Costo de oportunidad

Abogados, ingenieros y economistas

México es una sociedad con problemas distintos: un marco jurídico de ficción, y una aterradora incapacidad para reproducir el capital, aderezada con excesos de desconfianza entre nosotros, y en especial hacia el gobierno.

Este año, me llamó la atención un joven sinoamericano llamado Dan Wang. Es investigador asociado en Hoover Institution, un centro de pensamiento en la Universidad de Stanford; muy reconocido experto en las capacidades tecnológicas de China. Este año escribió un libro llamado Breakneck, la cruzada de China para ingeniar el futuro. Supe de él por dos podcasts: Search Engine, y McWilliams.

En algún momento de su carrera, Wang dejó los Estados Unidos y se fue a vivir a China porque le parecía más emocionante lo que estaba ocurriendo en el país asiático que lo que vio en Estados Unidos. Dice Wang en su página web sobre el libro: “Los chinos y los estadounidenses son parecidos en lo fundamental: incansables, ansiosos por encontrar atajos, y creadores de los principales cambios en el mundo. Su rivalidad no puede definirse con términos desgastados como socialista, democrático, o neoliberal. Y, ambos países son nudos de imperfecciones que, en nombre de la competencia, terminan haciéndose a sí mismos más daño del que el otro jamás habría soñado”.

Wang presenta una idea que el dice que es simple, pero que en realidad es muy profunda. Platica que Mao Tse Tung, quien cometió todo tipo de pifias de gobierno, era un poeta, y también la gente de su gabinete, y la gente en las posiciones altas en el partido, tenía una formación en la literatura. Quizá por ello no estaban preparados para moldear la realidad usando la ciencia, tecnología, e ingeniería. Por otro lado, Deng Xiao Ping, el gran reformador chino después de Mao, en los años setenta, era un ingeniero que también llevó ingenieros al gobierno. Dice Wang que estos eran ingenieros en el sentido más soviético de la palabra; gente que estaba sobre todo en la ingeniería civil, mecánica, hidráulica, militar y naval.

Así se construyó la élite gobernante china actual, un conjunto de gente con entrenamiento de ingenieros para resolver problemas. Estados Unidos, dice Wang, se construyó de otra forma, desde los padres fundadores del último tercio del siglo XVIII. Estados Unidos es una sociedad abogadil, lo cual da pie a enormes obstáculos al progreso, porque los grandes proyectos no pueden ejecutarse.

Cuando Mc Williams presentó a Wang en su podcast, el economista irlandés se quejaba de que la sociedad hiperlitigiosa también era el cimiento del gobierno irlandés, y del británico, que posibilitó movimientos NIMBY (“Not In My Back Yard”) y que evolucionó en colectivos BANANA: “Don’t Build Anything on Anybodys Near Area”. Wang explica que en los últimos 30 años China ha construido infraestructuras en una cuantía tan grande, que son varias veces toda la infraestructura que existe en los Estados Unidos, si se cuenta el número de kilómetros de vías férreas, o de carreteras, o de ciudades.

El Estado ingenieril también tiene un problema: trata de hacer ingeniería en la conducta humana. Dada la cuestionable ética de la ingeniería aplicada a moderar individuos, me atrevo a levantar la mano y pensar que hay futuro para un tercer tipo de sociedad: una donde el criterio que rija sea el de los economistas, pero los liberales. La razón es que un economista liberal tratará de mantener al mínimo la regulación para que el mercado cumpla con su función de mente colectiva que resuelve problemas de escasez, y a la vez se asegurará que todos los proyectos, grandes y pequeños, puedan amortizar su costo de capital.

La conclusión de Wang es que ambas sociedades necesitan aprender una de la otra. Estados Unidos debe moderar sus impulsos por litigarlo todo; China debe reducir su idea ingenieril de que la realidad puede amoldarse a cualquier proyecto de inversión. Nuestros vecinos al norte pueden producir regulación verdaderamente sofocante, por ejemplo, la que controla su mercado laboral. Nuestros vecinos lejanos cruzando el Océano Pacífico, también han construido infraestructuras que no tendrán un futuro en el mercado, y que probablemente serán elefantes blancos.

México es una sociedad con problemas distintos: un marco jurídico de ficción, y una aterradora incapacidad para reproducir el capital, aderezada con excesos de desconfianza entre nosotros, y en especial hacia el gobierno. Quizá habrá que traer a Wang a estudiar México; y quizá habría que preguntarle qué piensa sobre un Estado que le diera mayor lugar al mercado, como hicieron los irlandeses. Pero, mientras tanto, habrá que leer su libro. Está en mi lista para este fin de año, y espero que también en la suya, después de leerme el día de hoy.

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