Fuera de la Caja

Destruir al crítico

Macario Schettino escribe que es posible que una palabra sea interpretada por alguien como un insulto, lo cual no depende de quien emite, sino de quien recibe.

El jueves pasado, en el foro organizado por El Financiero, afirmé que Morena no es un partido político, sino un zoológico. No fue la primera vez que dije eso, o algo parecido, pero ahora lo retomó alguna de las cuentas del sistema de redes que tiene Morena, y lo divulgó, afirmando que yo los había insultado con esa frase. Ignoro cómo transformaron la imagen que utilicé (de un grupo demasiado heterogéneo, sin puntos de conexión, ni intereses comunes) en un insulto. Es posible que sea por la asociación obvia del zoológico con animales, pero el uso de este tipo de imágenes en política no es nada nuevo ni es insultante en sí misma. Por décadas, se llamó a los priistas que seguían de forma acrítica instrucciones de su líder "borregos", y a quienes buscaban a toda costa colocarse junto al elegido, "búfalos". A esos viejos priistas también se les llamaba "dinosaurios", y, a los más jóvenes, en contraposición a los "dinos", se les decía "renos". El líder único de Morena llamaba a los que llegaban a su partido sin invitación "solovinos", nombre reservado para perros, y amenazaba con soltar el "tigre" si no ganaba la elección. En Estados Unidos, los republicanos tienen al elefante como símbolo, y los demócratas, a un burro.

Un insulto puede hacerse con alguna de las abundantes palabras destinadas para ello, o haciendo uso de la intención de lastimar, zaherir, humillar. No fue el caso del jueves pasado, ni recuerdo que alguna vez me haya ocurrido en la vida adulta. Es indudable que el sarcasmo puede molestar a muchos, y se confunda con un insulto. En caso de estar interesados en un catálogo de insultos, Gabriel Zaid escribió en junio un artículo reseñando todos los que ha utilizado el líder único, esos sí, con toda la intención de dañar.

Existe una tercera posibilidad: que una palabra que uno utilice sea interpretada por alguien como un insulto. Pero eso no depende de quien emite, sino de quien recibe, y más que un tema de agresión, se trata de lo que ahora se llama "corrección política". De manera general, me parece que esa moda es un problema para el diálogo público, y potencialmente un arma contra la libertad de expresión.

En cualquier caso, durante el fin de semana pude recibir una abundante cantidad de insultos de verdad, propinados por elementos de esas redes de Morena. No es la primera vez, ni será la última. Como ya lo he comentado, sólo de ahí he recibido ataques y amenazas por lo que escribo, desde 2005. No soy el único ni mi caso tiene mayor interés. Lo que sí importa es un patrón de comportamiento que creo que debemos hacer evidente: la destrucción de la personalidad.

Una cuenta "líder" identifica algo que puede utilizarse contra una persona, inicia un proceso de ataque y es seguida por cientos o miles de otras cuentas, algunas ficticias, que van ampliando la descalificación, tratando de convencer al ciberespacio de que el personaje criticado no merece nada: ni atención ni respeto y, si lo logran, ni existencia.

Lo mismo ocurrió este fin de semana a Héctor de Mauleón, por recircular una imagen del Parlamento nazi que hacía referencia a Morena, después de sus gritos de honor con Obrador con los que iniciaron la actual Legislatura. La subordinación al líder único, la falta de pensamiento crítico y contrapesos, se convirtieron en una tragedia mundial hace 80 años. Es una metáfora válida. Pero también, una oportunidad para intentar destruir a un crítico inteligente, como lo es Héctor, que se juega la vida diariamente con sus reportajes del crimen organizado en la Ciudad de México.

Poco importa: hay que destruir a los críticos. Un abrazo, Héctor.

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