No cabe duda que los mercados financieros son caprichosos. La semana pasada, el mercado de bonos ya estaba listo para cortarle la fuente de financiamiento a Francia por no balancear su presupuesto desde 1976. Hoy, estamos viendo ataques especulativos contra el peso argentino, que se encuentra en un régimen de transición muy parecido al que tuvo México en 1994, entre un tipo de cambio fijo y uno flexible.
La verdad es que hacer ese brinco, con una banda de flotación, como lo hizo México, como lo hizo Argentina, es un problema imposible de resolver. A lo mejor haría más sentido dejar flotar el tipo de cambio desde el día uno del cambio de régimen y no decidir una banda de flotación. Esto tiene un problema político y otro social: primero por la vía política sacan al gobierno, y por la vía social los cuelgan de un poste. Segundo, el brinco de un tipo de cambio controlado a uno de libre flotación, o de flotación sucia, normalmente tiene una sobrerreacción de mercado, el famoso overshooting del tipo de cambio. Ahí se te pueden morir industrias y fugar capitales que no vuelven.
Entonces, la banda de depreciación es la solución por la que opta un régimen que quiere liberalizar gradualmente al precio más importante de la economía. El problema está en que es muy fácil cometer errores, o tener excesos de optimismo respecto a qué tan grande es la pendiente del segmento superior de la banda.
El lunes, el secretario de Estado estadounidense, Scott Bessent, anunció en la red social X que Argentina es un socio estratégico de Estados Unidos, y que tomarán medidas para impedir una crisis de balanza de pagos en ese país. Ya están en negociaciones con el FMI de Kristalina Georgieva. El anuncio del secretario Bessent calmó un poco a los mercados y logró un pequeño incremento de precio en los bonos de deuda argentinos.
A pesar del apoyo de los Estados Unidos, Argentina tiene que acelerar su tasa de depreciación cambiaria y salirse de la banda de flotación lo antes posible. Es imposible compensar décadas de dispendio y mala gerencia económica con unos pocos años de balancear el presupuesto. La estrategia de Milei, que prioriza el largo plazo, tiene que brincar un corto plazo en el cual hay deuda, y hay dudas en los mercados respecto a la capacidad de los gobiernos argentinos para pagarla.
En teoría, los gobiernos no quiebran. Siempre tienen el recurso último de imprimir dinero y reducir el monto de lo que adeudan vía inflación. En México, en 1994, la crisis se complicó por la emisión de papeles de deuda denominados en dólares de los Estados Unidos, los famosos Tesobonos. También se complicó por intentar meter el tipo de cambio a los pactos de solidaridad económica, instrumento de concertación de precios que venía desde el gobierno del presidente De La Madrid. El tipo de cambio no se puede someter a una negociación política. En esos años, muchos agentes financieros externos que habían invertido todo en México, salieron muy raspados. Gente que importaba bienes de capital, apostándole a la industrialización de México, como mi padre, vieron sus deudas en dólares multiplicarse por 5, al mismo tiempo que los clientes dejaban de comprar y de pagar.
Sin embargo, el ajuste cambiario, y de tasas de interés, tiene que ocurrir para estabilizar una economía con crisis de balanza de pagos, como Argentina en 2025, o como México en 1994. El ingreso per cápita de los mexicanos se redujo en el 1994, y tuvimos que abrir la economía para importar insumos intermedios que nos permitieran exportar y obtener recursos en dólares para pagar las deudas. También ayudó abrir la economía para tener bienes de consumo más baratos, y poder abrir oportunidades de ahorro e inversión en la economía. Pero, en ese proceso, desaparecieron empresas e industrias completas, y aparecieron otras.
Los argentinos tienen que seguir el mismo camino. Es doloroso. Francia, Estados Unidos, Japón, y otros países con una base industrial, comercial y geopolítica más estable, que en dos siglos no han dejado de pagar sus bonos, pueden darse el lujo de una deuda pública enorme, y al vencimiento, pagar a los acreedores con nuevos bonos. Países como México y Argentina tenemos que hacer el trabajo difícil: ahorrar, generar superávit fiscal, reducir la distorsión en los precios relativos que genera un tipo de cambio controlado, y esperar que la receta surta efecto en 20 o 30 años, y que después de la medicina amarga, la economía vuelva a crecer. Esto último puede ser muy difícil.