Costo de oportunidad

Inflación democrática

El gobierno gasta antes de las elecciones, con el fin de que el partido en el gobierno pueda usar el gasto público como un dulce que ponga a pensar a los electores en votar por ellos.

Hace unos días el Infonavit me envió un aviso, explicándome que es viable que cobre pagos hechos en exceso sobre un crédito hipotecario que mi esposa y yo liquidamos antes del plazo previsto en el contrato. También, algunas personas mayores en mi entorno cercano están contentas porque van a cobrar 6 mil pesos de pensión del bienestar, y en marzo les tocará doble pago, supuestamente para que en las elecciones no haya confusión sobre el uso electorero de ese subsidio. El gobierno mexicano acaba de colocar un bono por 7 mil 500 millones de dólares. Ojalá lo hubieran hecho en la pandemia, y fuéramos socios de gobiernos como el estadounidense o alemán en el desarrollo de alguna vacuna contra el COVID-19.

El hecho es que el gobierno gasta antes de las elecciones, con el fin de que el partido en el gobierno pueda usar el gasto público como un dulce que ponga a pensar a los electores en votar por ellos. Como cada seis años, vemos abiertas las llaves del gasto público. Desafortunadamente, muchos gobiernos del planeta hacen lo mismo. Dado que en este año hay un montón de elecciones, valdría la pena revisar qué gobiernos van a sacar el monedero para estimular la urna, porque eso hará que la inflación global no ceda, y con ello, que tampoco se reduzcan las tasas de interés. Igual y el año pasado no metimos a la economía global en una recesión con los esfuerzos de los bancos centrales del planeta por reducir la inflación; pero en este año de elecciones en todo el mundo, igual y sí lo logramos.

Por ejemplo, es notorio el cinismo de Joseph Biden hace unos meses, tomando el megáfono y azuzando a los trabajadores de la industria automotriz estadounidense en huelga; diciendo cosas como: “a las empresas para las que ustedes trabajan les ha ido muy bien, deben darles un incremento de salario mayor al 40%”. Le digo cínico al viejito bonachón, porque la presión sindical en ese país para subir los salarios, es consecuencia de la inflación, y esta es producto del gasto público desbocado, desde el final de la administración Trump y continuado en el gobierno del demócrata. El monstruo inflacionario no despierta por la ambición desmedida de intermediarios y productores: normalmente es el resultado de los excesos en la demanda agregada inducidos por el gasto público, financiados a partir de una política monetaria irresponsable.

Entonces, bien dice Banco de México, la inflación todavía no está bajo control, y hay que estar pendientes del fenómeno, porque es posible que el costo del capital para los intermediarios financieros, y en consecuencia para todo el sector productivo de la economía mexicana, siga subiendo. Ojalá podamos crecer arriba del 3 por ciento como lo marcan la mayoría de los pronósticos. Francamente, lo dudo. No solamente es el tema inflacionario. El crecimiento mexicano ha sido ligeramente superior al promedio de los últimos 25 años por la demanda agregada generada por la refinería subacuática y el tren demoledor de cavernas y cenotes. Dado que esas inversiones no generarán externalidades positivas para el crecimiento nacional, es dudoso que se mantenga un crecimiento por arriba del promedio a partir de ellas. Un mejor aeropuerto para la Ciudad de México, o una continuación de las subastas eléctricas, eran una mejor apuesta; pero eran la apuesta de los enemigos políticos del presidente y de su partido, y por ello las cancelaron.

Por último, pero no menos importante: si el gobierno le echa mano a los recursos de las Afores, con una reforma pensionaria regresiva que nos devuelva a esquemas en donde los jóvenes subsidien a los viejos, los pronósticos son aún peores. El ahorro de los mexicanos ya financiaba algunas de las obras del gobierno, pero bajo una administración que desaparezca las cuentas individuales, el ahorro acumulado y futuro de los mexicanos se usará para más dispendio y obras de vanidad.

Ya es un mal augurio que el gobierno no tenga dinero para nada, dado que barrió con todos los fondos prudenciales: el fondo de enfermedades catastróficas en materia de salud y el de desastres naturales son dos ejemplos. Aunque sea impopular, México tiene que ponerle un freno al gasto público, y más en aquellos programas que destruyen el incentivo individual a trabajar, crecer y progresar. Aunque el primer mandatario no lo crea, es importante que la gente aspire a tener un mejor sistema de salud, una mejor educación para sus hijos, o a tener más de dos pares de zapatos.

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