Costo de oportunidad

El payaso cargador

La información neutral no le eleva el ritmo cardíaco a nadie. Pero las notas que pintan un panorama horrible, y que asustan, venden un montón.

Su columnista cargó un bulto de tierra el fin de semana y se lastimó la espalda. Sí, así de bruto y así de fácil. Gracias a mi hermanito ortopedista, y a un colega suyo aquí en Puebla, ya mero me recupero. Si alguien necesita ortopedista en México o Puebla, escríbame.

Esa lesión, y un mensaje en X de mi amigo Virgilio Muñoz (@virgilrecords) me llevaron a la siguiente reflexión: el catastrofismo es un fracaso comunicativo y político.

Creo que mi espalda no es lo único lesionado. En México no consumimos opiáceos, pero puede ser que el ketorolaco esté nublando mi claridad en la redacción. Así que me explico. Vender que nos va a cargar el payaso es el truco más viejo del manual del periodismo. Las buenas noticias no venden periódicos o clics. Los escritores en prensa parecemos paleros cuando damos buenas noticias. La información neutral no le eleva el ritmo cardíaco a nadie. Pero las notas que pintan un panorama horrible, y que asustan, venden un montón. No se diga la nota roja.

El problema con ese modelo de comunicación es que aleja a las personas de las noticias. No solamente eso; crea un sentimiento de desesperanza. Quizá ahí hay una explicación parcial de por qué a los jóvenes no les interesan los asuntos públicos, ni la política. Quizá también hay ahí una explicación al fenómeno que tratamos en la columna pasada: la gerontocracia política. Quizá eso explica por qué los jóvenes no votan en México. Tal vez también eso explica por qué de acuerdo al índice de democracia 2022 de Economist Intelligence Unit, México ya no es una democracia, sino un régimen de transición entre democracia y autoritarismo. Es posible que eso explique también por qué Estados Unidos, ese faro de libertad, ya solamente es una democracia defectuosa, no una democracia plena, de acuerdo al mencionado estudio.

Los viejos, que no es nuestra primera charreada (o rodeo, o dressage, según donde nacimos), sabemos que no todo está tan mal como lo pintan periodistas y activistas. Los jóvenes, probablemente, se sienten impotentes y eso hace que doblen los brazos. Ya no quieren saber nada. ¿Por qué habrían de esforzarse en cambiar algo, si el mundo se va a acabar?

Sí, los problemas de nuestro tiempo están picudos. Violencia, crimen, adicciones, inflación, cambio climático, educación, empleo, derechos humanos, deterioro democrático, captura del Estado, guerra, son solamente algunos de los que aparecen en la lista. Las organizaciones civiles también acuden al catastrofismo para impulsar a la gente, empresas y gobiernos a hacer algo. Pocos miden resultados. Los activistas de cada causa normalmente son los mismos porque el catastrofismo es malo para reclutar almas para la causa. Al ciudadano común, sea burócrata, empresario, estudiante o solo habitante, los grandes problemas de la humanidad le tienen sin cuidado.

Todos los problemas tienen solución. El cambio climático podrá revertirse, no solamente con la reducción en el uso de energía fósil; también habrá soluciones de geoingeniería que parecerán ciencia ficción. En el futuro habrá desastres naturales, pero serán peores los desastres de la naturaleza humana. México tenía un mecanismo de respaldo financiero para desastres naturales a través del Fonden y un ejército dedicado a atenderlos. Ahora no tenemos Fonden y tenemos soldados policías; la gente que debería estar quejándose por estas cosas ya perdió la esperanza de resolver estos problemas o ni siquiera identifica estos asuntos en la conversación pública.

El catastrofismo tiene impacto político. El presidente y el gobernador de Nuevo León niegan lo dicho por la prensa sobre el Acueducto Cuchillo 2, que se inauguró antes de terminarse. Alguien que miente pero que tiene alta credibilidad, como el presidente, o como Trump, puede darse el lujo de señalar a la prensa como enemigos de la gente, y la gente prefiere creer en sus mentiras que leer las verdades pesimistas de los medios.

No digo que nos unamos al club de los optimistas. Tampoco creo que debemos olvidarnos de nuestras limitaciones y acometer los problemas con la estulticia de quien cargó un bulto de tierra. El vaso de agua no está medio vacío, ni medio lleno. Hay agua para llenarlo, si queremos, pero hay que limpiarla. Quizá el nivel de agua del vaso no es un problema ni grave ni importante. Pero, la democracia, la participación de los jóvenes en los asuntos públicos, y una óptica razonablemente optimista respecto a dónde vamos, tendrían que dominar nuestra conversación; no el derrotismo o ignorar los problemas viendo videos de gatitos.

El autor es profesor de economía, Tecnológico de Monterrey, y consultor independiente.

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