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Envidia

Aunque dejen que me eduque, trabajar más, y nadie me robe el capital, jamás tendré acceso a cosas que don Carlos Slim, sí.

“El resentimiento es como beber veneno y esperar que la otra persona se muera”. Carrie Fischer

En la microeconomía se modela a las personas como agentes racionales, que toman decisiones entre el tiempo de ocio y de consumo, entre el consumo y la inversión, y entre el consumo de distintos tipos de bienes. También se construyen modelos en decisiones de incertidumbre (el azar determina nuestro destino con más frecuencia de la que imaginamos).

La gente se enfrenta a precios, que combinados crean una restricción presupuestal para ellos. También tienen una función de utilidad, una ecuación que describe aquellos bienes que los hacen más felices. Los microeconomistas han demostrado que bajo ciertas condiciones, en donde se encuentran la restricción presupuestal y la función de utilidad de las personas hay un equilibrio único, que es donde la felicidad es máxima al menor costo posible.

Hal Varian, microeconomista de MIT y Berkeley, y hoy chief economist de Google, tiene una definición microeconómica de la envidia. Varian teoriza que siento envidia si sustituyo los números de la canasta de consumo de alguien más en mi función de utilidad, e imagino que podría ser más feliz de lo que soy con lo que consume. (Varian, Equity, Envy and Efficiency, Journal of Economic Theory, 63-91, 1974).

Qué tal que yo pongo en mi función-felicidad lo que consume mi tío, y llego a la conclusión que sería menos feliz de lo que soy. Probablemente ese sería un gran incentivo para hacer crecer mi presupuesto, para buscar un mejor ingreso. Entonces en mi espacio de preferencias, buscaré reducir la cantidad de ocio en mi asignación de tiempo, y vender más de mis horas. Buscaré vender mis horas a mejor precio, a través de la educación o de oportunidades en el mercado. Querré un mejor rendimiento sobre el capital que tenga. Buscaré un negocio innovador. A veces no habrá éxito. Ojalá a la siguiente sí. Luego la siguiente oportunidad toma una generación, pero no importa. Algo aprenderán mis hijos de mi experiencia en el mercado.

Es posible que mi tío evalúe mi canasta de consumo, más cara que la suya, y que decida que no lo hace más feliz. Que él mejor se queda como está. Quizá estirar el ingreso ya no es factible para él, al menos a los precios que enfrenta de bienes de consumo y de su propio trabajo. Entonces decide cuántas horas vende, cuánto dinero ahorra, qué y por cuanto consume, con base en lo que a él le hace feliz. A mi me pueden hacer feliz otras cosas. Mejor no voltea a ver qué hago yo.

Si yo compro una mejor computadora para mis hijos, porque el vecino de enfrente le puso una a los suyos, convertí la envidia, ese sentimiento que corroe el alma, en una fuerza positiva. Si por el contrario, yo vivo enojado porque mis antepasados no fueron nobles europeos que no recibieron asignaciones de tierra en el viejo o el nuevo mundo, o vivo trabado porque mi otro tío heredó el negocio del abuelo y mi mamá no, la envidia (a la Varian) se convierte en una fuerza negativa, porque efectivamente esa sensación no hará otra cosa que corroerme el alma.

El Estado tiene que procurar la movilidad social, pero el método importa. A nadie que decida trabajar más horas se le debería negar, cosa que hacen regulaciones como la jornada máxima o el salario mínimo. Hay intervenciones estatales virtuosas en el financiamiento a la educación, si logramos seleccionar gente con mérito y sin discriminación. Hay intervenciones desastrosas, si el Estado otorga un título profesional a quien no estudió suficiente. Si tengo un capital, el Estado debe asegurarse que nadie me lo quite ilegalmente.

Aunque me dejen educarme, trabajar más, y nadie me robe el capital, jamás tendré acceso a cosas que don Carlos Slim sí (aunque dicen que él es muy austero). No importa, si puedo mejorar mis condiciones, y parecerme al vecino que mandó a estudiar a sus hijos a una mejor escuela. Jamás sabré qué consume Elon Musk. Da igual. Existe felicidad para mi cerca de mi presupuesto. Aspirar a mejorar nos hace mejorar; aspirar a que otros empeoren es ruinoso.

Deirdre McCloskey ha escrito que los niveles de bienestar de la generación actual son mayores a los que ha tenido cualquier otra. El mundo ha mejorado gracias a los mercados y los intercambios libres. No es el capital, dice McCloskey; se crea riqueza cuando el ingenio y la innovación, canalizados a través de los mercados, ayudan a resolver problemas. Resolvamos problemas y mejoraremos. Envidiar a otros no nos va a llevar muy lejos.

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