. La filosofía cristiana en su forma más pura es una filosofía de compasión, que ha llevado a algunos a sospechar si Jesús no fue alumno de los Esenios, quienes a su vez probablemente tenían alguna influencia protobudista. Sí, la cruz fue el pretexto para imponer la Pax Cristiana con la espada a diestra y siniestra, y sobre todo los musulmanes perdieron posiciones estratégicas en Europa y Eurasia central debido a ello. Con el pretexto de la cruz, la espada impusó la religión con sangre desde Algeciras hasta Estambul (Serrat dixit), y desde Cádiz hasta las Californias, Cartagena de Indias y la Patagonia.
Los mandamientos del rabino progresista judío que dio nombre a la Era Común hace 2025 años (aproximadamente), no son un mal decálogo moral. A pesar de que él dijo que no traería al mundo la paz, sino la espada, y a pesar de que es posible que se le atribuyan más acontecimientos sobrenaturales de los que es razonable, el hijo del Dios hebreo le dio forma al mundo como lo conocemos, y solamente por ello, sigue siendo un referente cultural importantísimo. Dicen los judíos que la vida debe celebrarse. Celebremos nuestras vidas, y la de ese maestro israelita que le dio forma a la realidad como la conocemos.
Todo esto para decir, apreciada lectora, querido lector, que agradezco que dediques tu tiempo a leer esta columna los miércoles. Espero que tengas una buena Navidad, llena de paz. De las tres virtudes teologales, este economista nació bastante fuerte en la esperanza y la caridad, pero muy escaso de fe. Sí, podrá haber un mejor México, pero hay que construirlo. Y sí, la solución de que a los menos favorecidos “les ayude el gobierno” no es óptima. Tenemos que arremangarnos los privilegiados y ayudar a uno o dos de ellos, al menos. Es lo que nos hubiera dicho el rabino Jesús que hiciéramos.