Siempre le digo a mi esposa, a riesgo de que me manden a dormir con los perros, que tiene vocación de ministerio público. La razón es porque siempre anda encontrando culpables de las cosas que pasan. Es menos importante para ella entender el problema y resolverlo, que echarle la culpa a alguien.
La gente de institución y de empresa muchas veces tiene que tomar decisiones fuertes, y despedir a elementos que no hacen su trabajo, o que claramente tienen la culpa de algo. Normalmente eso ocurre ya que es más que evidente que no están dispuestos a hacer lo que se tiene que hacer. Pero, normalmente, una vez que encontraste a los culpables y los despediste, tienes que arreglar los problemas. No le puedes decir al Consejo de Administración, dos o tres años después de que se fue el elemento problemático, “es que el gerente fulanito en 2022 nos dejó un desastre”.
Escribo sobre esto a la luz de dos hechos: la renuncia del Fiscal Gertz Manero, la contratación de Ernestina Godoy para esa plaza, la claudicación del Estado en el empeño (instruido por la Ley) de tener una fiscalía autónoma, y los eventos de terrorismo/no terrorismo/quizás terrorismo/terrorismo de Schröedinger acaecidos en Michoacán en días recientes.
El gobierno actual siempre dice que la espiral de violencia la inició el presidente Felipe Calderón. Sin embargo, las medidas para controlar la violencia, desde esos años hasta la fecha, han sido deficientes. A esta situación, si le buscamos culpables, como hace mi esposa, tendríamos que atribuirla a las cuatro últimas administraciones federales, incluyendo la de la Dra. Sheinbaum. Eso implica que son culpables presidentes de las tres principales fuerzas políticas del país, y que resulta ocioso echarle la culpa solamente a un presidente o a un partido.
El gobierno actual tiene problemas para aceptar sus errores, carencias o violaciones al Estado de derecho. No es la primera vez que sucede eso en México. La “larga noche neoliberal” fue un experimento raro en pluralidad democrática que nunca había existido en México. Mi amigo, el politólogo Fernando Dworak, dice que ese breve intervalo de unos treinta años con relativas libertades fue una rareza. Lo común en México, y antes de México en la Nueva España, y antes de ello en los reinos que aquí ordenaban lo político, es un talante autoritario y represivo.
Era público y notorio que el anterior Fiscal Gertz es una persona del sistema. Trabajó en la Dirección Federal de Seguridad (DFS), en los años setenta. Eso ya te habla de alguien endurecido por un esquema al que le gustaba dar de palos y cero zanahorias. La Fiscalía, el intento por convertir a la Procuraduría en un agente autónomo que pudiera denunciar los casos de corrupción al más alto nivel, es un experimento fallido, porque es absolutamente ajeno a la experiencia mexicana de administración de justicia. Un sistema de justicia en una nación normal busca que el que la hace, la pague. En México, lo que se intenta es encontrar alguien que pague, haya hecho o no haya hecho, de acuerdo con la narrativa y la conveniencia política del momento. Como en los 70. Por eso Gertz era perfecto para este régimen libre de toda culpa.
Nada de esto importaba en un México donde la violencia estaba bajo control. Sí, el sistema cometía errores e injusticias que dejaban criminales libres y gente inocente en la cárcel, pero el porcentaje de gente que estaba sometida a estas injusticias era relativamente pequeño.
El articulo de Fernando García Ramírez en El Financiero del 8 de diciembre es muy elocuente. 450 mil muertos, 120 mil desaparecidos, 26 mil niños muertos. Decenas de miles de desplazados. Estos números ya se parecen a los de la Revolución Mexicana. Dice don Fernando que entre 1946 y 1966 Colombia vivió un horror parecido, los años de “La Violencia”. En los 70 y 80 tuvieron un respiro, pero en los 90 la violencia continuó y estuvo a punto de colapsar al Estado colombiano. Aún hay riesgo, por allá.
Podemos correr a los siguientes 10 fiscales, y a generales del ejército, almirantes de la marina, y políticos de alto nivel. Podemos denunciar miles de veces la corrupción en los medios, a riesgo de quienes participamos en la prensa, el radio o la televisión y los medios de internet. Pero, si el gobierno no hace nada para resolver el problema, solamente estaremos buscando culpables, y no estaremos encontrando soluciones. No parece que la clase política tenga conciencia de que la situación actual compromete la viabilidad del Estado.