Costo de oportunidad

Deporte, competencia y competitividad

La casi antípoda relación geográfica entre Tokyo y la Ciudad de México me causó flojera olímpica, por las desveladas.

“Jugamos como nunca, y perdimos como siempre”. Así es nuestra expectativa desinflada después de casi cualquier torneo deportivo. No soy muy futbolero, lo cual me descalifica como mexicano, y también como colombiano. El que no siga ni el soccer ni el americano me descalifica como varón en cuatro quintas partes del hemisferio. Como buen individualista libertario, los deportes individuales me llaman. La casi antípoda relación geográfica entre Tokyo y la Ciudad de México me causó flojera olímpica, por las desveladas. No honré la costumbre que me inculcaron mis hermanos, Luis y Andrés, que llevaron la combi familiar a Atlanta en 1996 para participar en una eliminatoria de canotaje, de seguir la justa olímpica. También me cansé de decepcionarme. Sin embargo, en temas de competencia y competitividad, Tokyo 2020, el año que no existió con su olimpiada que fue al año siguiente, merece alguna reflexión.

El deporte es una metáfora sobre nuestra organización social y nuestra economía. Nuestro esfuerzo deportivo nacional está enfocado en el futbol, que heredamos de los mineros ingleses que vinieron en el Siglo XIX. En ese deporte, nuestro máximo esfuerzo produce magros resultados. Dedicamos mucho de nuestro impulso vital al futbol, y raramente quedamos campeones. Cierto, en esta gesta olímpica el resultado fue bueno. Una felicitación a nuestros jóvenes futbolistas. Sin embargo, en el futbol profesional, nuestro desempeño es subóptimo. Nuestra liga tiene audiencias envidiables, pero no es competitiva. Igual algún club mexicano puede pagarle a Messi, como han bromeado muchos en estos días. Dudo que sea útil para él venir aquí.

Todos le echamos la culpa a la política y al gobierno. A la falta de presupuestos y de apoyos. Hay que echarle la culpa a algo más: a la falta de competencia, y a que los resultados competitivos no sean el determinante de nuestra asistencia a eventos deportivos internacionales.

He tenido gente cercana muy buena para el deporte. Chamacos excepcionales. Igual mi ojo del que no lo escogían para ningún equipo, no podría distinguir entre los cracks y gente que le echa ganas. Por entusiasmo no paraban estos muchachos. De hecho, algunos de ellos se dedican profesionalmente al deporte y a entrenar y cuidar deportistas, pero no fueron profesionales, no representaron jamás a México. Algo los detuvo. Falta de patrocinio, padrinos, conflictos en las federaciones o comités. Siempre hubo algo, distinto a su desempeño deportivo, que no los llevó a la Olimpiada. No se fregaron la rodilla; había algo en el orden social que los detuvo.

Nuestro sistema de selección de atletas es deficiente. No hay suficientes competencias internas para que los niños excepcionales se conviertan en jóvenes atletas excepcionales. Los marcadores y tiempos no nos importan, y acabamos seleccionando por grilla o patrocinio. No participamos en más competencias intermedias donde se puedan revelar los talentos. Hemos convertido al deporte, una disciplina meritocrática, en politiquería. Ignoramos la evidencia e invertimos en segmentos del deporte y personas que jamás producirán resultados. Si todo nuestro aparato público y privado deportivo fuera un club de futbol, sería el Cruz Azul. Claro, esto implica que hay esperanza. Hasta el Cruz Azul puede ganar un torneo.

Para esto, se necesita una estrategia. Una inspiración. Queremos aprender de los éxitos: hay que aprender de los fracasos. La película no es Jamaica Under Zero, ni la vida de Nadia Comaneci; hay que ver Moneyball. Cómo usamos la estadística para que nuestros atletas encuentren su lugar en el podio, aunque ese lugar sea el 2º, como los Atléticos de Oakland.

El presidente Salinas creía que los países ganan prestigio por cosas observables, como la calidad de sus atletas, o la puntualidad de sus transportes. El prestigio nacional suizo, estadounidense, alemán, está el éxito de todo tipo: cultural, deportivo, diplomático, económico, tecnológico. Un buen sistema elige a los atletas para que crezcan en competencias, hasta lograr resultados. Lo mismo puede hacerse en la economía, la diplomacia, la cultura. La receta: dar oportunidades a quien se las gana compitiendo. México tiene diversidad genética, tamaño de población, un ingreso promedio superior al de esa potencia deportiva llamada Cuba, gente capaz, una economía dinámica. Podríamos pegar por arriba de nuestro peso. Seleccionemos a los mejores, e invirtamos en ellos. Así de simple.

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